Homenaje a Fausto Olivares

16 ene 2016 / 10:20 H.

La Universidad Popular tributa un homenaje a Fausto Olivares (Jaén, 1940-1995) en una de las salas temporales del Museo de Jaén; iniciativa desarrollada por la pintora Mar Crespo a través de una concepto de montaje que, junto a ciertas evocaciones suyas en relación con la temática del artista, incluye obras de quienes fueron alumnos de Olivares en la entonces Escuela de Artes y Oficios de Jaén, más una treintena de piezas firmadas por Olivares Palacios seleccionadas para la ocasión. Su visualización permite transitar por un concepto de expresionismo que testifica la plástica cultivada por Fausto; en cierta medida, deudora de mixturas que definen sus acabados.

Profesor de Artes y Oficios de 1976 a 1981 y miembro del “Grupo Jaén” junto a Cerezo Moreno, Paco Baños, Domingo Molina, José Horna, Juan Hidalgo, José Cortes, Gabriel Ripoll, Carlos Barrera, Dolores Montijano y quien esto escribe; la andadura de Fausto Olivares se inicia en los sesenta del pasado siglo en una ciudad desinformada de las tendencias artísticas posteriores a las vanguardias y de cuantas reflexiones formuladas en la Europa de entreguerras. Horizonte un tanto localista y bastante áptero; cuyos precedentes inmediatamente anteriores, guardan relación con grupos como “Yayyan” y “Cantera”. En tal sentido, cabe recordar como el propio Rafael Zabaleta (Quesada, 1907-1960) recibió escasa consideración en esta ciudad hasta la creación del Instituto de Estudios Giennenses en 1953, fecha del nombramiento del pintor de Quesada como Consejero de Número.

De algún modo, el “Grupo Jaén” supuso un revulsivo para la pintura jiennense. Parafraseando al James Noxon que contempla al David Hume posterior al primer viaje a Francia, aquel fue un tiempo “más abocado a pasar de la ciencia del hombre a la historia del hombre”. Periodo corto y sin embargo intenso en la andadura plástica de la época; un tanto voluntarista, incluido el cortísimo periodo que permaneció abierta la primera sala de exposiciones que, con carácter privado, en 1961 hizo comercio en Jaén; desde luego, separada de la esperanza suscitada con su primera cita, armada con obras de numerosos pintores, entre ellos, José María Tamayo, Serrano Cuesta..., a la sazón, el primero, decano de los artistas jiennenses.

Como en su día dejé escrito en “Jaén, Pueblos y Ciudades”, La “Galería Ripoll” fue la segunda sala privada de la ciudad. Todo un aliento a la hora de crear el “Grupo Jaén”; en su reducido espacio vimos magníficas exposiciones: “Diez pintores cordobeses”, “El paisaje en cinco pintores de la Escuela de Madrid”..., muestras que encontraron en nosotros un respaldo que tiene que ver con el siguiente concepto de Hume: “Empleamos nuestra razón solo porque no podemos evitarlo”.

A mi ver, el territorio plástico de Fausto Olivares corre en paralelo con aquel tiempo y con los inicios del “Grupo Jaén” y, enseguida, se siente atraído por un París que, en aquel periodo de tibieza hispana, mostraba distorsionada su propia realidad; posiblemente cómplice del inmediato regreso del artista a Jaén y, de alguna manera, de su mirada a la poética de la llamada España negra. Ciertamente, contrapunto de “la España clara” y mediterránea pintada por Sorolla. Ambas separadas de Goya, para quien las pinturas arrancadas de las paredes del comedor de la Quinta del Sordo, solo son una parte reducida en el dilatado quehacer del egregio pintor aragonés.

Por consiguiente, el universo de Fausto es otro. Mediante gamas adensadas y, durante el primer periodo, terrosos colores; su paleta vira a tonalidades enteras y, más tarde, a otras más avivadas. Por cuanto hace a los temas, dijese yo que prevalece el mundo del flamenco con interpretación de acento personal y, a mi ver, ajenas a cualquier servidumbre de carácter épico. No obstante, el pintor no deja de contar con elementos del flamenco en general que desea hacer suyos, según un tiempo y un espacio determinados que, por cuanto tiene que ver con Jaén, pudiese cuadrar con el espíritu de los llamados “curiosos impertinentes” del siglo XIX. Así un concepto de fluctuación, si bien no adensado en su raíz, sí diversificado en cuanto tiene que ver con la pluralidad de las imágenes representadas sobre las que, parafraseando al Raine María Rilke ya desalojado de todo maquillaje esnobista, se nos desvela un tanto deudor del otoño de aquellas golondrinas que, concluido su vuelo por la primavera celeste, comenzaron a emular sonidos como los de aquellas supuestas garzas que en sus días otoñales buscaron el cálido clima del Sur.

En 1959, Fausto continuó su formación en la, entonces, Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando; en cuyas aulas conoció a uno de sus amigos más destacados, el pintor y escultor Ángel Estrada Escanciano (León, 1933); amistad con posibles concomitancia estilísticas, aún pendientes de revisar a la hora de efectuar un seguimiento adecuadamente reflexivo y clarificador de la obra de Fausto Olivares. A mi ver, es aquí donde da comienzo su primer periodo y, claro es, donde puede encontrar cierta base a la posterior gramática pictórica de este pintor; cuyos temas van plegándose cada día más sobre sí mismos.

La relación entre los dos condiscípulos centra también la procedencia e ingreso de una pieza de Ángel Estrada, en el Museo de Jaén. Efectivamente, aquella donación se debe a la gestión de Fausto; de igual modo que otra pieza abstracta que permanece en el mismo museo, firmada por el pintor Esteban de la Foz (Santander, 1928; 2007), uno de los referentes de la pintura cántabra, tiene que ver con la mía.

Lo hasta aquí escrito, pertenece a un quehacer vitalista ya, cronológica y desafortunadamente, cerrado al que solo cabe una aproximación histórica más que el comentario crítico a la pintura del artista. En tal sentido, también es de razón apuntar hacia la indagación de Fausto con respecto a los materiales grasos de sus cuadros: tras concluir los estudios en San Fernando, casi siempre tintas litográficas sobre cartulina; después mixturas y productos sintéticos con los que realiza las sensaciones de claquelado; diferentes a las realizadas sobre soporte de papel ya en un tiempo de madurez. Fechas a las que también corresponden otras entregas con series de dibujos de pequeño formato y firmeza de trazo en el contorno; cuya temática, además de variaciones sobre personas en la playa, es variada.

En cualquier caso, la constante del pintor se corresponde con al flamenco, el desnudo y la máscara. Siendo más exacto, con el Carnaval. Iconografía arrancada al territorio de uno de los posibles pálpitos de lo popular que, en el caso de Fausto, y como si no desease separase del espíritu estimativo de los ilustrados franceses del XVIII, parte de una temática de variadas y abiertas raíces que, ciertamente, precisaría mayor extensión explicativa de la que ahora me permite trazar el papel. Por lo demás, argumentadas desde el recuerdo más que desde la presencia de las diferentes poéticas de éste Olivares, a quien, como pintor, suceden con idéntico apellido dos hermanos y un hijo.