“Su alegría era contagiosa y siempre sacaba una sonrisa”

12 dic 2016 / 08:00 H.

Hace 72 años nació María del Carmen en Otíñar, en las Pedanías del pantano Quiebrajano. Fue la segunda de cuatro hermanas que quedaron huérfanas de padre siendo niñas. En aquella época las comodidades eran escasas y muy valoradas y las de Carmen no eran muchas, pero sí queridas. Ya con quince años vivía en Jaén y empezó a trabajar desde muy joven. De pequeña se encargaba de hacerle los recados a una directora del colegio, luego trabajó en una consulta médica como recepcionista y al mismo tiempo iba a los domicilios de parientes, vecinos y conocidos a poner inyecciones. Fue una mujer trabajadora, dedicada a los demás en cuerpo y alma.

Se casó joven, hace 51 años, con Matías. Fue un matrimonio feliz, lleno de momentos de alegría con mucho amor, donde siempre estuvieron muy unidos y compenetrados. Recién casados emigraron a Alemania, a la aventura más allá de las fronteras a través de Europa, donde estuvieron dos años trabajando en una fábrica de lanas y colchones. Deseaban prolongar su apellido y la familia no se hizo esperar. Tuvieron dos hijos, José y Daniel, que llenaron la casa de felicidad y nunca han dejado de ocupar un gran lugar en el corazón de sus padres. La dedicación a sus niños fue completa y cariñosa.

Carmen ayudó mucho tiempo a su hermana Juani en las tareas del bar y de la casa con los niños. Sacaba tiempo de donde no había para ofrecérselo a quién más lo necesitaba, sobre todo a sus amigos y su familia. Era generosa pornaturaleza, no sabía decir que no y cuando le pedían ayuda era incapaz de negársela a nadie. Por aquel entonces vivía en el barrio de El Almendral. Después se mudó al barrio de Peñamefecit, donde regentó una tienda de comestibles durante casi 13 años y un bar en el residencial Las Flores, calle Goya. Fue muy querida y respetada entre los vecinos, que todavía hoy notan su ausencia. Sin embargo, el cuerpo alcanzó un límite y lo que nadie pudo parar, lo hizo la enfermedad. Empezó una época dura, con operaciones de huesos y otras dolencias que no le permitían trabajar. Fue difícil para todos. Pero luchadora como era ella, daba fuerza a los demás para superar los tragos más duros de esta vida. Carmen, siempre rebosante de energía, comenzó a apagarse, pero acompañada de sus seres queridos, que dieron cada último paso a su lado y con calma.

Tenía dos nietos adorables por los cuales se desvivía. Para cualquier cosa, ahí estaba ella, presente, dispuesta a entregar lo que hiciera falta y haciendo, de esta forma, su corazón mucho más grande. A Carmen le gustaba cocinar. Tenía una mano excelente para todas las comidas, y no lo decían solo sus hijos, si no también amigos y vecinos, que acudían a ella en busca de consejo y la consideraban una ayuda inestimable, ella era el libro de recetas de los fogones de muchos hogares jiennenses. Era muy detallista y muy perspicaz, lista e inteligente, y como se dice, “espabilá”. No había fecha importante que se le escapara de su memoria.

Su alegría era contagiosa. Era ella la que siempre te sacaba la sonrisa y además a cualquiera, aunque fueran persona desconocidas. Se le daba muy bien la gente. Y hablar, le encantaba hablar con todo el mundo y por su carácter y forma de ser, conversar con ellos o escucharlos era siempre grato y alegre. Daba gusto. Fue una excelente madre y esposa ejemplar. De gran corazón, humilde, caritativa y siempre, siempre, ayudando a los demás. Muy querida por todos los que la conocían. Buena amiga, buena vecina, buena consejera. Era siempre el centro de atención en cualquier reunión por su carácter y su forma tan alegre y dicharachera, siempre emanando alegría y energía hasta el último momento. Sufridora, dura de aguante, luchadora, emprendedora, cariñosa, guapa. Una persona de las que hay muy pocas y a las que es imposible olvidar.

Un ángel ha regresado al cielo y antes de partir dejó tras de sí una estela de amor. Carmen no será olvidada. La familia Chica Buitrago le dedica unas palabras para que perduren en la memoria de todos aquellos que tuvieron el placer de compartir unos maravillosos instantes con ella: “A nuestra madre, abuela y esposa. Nos agrada contemplar el firmamento y pensar en ti, bajar la mirada y sonreír, cerrar los ojos e imaginar que estás aquí. Hoy no estas presente en nuestras vidas, pero te debemos todos nuestros logros, fuiste tú quien nos apoyó en los momentos difíciles, la que nos alentó cuando nadie lo hizo y la que por nosotros lo entregó todo. Te queremos”.