“Su espíritu previsor le ayudaba a coronar con éxito todos sus proyectos”

25 feb 2017 / 08:00 H.

Fernando Palomeque nos dejó con solo 58 años de edad. Se encontraba en perfectas condiciones, sin embargo, un tumor inesperado se fue apoderando de él y le robó las muchas fuerzas que tenía. Mientras tanto, y en las diferentes etapas del tratamiento, alternaba la actividad normal con los ingresos en el hospital. Exprimió su vida hasta la última gota.

Por su pertenencia a una familia de clase aristocrática —tenía una esmerada educación— y por sus condiciones naturales, tenía facilidad para tratar con todo el mundo. Su personalidad era muy definida, de hombre honesto y sencillo, con rasgos de ingenuidad propios de la gente superdotada. Su personalidad era amable pero comprometido y se movía con sabiduría y realismo. Bueno por naturaleza, siempre estuvo preocupado por los demás y era incapaz de hacer daño a nadie.

Sobre esa personalidad humana, construyó una honda vida sobrenatural que le unía a Dios de un modo muy intenso, y le impulsaba a aspirar siempre a lo mejor. Partió de una formación religiosa muy cuidada, que desde joven le llevó a comprometerse con la fe. Su devoción al Señor y a la Virgen las supo plasmar con la incorporación a las cofradías de Nuestro Padre Jesús y de la Divina Pastora. También desde pronto participó en los medios de formación del Opus Dei y los continuó a lo largo de toda su vida, como cooperador de esa institución.

Aprovechó estas cualidades y tuvo un papel destacado en la vida social de Jaén. Su espíritu previsor le ayudaba a coronar con éxito los proyectos. Se puede afirmar que le recibían bien en todas partes: en la Universidad, en la Diputación, en el Ayuntamiento, en Diario JAÉN, en el mundo cofrade y, por supuesto, en el amplio sector del olivar. Esto se escribe fácilmente, pero pocas personas alcanzan esas metas. Como ejemplo quiero añadir un detalle que me admiró muchísimo: Mientras estaba ya delicado de salud, terminó la coordinación y publicación de un libro titulado “El olivar y su aceite”, en el que participaban un grupo numeroso de expertos de primera línea. Por supuesto tenía otros muchos proyectos de futuro, muestra de su juventud interior.

Su actividad profesional fue intensa desde su juventud. Destacó en su etapa de profesor, ganándose el aprecio de sus alumnos y tratando de sacar lo mejor de cada uno de ellos. Recientemente le escribían a su hija María José: “tu padre venía a clase con el objetivo de potenciar las cualidades dormidas de los alumnos y de ayudar a encaminar a cada uno. Era un ángel vestido de paisano”. Y ya sabemos que la docencia no es tarea fácil.

Le acompañé en la última etapa de su vida y comprobé la fortaleza para afrontar su enfermedad e intentar superarla, y, al mismo tiempo, aceptar la muerte, si ese era el camino real. El trato con Dios tuvo aquí un papel muy importante, que le prestó una gran ayuda para entender ese cambio de planes. No era una pose, era la manifestación de una fe bien enraizada.

Su boda con María José fue de los mayores aciertos. Formaron un equipo sólido que les permitió sacar adelante a dos hijos, que son su orgullo. También Fernando estuvo pendiente de su educación sin desentenderse un solo momento. Su hija María José al final de la Misa funeral pronunció unas breves palabras que describían la personalidad de su padre: energía, talento, simpatía y buen humor. Yo añadiría su tesón, cualidad tan propia de los hombres fuertes. En todo caso, se hizo realidad lo que podría haber sido el lema de su vida: darse hasta que no quede nada.

En el funeral en Cristo Rey, se reunió una multitud, que ofreció a Fernando el mejor homenaje que se puede ofrecer, la Santa Misa. El clima de serenidad y tristeza o de alegría y serenidad, que no sé cómo calificarlo, correspondía al de los parientes y amigos que valoraron su vida y comprenden su muerte. RIP.