Miedo y rabia en segura

Vecinos de Moralejos y Río Madera exigen que se “cace” al autor y más prevención

10 ago 2017 / 10:40 H.

La penúltima vez que la aldea de Moralejos salió en el periódico fue porque este pequeño poblado, que pertenece administrativamente a Segura de la Sierra, se convirtió en uno de los escenarios del Festival Música en Segura. Las melodías del Octeto de Schubert embriagaron al público que se sentó para disfrutar de la música clásica en las eras de este pequeño caserío. Después, los “forasteros” que estuvieron allí reunidos y que acudieron por decenas, en lo que fue todo un acontecimiento, pudieron probar un rico surtido de dulces típicos, elaborados por los agradables anfitriones. A Moralejos hay que ir a propósito, no está de paso, es preciso adentrarse en el Parque Natural, hacia Río Madera, y tomar una sinuosa vía de montaña que acaba en la única arteria que articula este poblado. Este buscado aislamiento es la causa de que el nombre de Moralejos estuviera de actualidad hace una semana, volvió a copar titulares, pero por un feo motivo. Quince de sus habitantes fueron desalojados, a toda prisa, por el fuego declarado, a las 18:51 del 3 de agosto, apenas una hora después de que comenzaran las llamas. De no haber tomado la Junta, responsable de la coordinación de las labores de extinción, esta decisión, un infierno podría haberlos incomunicado o algo mucho peor todavía.

“Si no viene la Guardia Civil a sacarnos, hubiera ocurrido una desgracia”, explica Cesáreo Chinchilla Chinchilla, ya más tranquilo, debajo de la benefactora sombra de un árbol. Se ríe, pero no le hace ni pizca de gracia que el fuego haya afectado a una superficie de 830 hectáreas al lado de su casa, sobre todo, porque está convencido de que lo ocurrido no es fruto de la casualidad. Su primo Marino, con el que comparte primer y segundo apellido, habla más y da pelos y señales de por qué cree que el incendio es intencionado. “Un fuego puede comenzar por un rayo, como ocurrió en 2005, y al prenderlo alguien. ¿Negligencia? No me lo creo. Coge una colilla y la dejas en el bosque, verás como no es tan fácil que arda, solo en algunos casos, como por ejemplo que caiga justo encima de vegetación o un excremento de animal que esté seco”, argumenta Marino Chinchilla Chinchilla, que tiene 60 años recién cumplidos y es vigilante del plan contra incendios forestales de la Junta de Andalucía, trabajo por la que percibe 960 euros mensuales. Sabe perfectamente cuándo comenzó todo hace una semana y aporta el nombre de su compañero, Santiago Alba Rodríguez, que, desde la caseta de Peñalta, tiene el “honor de ser”, sostiene, el primero que dio el aviso. “Fue a las 18:40; a los 7 u 8 minutos, dijo que había otro fuego más y, después, otro”, relata. Chinchilla Chinchilla, que estaba en otro puesto de control, en el Navalperal, a unos 1.400 metros de altura, no lo pudo ver bien, pero sí estaba entre los afectados desde el primer momento. Este trabajador del Infoca, aunque tiene su casa en Segura, conserva una vivienda de Moralejos que temió perder. “Ha habido tres o cuatro intentos, hasta que lo han conseguido no han parado. La suerte es que se logró detener”, comentan en la aldea, donde el sentimiento generalizado es que el monte, que es su principal patrimonio, está ahora “hecho una pena” y amenazado. Pablo Jiménez Muñoz, que hace guardia en la caseta de vigilancia de incendios de El Yelmo, apunta algunas claves sobre las últimas heridas que tiene el monte. “Mi compañero y yo tuvimos que salir corriendo, porque avanzaba muy rápido el incendio. Sabía que no iba a volcar por la cumbre, porque hay una pared de piedra que no iba a saltar, pero, más abajo, en un punto que llamamos La Horadá, hubo un momento en que parecía que sí lo iba a lograr”, relata. De haber sido así, la lengua de fuego, que recorrió unos tres kilómetros a lo largo y a lo ancho en apenas una hora, como explican algunos de los que se enfrentaron a este fenómeno, podría haber llegado a la otra cara de la cumbre de El Yelmo, camino de El Robledo y El Ojuelo.

