Empeñados en recuperar un oficio que se extinguía

El porcunense Manuel Jiménez y el arjonillero Juan Segado enseñan el arte del bordado

19 mar 2016 / 10:20 H.

Mientras su cabeza cuenta agujeros, las manos expertas de Manuel Jiménez corrigen puntos en la mantilla de encaje granadino que realiza una alumna. Porcunense de nacimiento, el joven lleva “desde los 15 años” bordando. “Lo veía de mi abuela y de mis tías”, evoca en una imagen que emparenta con las que dibujaba en sus novelas la escritora Laura Esquivel. Le “llamaba la atención” y aprendió, fijándose en lo que veía. Y, hoy por hoy, ya no tiene la necesidad de bordar por encargo. Desde hace unos 4 años, se dedica, exclusivamente, a dar clases de bordado.

Porcuna, Jamilena, Torredonjimeno, Jaén y Cañete de las Torres, en Córdoba, son los lugares en los que imparte clases un hombre que sostiene que siempre le dieron igual los encasillamientos y que está contribuyendo a que se recupere un oficio que “estaba prácticamente desaparecido”. “La gente lo ve complicado, pero el encaje granadino y el bordado en tul no lo son especialmente. Hay otros que son más difíciles”, asegura el bordador, que señala que no hay secretos en el bordado. El único requisito necesario es la paciencia. “Hay que dedicarle muchas horas”, indica.

Velos, abanicos, chales, mantoncillos, flores de flamenca y pañuelos son una muestra de las posibilidades que ofrece el bordado de encajes, como los que Manuel Jiménez enseña a realizar a las “más de cien mujeres” que acuden a sus clases. ¿Hay hombres? “Sí, pero solo uno”, confiesa el bordador. Aventura que, quizá, a los hombres les llame menos la atención, pero, sobre todo, señala el “estigma social” que, hasta hace no mucho tiempo —e incluso ahora todavía—, supone ver a un hombre con una aguja. De hecho —afirma Encarni Serrano, una de sus alumnas—: “Hay hombres que bordan porque les relaja y no lo dicen”.

Tampoco se ha dejado llevar nunca por estereotipos el arjonillero Juan Segado. “Casado y con cuatro hijos” —advierte para romper esquemas—, este empresario que dice tener una “filosofía de la vida muy diferente a la de la mayoría de los hombres”, aprendió de forma autodidacta el hardanger, un bordado tradicional en el sur de Noruega. Lo hizo en su mercería, fijándose en las mantelerías, cojines o juegos de toallas que llegaban a sus manos para su comercialización.

Juan Segado y su mujer, Ana, dan clases de bordado en la Casa de la Cultura de Arjonilla. Y, además, no dejan de participar en ferias de muestras. “En el norte de Europa y en Suramérica este tipo de bordado está muy arraigado”, indica Segado, que acudió, por primera vez, ayer, a la Feria de los Pueblos y espera introducir el hardanger en España. Como Manuel Jiménez, coincide que la “paciencia” es el único requisito imprescindible para esta labor. ¿Por qué bordan tan pocos hombres? “No sé si todavía estarán con aquello del qué dirán, pero cualquiera puede hacerlo. ¿No tenemos todos dos manos?”, pregunta, con sorna.