Combate para apagar una a una las brasas de un fuego de 830 hectáreas

El Infoca evita que el incendio cruce la carretera de La Cumbre y escale El Yelmo

09 ago 2017 / 10:36 H.

La parte de arriba de un chandal está en el suelo, cerca del refugio forestal de El Campillo, si se mira hacia El Yelmo, en el margen izquierdo de la JF-7016, la conocida como carretera de La Cumbre. La prenda está derretida, sin un color definido, retorcida, como si la hubieran arrojado a una lumbre. Debió de arder en el incendio forestal que, a las 18:51 horas del pasado 3 de agosto, se declaró en el paraje de La Trujala, en Segura de la Sierra, en el corazón del Parque Natural más grande de España. Lo que le pasó a la chaqueta deportiva da idea del poder destructor que alcanza un fuego en el bosque, que con sus cientos de grados de temperatura, se lleva por delante todo lo que encuentra, incluido a personas y animales si no pueden huir; un desastre así hace que pinos enormes parezcan una cerilla consumida y logra convertir el manto verde del suelo en ascuas. El olor se pega a la ropa y, al caminar, la sensación es como la de pisar una alfombra, eso sí, de cenizas. En medio de este escenario, levanta polvo el avance de un camión del Infoca, que abre paso a una decena de bomberos forestales. José Antonio Adán Samblás, trabajador del plan de extinción de incendios forestales de Andalucía desde 1993, se centra en una tocona. Su trabajo y el de sus compañeros, una vez que el fuego está en “fase de liquidación y extinción”, es vigilar, prácticamente, uno a uno, los árboles afectados. Hay que lograr a toda costa que echen a arder y sus llamas se propaguen. “Para evitar que se reavive el fuego, hay que echarle espuma retardante, parecida a la que se usa en los accidentes de aviación, así se ahoga el fuego”, aclara este segureño.

Los pinos laricios de esta zona de Andalucía, que sirvieron para la fabricación de barcos y traviesas de los ferrocarriles españoles, tienen mucha resina. Son estupendos ejemplares que, si se echan a arder, tardan mucho en apagarse, sobre todo, porque extienden sus raíces decenas de metros en el subsuelo y guardan muchísimo el calor. Casi una semana después de que se declarara el incendio, el terreno está caliente en un perímetro de 830 hectáreas. La mancha negra, salpicada, eso sí, por manchas de verde que invitan a la esperanza, se extiende entre la cara de El Yelmo que mira a la fortaleza segureña y la JF-7016. Si hubiera volcado más allá de la montaña, se hablaría de un desastre mayor, hubiera podido avanzar hacia El Robledo y otras aldeas que están a los pies de Hornos, a las espaldas de El Tranco. Otra catástrofe hubiera sido que cruzara la calzada, más allá de lo poco que sí lo ha hecho. Las llamas se quedaron cerca Río Madera, por lo que no continuaron parque natural adentro, en busca de Santiago-Pontones. “Menos mal que pudimos pararlo. Desde que estoy en el Infoca (24 años) recuerdo algunos incendios malos y este es uno de ellos”, reflexiona Adán Samblás, que no oculta su “berrinche”. Unos vecinos de la comarca, con su todoterreno, recorren las heridas de las llamas. “Asolador, una catástrofe, no hay derecho”, espetan sin apenas detener su camino en esta suerte de triste “turismo de incendios”. Otro de los visitantes al Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas en esta jornada fue el diputado por Jaén de Unidos Podemos, Diego Cañamero, junto a la parlamentaria andaluza de la formación morada, Mercedes Barranco. Los dos políticos recorrieron el lugar, charlaron con personal del Infoca, como los que hacían guardia en el Centro de Defensa Forestal de Navalcaballo, y plantearon medidas del tipo de solicitar la comparecencia en la Cámara andaluza del consejero de Medio Ambiente, José Fiscal, incrementar el presupuesto para el personal que trabaja contra los incendios forestales y lograr que todo el monte sea público, además de favorecer los trabajos vinculados a la sierra.

Mientras, casi en lo más alto de los 1.809 metros de la cima de El Yelmo, un jiennense, Antonio Sánchez, se prepara para descender la montaña que subió antes en bicicleta. Señala las más recientes cicatrices de la Reserva de la Biosfera de la Unesco: la enorme calva que recuerda el fuego de Las Villas en 2005, tras calcinar más de cinco mil hectáreas, y dos puntos en los que, en 2009 y 2016, respectivamente, se estrellaron un caza del Ejército y una avioneta. Estos accidentes, además de costarle la vida al piloto del segundo de los aparatos, quemaron unos tres kilómetros cuadrados. El nuevo “roto” en este descomunal espacio natural, que se extiende a lo largo de 214.300 hectáreas, será el de “El Indio”, que así llaman a El Yelmo en los pueblos que tiene a sus pies. La roca tiene cierto aire al rostro de un nativo americano, como los de las películas del Oeste. No es que se haya perdido mucho, apenas un 0,4% del total de la masa forestal, pero lo ocurrido duele mucho a los vecinos, convencidos de que se trata de un fuego provocado. Con toda la frialdad de la que es capaz, el agente forestal Juan Aracil Quesada, director técnico de la extinción del incendio, encabeza el grupo de liquidadores del fuego, unas 45 personas, entre las que hay dos compañeros de su Cuerpo, cinco retenes de especialistas y grupos de apoyo. Tienen una bomba pesada a su disposición y se mueven con los ya habituales “land rover” blancos con enormes baúles sobre el techo. “Cuando comienza un incendio, un agente forestal se pone al frente y, a medida que coge envergadura, se va incorporando personal para la dirección; al apagarse, ocurre justo lo contrario. Somos los primeros en llegar y los últimos en marcharnos”, precisa Aracil. Vive en Siles, pero nació en Alicante. Hace 25 años, cambió el Mediterráneo por la sierra jiennense. “Es que lo que me gusta es esto”, aclara.