En el aliento del tiempo

29 mar 2016 / 09:00 H.

El tiempo es constante y el pensamiento movedizo. El actual pone en cuestión aspectos que en días anteriores encontraron una fijeza social que, sin embargo, Fernando Pessoa hace ya casi una centuria percibió de modo muy parecido a como lo advertimos hoy, bien que adensado, con el aliento de siglos y controversias que van desde la ñoñería monjil de algunos clérigos, hasta lo más rebuscado de la contemporaneidad para paliar el sentimiento contrario. Por consiguiente, el arte religioso viene proyectándose desde lo pretencioso que aspira a ser exclusivo de una clase a lo político cuya pedagogía está alumbrada por lo propagandístico y, claro es, por algo peor: el arte banal que, en gran medida, puso de manifiesto el neocapitalismo internacional de los años ochenta del pasado siglo que la historia más reciente recoge.

Acaso sea esta una historia un tanto separada del concepto historicista y científico que parte del siglo XIX y, sin embargo, netamente asible desde la conciencia colectiva y la contemplación del sucesivo acontecer de las imágenes sometidas a la trayectoria ideológica de clérigos que dictan mucho de aquellos que dominaron la Iglesia tras el Renacimiento, cuyas encargos y custodia patrimonial nos han dejado constancia de su verdadera condición humanista, cuyos ecos vienen debilitándose desde entonces en un modo, cada vez más intrascendente y huero que, desde luego, parecería encumbrar a unas élites cada vez más banales y sospechosas de un concepto de impostura que lleva de suyo la posibilidad de pensar que la felicidad es un producto del dinero y el arte otro. Desde tal territorio, la transmisión del amor por el conocimiento es un horizonte perverso y cicatero reservado a unas supuestas élites cuyo despliegue tiende a sostener algunas ideas materialistas imbricadas el sistema capitalista que no deja de elevar a cimas todo aquello que, previamente desprendido de canon formal alguno, pueda ser encumbrado sin justificación alguna, cuya estructura tiende a vaciar de contenido todo aquello que, en uno u otro sentido, demande modos de reflexión. De aquí, la negación de la crítica, en cualquier sentido, y claro es, también el sucesivo soslallamiento de la propia historia como verdadera síntesis del proceso anterior.

En tal sentido la elocuencia de las imágenes y sus formas, contempladas desde la inteligencia de la mirada conforman, pueden hacerlo, una trinchera natural, cuya parte de pedagogía viene acompañando a la humanidad durante siglos que, acunados en otras perspectivas, también están unida a un notable despliegue argumental y documental que, en paralelo a las imágenes pictóricas y escultóricas, figura representado en la muestra que aquí nos ocupa. En uno y otro caso, aportado por las cofradías y hermandades de Jaén. Por consiguiente, el proyecto de las tres exposiciones forma parte de una argumentación abierta y, desde luego, ambiciosa. Se trata pues, de una muestra derivada desde una línea de concepción de formas especialmente bien dispuestas para ser contempladas en su verdadero esplendor bidimensional o tridimensional, y otra de proyección más documental y, por tanto, menos asible desde la mera contemplación. Ambos universos son ambiciosas y, hasta donde soy capaz de conocer, acometida por vez primera por las Cofradías y Hermandades jiennenses, cuya iniciativa ha hecho posible esta documentada y soberbia, exposiciones distribuidas en tres sedes y exponsorizada, por la Diputación Provincial bajo asesoría del Instituto de Estudios Giennenses, la gestión de Salvador Contreras Gila y la tenacidad del presidente de Las Cofradías y Hermandades Francisco Latorre; cuyo comisariado ha tenido como protagonistas a Sergio Ramírez y; en la parte correspondiente a la obra pictórica, al pintor Francisco Carrillo Cruz, quien, con destreza, se ha ocupado de la selección y montaje de las obras mostradas en las Salas de Exposición del Palacio Provincial como base de gran parte de la cartelería de Pasión y Gloria editada desde 1994 hasta nuestros días; por lo demás, tarea acompañada por esa ingratitud que lleva de suyo cualquier proceso de selección.

A mi modo de ver, no excesivamente lograda en cuanto hace a las 44 obras reunidas en las citadas salas provinciales, probablemente debido a ese todo vale que, en algunas ocasiones, se ha puesto de manifiesto a la hora de editar los carteles de “Pasión y Gloria Jiennenses” destinados a figurar como estandarte o emblema de la Semana Santa. De aquí, la exigencia de obras nacidas desde aquellas ortodoxias (ciertamente, entiéndase en plural) formales que no son mentirosas bajo cuyo patrón figura una parte muy crecida de las obras expuestas debidas al grupo más granada de los pintores jiennense (siempre he distinguido entre pintores de Jaén y pintores en Jaén: Zabaleta, por ejemplo, fue un pintor en Jaén, quiero decir, en tierras jiennenses) que hoy viven en la ciudad y de alguno ya desaparecido como es el caso de Francisco Cerezo.

Además de las citadas salas provinciales, la dimensión de la exposición “Pasión y Gloria”, dedicada al patrimonio artístico, bibliográfico y documental de las Cofradías y Hermandades jiennenses desde los siglos XVI y XXI, se nos muestra desplegada en dos sedes más: Centro Cultural Baños Árabes y Antiguo Hospital de San Juan de Dios, en donde se muestran la obras correspondientes a la parte bibliográfica y documental; en tanto que en el anterior, podemos ver la obra escultórica. Tres lugares en los que se pone de manifiesto la trayectoria de este más que tenaz aliento cofradiero que, de algún modo, solo es síntesis muy reducida de las cuantiosísimas personas que viven y sienten la llamada Semana de Pasión en estas tierras.