Sencillo, silencioso y entregado

18 mar 2017 / 08:00 H.

El pasado miércoles, 15 de marzo, moría en Jaén Antonio Román Rayo, uno de los sacerdotes con más edad de la diócesis de Jaén. En mayo hubiera cumplido los 90 años, 65 de los cuales ejerció el ministerio sacerdotal en varios pueblos de la diócesis. Nacido en 1927 en Noalejo realizó sus estudios eclesiásticos en el Seminario Diocesano de Jaén, siendo ordenado sacerdote en Barcelona y en las celebraciones del Congreso Eucarístico Internacional, acontecimiento destacado y clave en la historia de las relaciones Iglesia-Estado en los años de la Dictadura.

Su trayectoria pastoral representa, como la de otros muchos de su generación, una época marcada por el nuevo aire que llegó a la Iglesia con el Vaticano II y que tuvo en los entonces jóvenes sacerdotes, un apoyo y aliento para aplicar sus reformas con valentía y audacia en una sociedad como la española en la que tanto esfuerzo costó la reforma conciliar. Era Antonio un cura sencillo, sereno, silencioso y fiel a su vocación a la que Dios lo llamó un día y que marcó su trayectoria sacerdotal que expuso con claridad y como agradecimiento, durante la homilía de las exequias presididas por el vicario general de la diócesis, dado que el obispo Amadeo Rodríguez, se encuentra esta semana en la Asamblea Plenaria de la CEE. Francisco Juan Martínez Rojas recordaba en su homilía: “La verdadera muerte no es que cesen nuestras funciones biológicas. No. La verdadera muerte es el pecado. Es vivir apartados, separados de Dios. Sin Dios, estamos abocados al más profundo fracaso. De ahí la importancia de que cada uno responda a la vocación a la que Dios lo llama y sepa cumplir su voluntad”. El vicario general hacía con estas palabras un recorrido por su trayectoria y servicio a la diócesis. “Este ha sido el norte que ha guiado la rica vida de Antonio a lo largo de sus casi 90 años de existencia, desde que empezó como vicario parroquial en Santisteban del Puerto, en 1952, pasando por las parroquias de Albanchez, Higuera de Arjona, Quesada, San Bartolomé y, finalmente, tras su jubilación, y como adscrito, en Cristo Rey de Jaén y en San Félix, donde hoy celebramos sus exequias. Sin olvidar su faceta como arcipreste, profesor de religión y consiliario del movimiento Scout Católico”.

Su memoria permanecerá viva, especialmente en las parroquias de Lahiguera, de 1957 hasta 1970, años duros y en una situación delicada, sucediendo a quien, desde 1939, lo había sido, un sacerdote castrense, con el grado de alférez, que se incorporó a la diócesis de Jaén, en la que un alto porcentaje de sus sacerdotes habían sido asesinados durante la guerra. El joven Antonio Román tenía una ardua tarea que llevar a cabo, la de la reconciliación. Gratos recuerdos quedan de él en este pueblo en el que quien estas líneas escribe es hoy párroco.

También su memoria queda grabada en Quesada, en donde, durante los años que ejerció de párroco, compartió el ministerio, con un estilo nuevo de fraternidad y no de grados jerárquicos, con un joven coadjutor, Santos Lorente, fallecido hace poco tiempo, párroco de San Félix de Jaén y a quien Antonio Román ayudó en sus últimos años. No son paradojas de la vida, sino símbolos de amistad y fraternidad sacerdotal.

El presbiterio diocesano, entre el pasado año y los meses transcurridos del actual, ha perdido un total de 15 sacerdotes, cifra elevada con respecto a los ultimas décadas. Entre ellos había jóvenes y mayores, jubilados unos y en la brecha otros. Aprovecho este obituario para recordar sus nombres y evocar su memoria: Alfonso Valiente Vilar, José Checa Tajuelo, Julián Molina Juárez, José María Saeta Fernández, José Fernando Jiménez García, Rufino Almansa Tallante, Francisco Gámez Lasaga, José Madrid López, Manuel García Muñoz, Pedro Cámara Ruiz, Ricardo González Huertas, Luis José Beltrán Calvo y Santos Lorente. Y ahora, Antonio Román. Vaya también nuestro agradecimiento, el de la Iglesia que peregrina en Jaén y a la que ellos, cada uno en su estilo, sirvieron con pasión y entrega.