Más allá de las cordobesas de Julio Romero de Torres
Dos investigadores descubren nuevas obras del pintor en Porcuna
No es nuevo que el reconocido pintor cordobés firmó los impresionantes murales que ornamentan las bóvedas parroquia de la Asunción de Porcuna. La huella de Julio Romero de Torres en este edificio va más allá: dos investigadores acaban de descubrir que los cuatro evangelistas que ocupan las pechinas del templo son de su autoría y no estaban catalogados. Son Manuel Bueno Carpio y Juan Miguel Bueno Montilla, padre e hijo, historiadores del arte, profundos conocedores de la figura del artista —el primero lleva más de cuarenta años investigándolo— y autores de Julio Romero de Torres en Porcuna, libro que presentarán este mismo viernes y en el que siguen el rastro del pintor en este municipio de La Campiña.
Hace algo menos de dos años, cuando fueron a realizar nuevas fotografías de los murales para su siguiente libro, recuerda Juan Miguel Bueno, había cuatro cuadros que habían pasado desapercibidos a lo largo de la historia del templo. “Situados en las pechinas, nadie había reparado en ellos. Los fotografié con un teleobjetivo y, al llegar a casa y ver los detalles, encontramos la firma”, recuerda. Estos óleos sobre lienzo, con forma de elipse, los compararon con otras obras de la época. Cabe recordar, como destaca el investigador, que Romero de Torres recibe el encargo para trabajar en Porcuna en 1903 y realiza su trabajo entre 1904 y 1905.
identificación. “Estuvimos un tiempo comparando para estar seguros”, destaca. Y ahora sacan a la luz este descubrimiento, con este libro que edita el Ayuntamiento porcunense. En esta publicación, sus autores hablan sobre las fuentes de inspiración que utilizó el pintor cordobés para gestar los cinco lienzos y tres grandes murales que actualmente se conservan en el templo parroquial de la ciudad de Porcuna, además de comentar los distintos avatares históricos a los que se vieron sometidas dichas pinturas en su más de un siglo de existencia.
Según los autores, las pinturas de Porcuna evidencian la sólida formación de un joven Romero de Torres, lleno de recursos que le capacitaron para abordar la realización de este gran encargo. Igualmente, pueden adivinarse ya en ellas, algunos de los rasgos de la época de madurez del artista, quien se convertirá, pocos años más tarde —en torno a 1907 y 1908—en uno de los pintores más comprometidos con los movimientos artísticos y los intelectuales de su época. De esta manera, el libro de Manuel Bueno Carpio y Juan Miguel Bueno Montilla, pretende contribuir a la superación de la imagen estereotipada que durante la segunda mitad del siglo XX nos presentó a Julio Romero de Torres simplemente como uno más entre los pintores que cultivaron el género costumbrista.
“Estas obras pertenecen a un Julio Romero totalmente diferente. Pinta con mancha, arrastres, pinceladas muy suelta; lo que pierde a partir de 1907, cuando la pincelada más corta, más oscura y tenebrista”, destaca Bueno. “El año 1904 fue crucial para él porque va cada vez más a Madrid y se relaciona con intelectuales, como su gran maestro, Valle Inclán”, apunta. “El que mejor plasma estéticamente sus ideas”, agrega. Destierra esa idea de “pintor folclórico, de la España de pandereta”: “Fue un pintor muy relacionado con la intelectualidad, muy preparado, muy en contacto con las tendencias de vanguardia. Sin él, no se podría entender la pintura de, por ejemplo, Dalí”, resalta.
Desde aquellos dos años en los que trabaja por temporadas en la parroquia de la Asunción de Porcuna, Julio Romero de Torres mantiene una estrecha relación con este municipio: “Hizo grandes amigos como José Julián Gallo —pintó a sus hijas— y Luis Aguilera y Coca, alcalde en ese momento, al que también retrató”. “Todo el archivo personal de este último, seguramente con todos los contratos de las obras de la iglesia y los que firmó con el pintor, se perdió cuando se vendió su casa”, explica. “Quizá ahí hubieran estado registradas estas nuevas cuatro obras”, sugiere. Como curiosidad, en una visita en la primavera de 1922 del pintor a Porcuna, su amigo José Julián Gallo le regaló un galgo negro. Este lo llamó Pacheco y aparece en obras tan representativas del cordobés como Diana y Cante jondo. “Cuentan que cuando él muere en 1930, este no se separó del cortejo fúnebre”, cuenta Juan Miguel.