La Reina de Jaén se funde con su pueblo

La Virgen de la Capilla porta la vara del fallecido hermano mayor Enrique Caro lazada con un crespón

12 jun 2017 / 11:14 H.

Color, devoción y júbilo. En una jornada de alerta amarilla, con temperaturas “insoportables”, inusuales para la época, la Virgen de la Capilla recibió el abrazo fervoroso —“si no es por la fe no se aguanta este calor”, le decía una mujer a otra— de un pueblo que siempre le es fiel, haga sol, llueva o truene. Con el manto de seda de rosa y estrellas de plata de su coronación, en aquel remoto 1930, la imagen de la patrona de Jaén recorrió las principales calles de su barrio, San Ildefonso, y llegó hasta la Catedral en una procesión siempre festiva y gloriosa que, sin embargo, este año encontró tamizado el corazón de muchos cofrades por un halo de tristeza debido a la muerte, a finales de marzo, de Enrique Caro, hermano mayor de la cofradía. Precisamente, como homenaje a un hombre que siempre será recordado por su sencillez, por su jovialidad y por su gran corazón, la imagen de la Virgen de la Capilla portaba su vara de mando lazada con un crespón.

Con abanicos como toda arma para luchar contra el calor, cientos de personas se congregaron frente a la fachada neoclásica de San Ildefonso para vivir el siempre emocionante momento de la salida. Se produjo media hora después de que el primer estandarte cruzara el umbral del templo con puntualidad británica. Y, una vez en la calle, ya con su pueblo, una petalada de flores cayó sobre la imagen desde los balcones de los bloques de enfrente entre aplausos, repiques de campanas y con el Himno de España de telón de fondo.

Después de tres años, el desfile procesional, que abría la Agrupación Musical de La Estrella, recuperó su itinerario original. La “Reina de Jaén” enfiló la calle Ancha camino de la Catedral acompañada de decenas de cofrades y de fieles y con la Sociedad Filarmónica de Jaén marcándole el paso y alentando a los 80 horquilleros que la portaban, radiante, bajo su corona recién restaurada. Guiando a sus portadores, Eduardo López (23 años) se estrenaba como fabricano, después de tres años en la junta de gobierno de la cofradía. Nacido y criado en San Ildefonso, está vinculado a la hermandad de la patrona desde que nació. Y ello, destaca: “Por tradición familiar”. Y es que los festejos y cultos en honor de la Virgen de la Capilla desvelan el amor y la entrega de todo un barrio por la patrona.

Los balcones de San Ildefonso lucían engalanados con banderas de España y con mantos, mantones y mantelerías, esplendorosamente bordados, de diferentes colores. “Capilla coronada”, “Reina de Jaén” se leía en algunas banderas. Formaban el “atrezzo” de una jornada colorida donde las haya que volvió a hacer de este barrio un lugar de peregrinación desde primeras horas de la mañana. Primero, con motivo de la misa de Cabildos, que ofició el obispo, Amadeo Rodríguez Magro, y, a mediodía, con la ofrenda floral que organiza la Asociación Provincial de Coros y Danzas Lola Torres.

A las doce y cuarto, Gregorio de Pablo (74 años) empezó a colocar ramos de claveles en las estructuras metálicas destinadas a ello. Desde que “Lola Torres” se fundó, De Pablo es una de las personas encargadas de poner las flores y, emocionado, la devoción que siente por la Virgen de la Capilla calmaba el dolor de la mano izquierda, que llevaba vendada por una caída, ayer mismo por la mañana, y subrayaba: “A mí, esto me da la vida”.

Este año, las estructuras fueron instaladas en la fachada neoclásica, a ambos lados de la puerta. El objetivo de la cofradía era doble. Por un lado, “recuperar la tradición” y, por otro, acabar con las habituales aglomeraciones en Reja de la Capilla. Pero, entre las decenas de personas que aguardaban, expectantes, para ver la ofrenda, muchas voces rumiaban contrarias al cambio.

A pesar de las críticas y del sol de justicia que caía sobre la ciudad, la ofrenda destacó, un año más, por su vistosidad. Al ritmo de sevillanas y de la salve rociera que entonaban flautas y tamboriles, chirris, pastiras y muchas mujeres vestidas de faralaes llegaron a la Plaza de la Constitución una hora después de que comenzara el desfile, en la Plaza de la Libertad, encabezado por una treintena de caballistas, amazonas y algún carruaje. Después de subir por Bernabé Soriano, estos últimos descendieron por la calle Hurtado para doblar por Ignacio Figueroa. Chirris y pastiras lo hicieron por la calle Ancha para protagonizar, junto con el pueblo de Jaén, uno de los momentos más bellos y castizos de una jornada de calor, pero sobre todo de mucho color y gloria.