Teoría de la coincidencia

    18 mar 2017 / 11:05 H.

    Anda que cuando todo vaya bien!, ¡todo, todo, todo!, ¡cuando haya directiva y gente que gobierne el club, organice las finanzas y las funciones de cada uno como una entidad razonable, pagándole, que es lo principal, a todos los trabajadores, sean o hagan lo que hagan!, ¡cuando haya equipo y futbolistas suficientes para jugar los partidos que correspondan y hasta hacer sustituciones adecuadas al desenvolvimiento de los encuentros!, ¡cuando haya técnicos no improvisados que puedan planificar a corto, medio y largo plazo!, ¡cuando haya dinero para cubrir lo necesario en cosas materiales, como, por ejemplo, arreglar el campo de La Victoria, invertir en mejoras deportivas!, ¡cuando se pueda ya hacer un presupuesto como Dios manda, con fondos suficientes y adecuados a las necesidades del club! Y, pasando a otro nivel, que tiene que ser maravilloso, ¡anda que cuando los jugadores metan goles, ganen partidos dentro y fuera, en casa o a domicilio!, ¡cuando de vez en cuando presenciemos jugadas preciosas, de esas que quedan en el recuerdo de una tarde tranquila!, ¡cuando, para buscar al equipo en la clasificación, haya que andar mirando los primeros lugares!, ¡cuando nuestro equipo se convierta en el temido del grupo por sus cualidades futboleras! y ¡cuando los aficionados llenemos el campo, en un gesto, al tiempo, de apoyo y de gusto, hasta el punto de que haya que ampliar el aparcamiento! En el momento en que ocurra casi todo esto, ya podremos aplicar las teorías de aquellos filósofos y genios que aseguraban que este es el mundo mejor de los posibles, que las cosas están hechas para un fin y en ese caso no puede sino ser el más perfecto de todos. Ese será entonces el tiempo en que coincidan los bienes y las venturas porque, de la misma manera que últimamente han concurrido todos los males posibles, entonces será al revés, entonces, “como si en jamás”, que dice la zarzuela, vendrán juntos todos los bienes. Será cuando, a pesar de Augusto Monterroso, desde el cielo se verá el cielo. Y, como Estercita, según el cuento de Mario Benedetti, nos reiremos dos años y ya nunca diremos nunca cuando se trate de angustias y calamidades. ¿A que sí? ¿A que será que sí? (O, ¿acaso es un delito soñar?)