En la curva de entrada al poblado de Moralejos, Antonia Sánchez, fuerte como un pino a sus 84 años, está al fresco con una de sus tres hijas y cuatro de sus siete nietos. “Setenta y dos horas estuve fuera de mi casa”, aclara, indignada y con el miedo en el cuerpo todavía. “En toda mi vida he visto cosa igual”, asegura y, en la línea de algunos expertos en la gestión de montes, apunta: “Antes sembrábamos garbanzos o lo que fuera aquí al lado, había mucha más gente que trabajaba la sierra y nunca se pegaba fuego. Teníamos mucho cuidado. No entiendo cómo hay gente que puede hacer algo así”. Su hija Adela, que vive en la ciudad gaditana de Algeciras, tenía previsto desplazarse a Moralejos desde su lugar de residencia el pasado viernes 4. “Tuve que suspenderlo y hacer el viaje después, porque no se podía llegar, estaban las carreteras cortadas (se activó el nivel 1 de emergencias). Es curioso que me enteré de lo que ocurría casi en tiempo real, a través de las redes sociales, cuando aquí todavía no tenían muy claro lo que sucedía”, apunta esta segureña. Como su madre, está en contra de los modelos de conservación del espacio protegido que algunos definen como el de un “jardín japonés”. Es decir, primar la belleza del entorno, por encima de sus usos y los trabajos para su conservación.

Una opinión parecida se puede encontrar en Río Madera, donde, como razona uno de sus escasos habitantes, “gracias a Dios y al Infoca, no llegó el fuego”. “Vi a bomberos forestales, a las dos de la madrugada, que trabajaban en el monte para hacer cortafuego, en sitios donde no se sube una cabra”, elogia un oriundo. Sin cuestionar este trabajo, el matrimonio formado por Antonia Castillo y Marcos Muñoz, que tienen su hogar en el paraje conocido como Cortijo Cerrico Montero, cree que es preciso que se tomen medidas más expeditivas para frenar los incendios forestales, sobre todo, porque creen que, a su juicio, hay más gente de la que parece con interés en quemar el monte. “Nosotros hemos trabajado en Sierra Morena y allí se hacen cortafuegos enormes, que deberían de abrirse aquí también”, reflexiona la mujer que, como su marido, se siente muy afectada por lo ocurrido, al comprobar como alguien “con muy mala leche” es capaz de hacer tantísimo daño. “Fue muy peligroso, se quedó muy cerca de aquí y podía haber ardido toda la sierra y alguna desgracia como la de Portugal (se refiere al fuego que costó la vida a 64 personas a finales de junio en el país luso). Hay que encontrar al que lo hizo y darle un buen escarmiento”, sostienen. En medio de la incredulidad y algunas críticas, a las que se sumó Podemos, la Junta pide que no se usen los incendios como estrategia de desgaste político y reclama que todos los partidos arrimen el hombro para combatirlos. Como prueba del buen hacer del dispositivo del Infoca, para que ciertamente el aplauso es generalizado, dejan claro que el incendio de Segura, pese a ser tremendamente peligroso, se controló en 24 horas. Los medios de este programa, aclaran, aumentaron al comienzo de la campaña y creen que la política de prevención funciona “razonablemente bien”. Ajenos a esta polémica, en Moralejos, cuatro de los nietos de Antonia Sánchez, Adela, Atenea, Leonardo y Lucía, de los que la mayor tiene 18 años, pasan unos días en la casa de la abuela. El fuego, al final, no les impidió disfrutar de estos días. Por su juventud, de todos los que aparecen en el reportaje, son los que más fácil tienen ver reverdecer el monte, para lo que la naturaleza necesita medio siglo.

en busca del pirómano del papel higiénico

El abogado segureño Ignacio Martínez López está al frente de un movimiento vecinal que, a través de las redes sociales, trabaja para poner en manos de la Justicia pistas sobre lo ocurrido. Por el momento, defienden la hipótesis de que hubo dos focos y un tercero, que no llegó a arder, donde había maleza y papel higiénico. La Guardia Civil asegura que aún no hay avances en el caso.