Sinfonía Vandelvira, auge del resplandor renacentista

Los baezanos acogen en la Catedral la melodía sinfónica compuesta por Rojas

18 nov 2018 / 12:15 H.

Si la Sinfonía Vandelvira para coro y orquesta de Rogelio Rojas Duro supone la banda sonora de la vida y obra del magnífico arquitecto de Alcaraz, anoche, en uno de los entornos más hermosos del Renacimiento español, encontró un segundo escenario donde contemplarse con admiración. La obra del compositor jiennense adquirió un especial significado al ser interpretada en el seno de la Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza y proyectada hacia esa plaza en la que uno se siente como si el tiempo no hubiera transcurrido desde que fue concebida.

El homenaje a otra plaza, la de Santa María de Jaén, fue la pieza que se eligió para iniciar el concierto. La Orquesta Sinfónica Vandelvira, dirigida por el propio autor, creó la atmósfera adecuada para que pudiéramos pasear por ella con una música alegre, bulliciosa y llena de matices que mostraban la cotidianidad de una mañana soleada.

El Coro Ciudad de Jaén, con su director Ángel Luis Pérez Molina formando como un tenor más, se incorporó a continuación para acompañar a la orquesta en el resto del concierto. Una primera pieza coral, un Credo, majestuoso en sus compases finales, sirvió de punto de partida para la obra principal del programa.

Desde su comienzo, con el arrullo de la cuerda y la contundencia de los metales, consiguió envolver a un público absorto en la delicadas melodías y los inquietantes pasajes que se sucedieron a través de los cuatro movimientos que describieron y descubrieron el entusiasmo, la agitación, la inspiración, el ardor y la turbación que impulsaron al arquitecto en su obra. Los muros de la catedral también quisieron corresponder a esta bella composición, en nombre de su creador, y aportaron a la soberbia interpretación de la orquesta y el coro una delicada sonoridad que transportaba a los presentes a siglos atrás.

Los semblantes de los ejecutantes eran capaces de transmitir las emociones que se muestran en una partitura magníficamente orquestada, con una especial consideración hacia las armonías corales que confieren a la obra una singular emotividad en determinados fragmentos. Sin duda, esta es una de las mayores cualidades que se le puede atribuir a la imaginación del compositor: es capaz de conmover, incluso estremecer, dibujando las escenas que conformaron la existencia del genial creador a través de una música sencilla en ocasiones, pero tremendamente evocadora que hace imposible no identificarse con ella de inmediato. Los golpes del triángulo, el motivo musical que nos recuerda constantemente la idea de su gran obra, las voces masculinas en el trabajo y en la oración, las femeninas revelando su amor por la familia y su profesión, los sonidos de las campanas que anuncian la Gran Obra... Todo ello fue mostrado y recibido por un público impresionado por la contundencia emocional de la sinfonía. Los aplausos se fundieron con algunas lágrimas, con esa sensación que a veces cobija nuestra garganta y que impide hablar. Pero, sobre todo, en el público, músicos y cantores, esa congoja fue el preludio de una sonrisa que se instaló en todos ellos durante los minutos que duró la ovación final y los momentos posteriores de felicitación al autor y a los intérpretes.