Una estabilidad a largo plazo

28 abr 2020 / 12:35 H.

Cuarenta y pico días han sido suficientes para que nuestras vidas se hayan ido a tomar por saco. Familias sin poder despedir a sus muertos, ni vestir de luto, sin una lágrima que entregar. La realidad supera a la ficción. Cuánta falta nos habría hecho ahora un Julio Verne, ese que supo interpretar los elementos
fantásticos con los conocimientos científicos de una forma clarividente y bien constituida, haciendo casi imperceptible la diferencia entre lo real y lo imaginario. “Viaje al centro
de la tierra”, “Veinte mil leguas de viaje submarino”, “De la tierra a la luna”, todas ellas publicadas hace ya más de ciento cincuenta años.

La evolución es necesaria y no debemos discutir por su progreso en nuestro mundo, todo lo contrario, gracias a ella, el estado de bienestar se ha ido forjando en beneficio de una vida más amable y cierta. Sin embargo, ¿ha fallado algo en este siglo veintiuno recién estrenado? Siglo, que es reconocido por el avance y propagación de la digitalización y el control de la información a nivel global. Me pregunto para qué coño ha servido tanta computadora o teléfono inteligente del demonio, tanta inteligencia artificial. Si les soy sincero, creo que no hemos estado en lo que debíamos, vivimos en una permanente entelequia, sin percibir que no necesitamos tantas “chominás”, y sí, tener en cuenta las cuestiones elementales: el pronóstico de la salud ¿hemos dado la espalda a lo que de verdad importa? Juzguen ustedes.

Del escaso tiempo que invierto en ver las noticias en televisión, advierto que hay prisas por incorporar a nuestras rutinas los bares, restaurante y hoteles. Es razonable, la sangría económica es y será inasumible. Algunos iluminados han ideado una serie de artilugios, entre ellas, unas mamparas de metacrilato, con el fin de separar a los clientes y evitar futuros contagios. ¿Ustedes creen que así vamos a ir de cañas o tomar el sol a la playa? Los veo y me quedo a cuadros, y ellos, vomitando soluciones irracionales. Lo que me jode es ver cómo se autoproclaman en sesudos catedráticos salvadores del sector servicios con soluciones absurdas. Estos lumbreras de pacotilla no saben lo que hacer por aparecer en la tele. Acuérdense cuando se invirtió en la hostelería y restauración un pastizal, con el fin de adecuar los mal olientes comedores de fumadores para luego prohibir el tabaco a los pocos meses. Se nos obligó a realizar una inversión innecesaria.

La gastronomía de este país está jodida no, lo siguiente. El daño va a ser tan traumático que no será cuestión de poner “pasta” encima de la mesa, esto va de confianza. Cuando levanten el estado de alarma, ¿todo cristo saldrá a beber y comer a los bares y restaurantes? Ni de coña. Este roto no se podrá zurcir así como así, no habrá suficiente hilo y aguja, por lo menos a corto plazo. Cuando irrumpamos de nuevo en nuestras cocinas, la incertidumbre se instalará en nuestro ser, de tal forma, que dará paso al temor colectivo, al desvelo, a la desazón por alcanzar la normalidad, a sabiendas de que un mes pasa rápido y las facturas, nóminas o alquileres, nos devolverán a la más cruda realidad. Todo va a salir bien.