Ionesco en estado puro

Llenazo en el “Infanta Leonor” para disfrutar de la obra “La cantante calva”

12 nov 2017 / 11:01 H.

Alos genios de la literatura no les hacen falta grandes excusas para crear piezas memorables, que pueden alumbrar a partir del más trivial de los argumentos, como dejó claro, entre otros muchos, el dramaturgo rumano Eugène Ionesco, que en su afán por aprender la lengua de Shakespeare encontró en un manual el mejor de los guiones para su primera pieza dramática, La cantante calva. Todo un ejemplo de teatro del absurdo que hizo escala en el “Infanta Leonor” dentro del marco del Festival de Otoño de Jaén. Adaptada y traducida por Natalia Menéndez, la obra, que lleva varios meses de gira por España, cuenta con un equipo técnico de primer nivel y un elenco artístico rutilante, si se atiende al número de estrellas mediáticas de la televisión y la escena que lo componen —Adriana Ozores, Fernando Tejero, Joaquín Climent o Helena Lanza, entre otros—.

Pocos argumentos como el de esta obra garantizan un buen rato al público, que asiste a una inacabable sucesión de contradicciones ya desde el mismo título; y es que la protagonista, la señora Smith, interpretada con la solvencia dinástica propia de una actriz como Adriana Ozores, ni canta ni sufre alopecia. A partir de esta paradoja, quienes ocuparon casi la totalidad del aforo del “Infanta Leonor” disfrutaron con un Ionesco en estado puro, que vertió en las páginas de su ópera prima un divertido conjunto de diálogos imposibles que, pese a su capacidad para generar sonrisas, se sustenta en la tragedia contemporánea de la comunicación —mejor dicho, de la falta de comunicación— entre los seres humanos. Hora y media de representación que procuró entretenimiento a mansalva porque, más allá de la intención original del dramaturgo rumano, la adaptación de Menéndez acierta por completo a la hora de respetar una de las características principales de la obra de Ionesco. Sí, como paradigma del teatro del absurdo, La cantante calva no es una invitación al pensamiento, ninguna de sus escenas ofrece una conversación antológica si no se mira desde el punto de vista, precisamente, de lo descordado, de la falta de coherencia que informa la pieza, y ahí es —en Jaén quedó bien claro— donde radica su encanto. En una de sus frases más célebres, de esas que pueblan la Red, el también autor de El Rinoceronte confesó no tener ni idea de lo que escribía hasta que lo acababa; toda una reivindicación de la espontaneidad creativa que en La cantante calva —en la que muchos ven una feroz crítica a la burguesía de su tiempo, mediados del siglo XX—, se explicita.

La sola presencia del plantel de actoral ya era un atractivo suficiente como para no perderse una función que, sin cantante ni canción algunas, dejó el mejor de los ecos entre el público jiennense.