“Queda su huella y su sabiduría”

06 dic 2018 / 08:00 H.

El balcón de la Peña Flamenca de Jaén, en Semana Santa, es como una extensión de los cantones de Jesús en la que cualquiera con un mínimo de sensibilidad pasionista desea asomarse a ver pasar procesiones. Una baranda “a priori!” privilegiada desde donde contemplar en primera línea los hondísimos gestos de Rosario López cuando cantaba a Jesús de los Descalzos la Madrugada de las madrugadas de aquí. Y allí es donde la personalidad —seria y, al tiempo, simpatiquísima y generosa en humor— de Rafael Valera Espinosa hacía sentir a gusto a quienes, ansiosos de balcón, acudían a la primera planta de la histórica peña los días de la Pasión según Jaén. Seguramente, muchos lo recordarán —lo añorarán ya— en las veladas jondas que organizó y condujo con maestría durante tanto tiempo; otros, los que compartieron con él copa y camaradería, se habrán quedado con esa mezcla de gracia y senequismo que derrochaba este flamencólogo ejemplar; yo, sin embargo, me acuerdo de él y se me viene a la memoria del corazón aquella noche hermosa en la que Chari remató, generosamente y por martinetes, una saeta a El Abuelo en un balcón de la peña atestado de cabales, mientras la voz rotunda de Valera me saludaba y me abría las puertas literales de aquel mínimo espacio para compartir un momento irrepetible, con el remate de la cruz de la marquesa camino ya del Arco de San Lorenzo y un olor a claveles de Jesús que todavía dura allí. Se ha ido Rafael, como se fueron tantos antes y como, después, seguiremos yéndonos. Pero la huella humana y la sabiduría flamenca del que fuera emblemático presidente de la institución de la calle Maestra son como los ecos largos de una siguirilla de esas que pellizcan el hígado y duelen como una caricia a flor de sangre. “¡A quién le contaré yo / las penas que estoy pasando! / Se las contaré a la tierra / cuando me estén enterrando”, sentencia una soleá. Que la tierra te sea leve, Rafael, y no entre el silencio en tus oídos, inacabables de profundidad por mucho que la muerte siga rompiendo las guitarras.