“Un emprendedor desde niño, fiel devoto de la Virgen de las Mercedes”

09 abr 2018 / 08:00 H.

Eulogio Romero García es el prototipo de aquel devoto de la Virgen, campesino y creyente, que acudía a Ella en cualquier momento de su vida para imprecar su medianería con su Hijo, en los momentos importantes de su vida familiar y los de la laboral. Hacía suyos estos versos: La Virgen de las Mercedes, / la patrona de Alcalá, / danos tu gracia divina / para poder explicar//.

Pues encarnaba a aquellos recios hombres de la ciudad de la Mota, caballeros de pro sin alcurnia ni hidalguía, aquellos alcalaínos que se habían ganado su situación social con su esfuerzo y el sudor de su frente sin recibir nada a cambio. Desde una bicicleta haciendo de recovero al típico e inquieto comerciante, en su caso de chotos y cabritos, vendiendo pieles por doquier para las zambombas de Navidad, hasta alcanzar el grado de doctorado en corredor y tratante de fincas, lo que se acostumbraba en Alcalá por aquellos tiempos. Madrugando para llevar el sustento a su familia desde las primeras horas del alba. Trabajando en todos los campos que el destino le ofrecía para buscar una casa decente a su prole. Emprendiendo nuevas iniciativas y siempre arriesgando para mejorar, con sacrificio y tesón, la calidad de vida de su entorno.

Vivía en la calle Llana de Gutiérrez de Burgos, una calle que hasta nuestros días no muy alejados del siglo XXI compartía hidalguía y espíritu de empresa, labranza y servicios, vecindad y familiaridad, amistad y generosidad, Martínez Montañés y los Sotomayor, la taberna del Belbel o del Atranque y el bodegón de los Muertos. Su casa era el centro social al que acudían los vecinos para adquirir algunos alimentos básicos, en concreto la fruta que comenzaba a llegar a las calles del barrio alto de San Juan desde mediados del siglo XX, y su casa-tienda se abría a los vecinos con el espíritu familiar de una persona de bien, que era su esposa, Lola. En su casa, se compartieron tiempos de familia numerosa y de unos hijos que alegraban a sus padres y compartían su inquietud para afrontar el futuro. Mari Carmen, Merce, Eulogio y Lola fueron los últimos niños de una generación que dejó aquel barrio convertido en un recinto de personas y familias de mayor edad. En aquella casa se vivieron los primeros momentos de la extensión del cultivo de la cereza, que, en manos de su padre, ofrecían un calibre y un sabor especial. Sobrepasaban las de otras tierras y lugares. Y mira por dónde se topó en su camino. Y como dice el Romance de los Cigarrones. Compró tres cigarrones / y se fue a Consolación / y en el altar de la Virgen / una salve le rezó: / -Toma, madre mía / lo que ganaste, / y te doy las gracias, / que nos remediaste//.

Y lo hizo con tres cigarrones de oro que luce la Virgen sobre su mano desde los años finales del siglo pasado. Como aquel campesino del siglo XVIII al que lo libró de la plaga de los saltamontes de sus campos a pesar de todos los conjuros y esfuerzos de limpieza y abolición hasta echarlos en el pozo de la Mota. En este caso, Eulogio entonó un Te Deum en la iglesia de Consolación engastado en oro para darle las gracias por haberse acordado de su persona para poder afrontar con una nueva perspectiva la hacienda de su vida familiar. Sin nada a cambio, sin pensar en la oblación romana “do ut des”. De corazón agradecido y abierto.

Vinieron tiempos de una prolongada y feliz vida hasta su jubilación. Pero, la desgracia se cebó en la familia perdiendo a su hija más pequeña. Con el desvelo y la dedicación que Eulogio había tenido para proporcionarles estudios a todos los hijos para que se defendieran en la vida. Fue un día oscuro, en el que bebió como el cáliz amargo del Huerto de los Olivos, cuando le rezaba por su alma en la iglesia de Consolación. Un día amanece raso, / sale el sol y se tapó; / un nublo de cigarrones, / en el sembrado cayó.//.

Y parecía que aquellos cigarrones se introducían en un túnel oscuro como dice el romance: Un nublo de cigarrones / en el sembrado cayó / y los labradores dicen: / Ay, Dios mío, / estos cigarrones / nos dejan perdidos/.

Y aconteció tu final en el camino de la tierra. Pero estoy seguro de que aquellos cigarrones de oro fueron tu carta de entrada en el camino de la auténtica vida y le dijiste a la Virgen para que sus hijos aquellas palabras sencillas del primer donante de los cigarrones: Y a mi hijo amado, /le dejo encargado / que su madre reina, / la tienen a su lado//.

Bella lección de amor, de ofrenda, y de un hombre que lleno de fe, recorrió todo el sembrado y ve que los cigarrones a la siembre no ha tocado.