“Gracias por ayudarme a aprender inglés y, sobre todo, a ser mejor persona”

05 feb 2017 / 08:00 H.

Crorría el cambio de década, esa gran época que supuso los últimos años de los 90, en que yo contaba con cerca de los nueve años, e iba, aún, a cuarto de primaria, cuando allí me presenté por primera vez. Era un lugar entrañable. Como tú. Tu enorme sonrisa, tu inolvidable acento, tu sentido de humor poco común de un tipo tan del norte, tus zapatillas de casa y, a mi pesar, tu póster del Fútbol Club Barcelona, nos daban cada tarde una calurosa bienvenida. Cuanto bromeabamos sobre este tema, amigo. Capaz de apoyar al Real Madrid para verme a mi sonreir, cuando ambos sabíamos que tenías el corazoncito culé. Pero el fútbol nos unió también, pues entablamos infinidad de conversaciones. Gracias.

Tu pasillo, empapelado de innumerables cuadros en el que todos tus alumnos, discúlpame, tus amigos, disfrutábamos de un ya irrechazable ritual, en los primeros dias de mayo. Recuerdo cuando nos ibamos al Paseo del Santo Cristo, o nos ibamos a las escaleras de la Cada de las Cadenas, donde todos nos sentábamos y charlábamos, también junto a Ángel Robles, otro gran profesor que tú nos presentaste. Era el momento, el de la foto, en el que todos cambiábamos de aspecto con el paso de los años, pues, inevitablemente, íbamos cambiando, excepto tú. El mismo pelo blanco y figura espigada de la década de los setenta. Queríamos formar parte de tu familia, y ojalá Ian, lo hayamos conseguido. Espero, que allá donde estés, nos recuerdes con una sonrisa, la misma que nosotros teníamos cuando aprendíamos inglés en tus clases.

Como bien me dijo, en una ocasión, mi compañero y amigo Elios, prefiero olvidar tus últimos y complicados años de vida, que tan injustos fueron, y quedarme con lo excepcional que fuiste. Perdon, que eres, pues te habrás ido, pero en mi, y en tu pueblo, dejas una huella enorme y eterna que dificilmente será rellenada por un foraneo tan entrañable como tú. Y es que, aunque llegaste de Escocia, del frío país británico, te puedes considerar un cazorleño más.

Allá donde estés, amigo Ian Dunbar, gracias por haberme enseñado inglés, pero gracias de corazón, por haberme ayudado a ser mejor persona.

Siempre te recordaré.

Si querías aprender inglés en Cazorla, y querías hacerlo bien, todo el mundo sabía que la academia de Ian era la solución. No era una academia al uso, ni mucho, y eso era lo que la hacía especial. Subir las destartaladas escaleras de su casa te llevaban al piso donde ejercía la docencia del lenguaje de Shakespeare. Avanzabas los pasillos, y a los laterales, iban apareciendo cuadros repletos de chavales que, a día de hoy, serán ya padres o madres de familia, personas mayores soltares o váyase a saber. Lo que si que han de tener todos esos jóvenes que aparecían en las fotos es un alto nivel de inglés. Y es que, como sé de buena mano, era un excelente profesor. Bajo su aparencia bonachona, su entrañable sonrisa y su innegociable y sempiterna sonrisa translucía un profesor que se dejaba la piel por enseñar a sus alumnos.

Un hombre que, al verte por la calle, no dudaba en soltar las manos del volante para saludarte aunque fuese conduciendo, que tampoco temblaba si te tenía que invitar a una “chuchería”, y que siempre tenía una sonrisa dispuesta. Si la educación era importante, por supuesto, la categoría como persona lo era más aún. Eso lo tenía claro nuestro amigo Ian. Un legado que tomó su siempre fiel Ángel Robles, también un excelente profesor, y que con él compartía la humildad.

Gracias por todo, amigo.