“Será recordado por su humanidad”

28 ago 2017 / 08:00 H.

Se ordenó sacerdote sin haber cumplido los veinticuatro años. Desarrolló su trayectoria ministerial en el mundo de la cultura, la educación y la investigación. Ejerció su sacerdocio en las aulas de centros públicos de enseñanza, impartiendo clases de Lengua Latina. Destacó por su labor investigadora y fue profesor de la Universidad de Jaén.

Para muchos jiennenses fue parte importante de sus vidas, fue padre, profesor, amigo, compañero y orientador en las importantes tomas de decisiones que surgen con los años y la madurez. Las campanas de la Catedral sonaron con el ritmo funerario que anunciaba la marcha de un hombre grande, muy importante.

Juan Higueras fue miembro emérito del Cabildo Catedralicio, esencia de la Iglesia en la capital del Santo Reino. Se crio en el pueblo de Villargordo (Villatorres) y estudió en Jaén y en la Universidad Gregoriana de Roma, para regresar a la Diócesis como un educador en el Seminario y profesor de latín y griego. Le apasionaba enseñar y a sus alumnos les encantaba escucharle.

Fue un hombre estudioso y persistente, que amaba y valoraba el significado de la palabra por encima de muchos otros artes. Se licenció y doctoró en Lenguas Clásicas y, después de las oposiciones correspondientes, fue al instituto de Baeza y, después, al Virgen del Carmen de Jaén. Compartió sus conocimientos como profesor en el Colegio Universi- tario y en la UJA.

Investigador y perseguidor de la verdad, dejó su huella en numerosas aportaciones escondidos en varios archivos, para que todo aquel interesado por la cultura y el conocimiento de la sabiduría clásica, pudiera adquirirlo.

Juan fue una persona relevante tanto en la capital como en diversos puntos de la provincia, donde se le respetó por su sabiduría, su saber comunicativo y, sobre todo, por su forma de ser. En su carrera uno de los momentos importantes que vivió fue cuando accedió al cargo de canónigo de la Santa Iglesia Catedral como prefecto de Liturgia, maestro de ceremonias.

Su porte, su saber estar, su elegancia y unión de la fe y la palabra con el conocimiento no tenían parangón, y hacían que la ceremonia en sí recuperara la esencia propia de su significado, un culto a Dios, a la verdad y al amor.

Maestro, amigo, este siervo de Nuestro Señor será siempre recordado entre los jiennenses por su bondad y humanidad, por marcar la diferencia y acercar a Dios a quien lo necesitara. Su palabra jamás será olvidada, su alma, eterna dejó huella entre quienes estaban cerca de él. Descanse en paz y disfrutaban de su bonhomía.