“Fue un ser excepcional, como sacerdote y como persona”

11 feb 2017 / 08:00 H.

El sacerdote Santos Lorente Casáñez falleció el domingo, 5 de febrero, en el Hospital El Neveral, donde se encontraba ingresado. Su último cargo de responsabilidad fue el de párroco de la iglesia de San Félix de Valois, en la capital, en donde permaneció durante nueve años, tiempo en el que se granjeó el cariño de la feligresía de una parroquia que atiende a una de las zonas más pobladas y con una comunidad parroquial viva, dinámica y participativa. También era canónigo y vicedeán de la Catedral de Jaén.

Su funeral de entierro, celebrado en la tarde del pasado lunes, presidido por el obispo, Amadeo Rodríguez Magro, que le dedicó una preciosa y emotiva homilía, fue el mejor regalo póstumo que le dedicaron sus hermanos en el sacerdocio y cientos de jiennenses que quisieron acompañarle en esta despedida terrenal al encuentro gozoso con el Señor al que ha dedicado su vida y su ministerio. Santos era excepcional como sacerdote y como persona. A causa de su enfermedad fue relevado al frente de San Félix. La última misa como párroco, a la que se sumaron varios sacerdotes y fieles llegados de otros lugares de la ciudad, fue un homenaje en toda regla a este cura humano y sencillo, como son las gentes de su pueblo, La Iruela.

Santos Lorente tenía una hoja de servicios brillante y lo demostraban los hechos, que suelen ser más expresivos que las palabras. Una iglesia repleta de fieles para despedirle, una representación de los municipios donde en algún momento estuvo al frente de sus parroquias y un montón de testimonios de reconocimiento, admiración y afecto.

Me agradó mucho asistir a esta ceremonia, por el aprecio tan grande que le tenía, como sacerdote entregado y comprometido y como amigo. Y por vivir la experiencia de gratitud de la gente sencilla a su párroco, en respuesta a tantos desvelos, al testimonio vivido con los gozos y las sombras de tantas personas como han buscado su consejo y su consuelo. Y, sobre todo, porque en ese precioso acto me parecía que estaba presente Jesucristo bendiciendo al buen pastor y a toda una feligresía respetuosa y agradecida. Era difícil contener la emoción ante las palabras de afecto de los distintos grupos de la comunidad parroquial y los regalos que le hicieron, incluida la Cofradía de la Santa Cena, que le brindó su máximo galardón.

Una emotividad sincera. Se dijeron muchas cosas sobre Santos Lorente, en unas preciosas intervenciones durante toda la eucaristía, de los laicos que han colaborado a hacer activa y operante esta iglesia de San Félix de Valois. Pero me quedo, sobre todo, con el lenguaje de la sencillez.

Se utilizaron muchos adjetivos para agradecer los nueve años de este regalo del Señor a esta comunidad, pero estaban todos muy medidos en el sentido de que expresaban sentimientos humanos salidos del corazón. Algunos testimonios verdaderamente preciosos para descubrir en ellos una relación de cordialidad basada en el Evangelio y en el camino compartido con ilusión y entusiasmo.

Santos Lorente llevaba meses haciendo un esfuerzo sobrehumano por atender debidamente sus obligaciones como párroco, sacando fuerzas de donde no las tenía. El obispo quiso dispensarlo de esa responsabilidad y Santos se retiró a la residencia sacerdotal del Seminario, donde contaba con todos los cuidados necesarios.

Su homilía fue muy hermosa y emocionante, no cabía esperar otra cosa de él. Habló del Evangelio del día con el entusiasmo y el cariño del primer sermón, quería darle protagonismo a Jesucristo y se limitó a dar las gracias por tanta generosidad y a pedir perdón y perdonar. Los asistentes a la ceremonia religiosa respondieron con prolongados aplausos, que luego se repetirían cuando terminó la misa y se pidió que sólo algunas personas, en representación de las cientos de ellas presentes, en nombre de todas, abrazaran al emocionado sacerdote.

Era gratificante ver que un cura, un párroco, se gana a su gente, con la tarea incansable, desde la sencillez, la humildad y tantas veces desde el anonimato. Pocas veces me he alegrado tanto de asistir a una celebración como aquella. Querido Santos, somos nosotros, los que nos consideramos tus amigos, quienes te damos las gracias por todo lo que nos diste y porque la Iglesia en la que juntos peregrinamos tenga sacerdotes tan ejemplares y dignos como lo has sido tú. Alguien muy cercano a él me ha recordado ante la tristeza de su ausencia la suerte que hemos tenido de conocerle, porque, con su amistad, ha enriquecido nuestra vida. Descansa en la paz del Señor.