Enroscado en piedra viva

El municipio se extiende a los pies de su turístico Castillo, cobijado por la Sierra de Cazorla

29 mar 2016 / 09:00 H.

Así lo pienso, rubrico con mi pluma o dedo gordo mojado en el tampón. Quiero ser ciruqueño o irulense, qué más da, si tanto monta lo humano como lo sencillo. Santo Domingo de Silos, monje benedictino (1000-1073), que vino un remoto día a esta tierra y se quedó como patrón perpetuo para siembre o la bendita Virgen de los Desamparados, cuyo manto de suave terciopelo, bordado de estrellas diamantinas, protege a sus hijos que nunca van a renunciar. A La Iruela vengo desde el rocoso Castillo de Santa Catalina a otro Castillo enroscado-enriscado en la piedra viva. Estos enfermos del mal de piedra levanta sus brazos a las alturas celestes, a la rosa de los vientos, como dando gracias por mantenerse aún en pie a pesar del azote de los siglos. Su pasado templario, moro y otra vez cristiano, son beneméritas páginas históricas que bien merecen la atención de las pupilas. Hablar sin “priesas”, sin rodeos, con la mirada fija en su gente es todo un ejercicio saludable que querer encontrar a las buenas personas que dicen buenos días, vaya usted con Dios, que viven, trabajan, gozan, ríen o lloran tan sabia e inexorable sentencia bíblica.

En La Iruela, amigos míos, es asequible ser poeta sanjuanista, aquel poetazo místico andariego buscador incansable de su Amado. Una naturaleza tan sorprendentemente bravía, con sus magníficos entornos-contornos vestidos de verde pino, resulta ser materia más que suficiente para invocar a las musas, a veces demasiado esquivas, siempre cogido de las manos de la sublime trascendencia.

La belleza de La Iruela no es para contarla en una fugaz crónica viajera periodística, sino para vivirla, amándola, de trecho a trecho, de tranco en tranco. Únicos son estos parajes, paridos por el vientre de la Madre Naturaleza. No exagero. La Iruela, y lo repito cuantas veces lo precise, por ser justo y necesario, bien merece una misa concelebrada y a todo repique de campanas, a los pies del altar floreado de Santo Domingo y Nuestra Señora de los Desamparados, patronos de esta singular y queridísima tierra.

Solo hay un corto camino/de La Iruela hasta el Cielo/ que se camina con amor/ y la fe de un Padrenuestro. Virgen de los Desamparados,/ de rodillas yo te pido,/ que protejas a La Iruela/ con tu manto tan divino.