“Un hombre bueno víctima de un abuso”
AMarín Vera lo conocía de vista desde hacía años, pues era vecino en la calle Real de Alcalá de su paisano Antonio Ortega, “Cojo Rayo”. Era un hombre tranquilo y bastante silencioso. Sin embargo, no fue hasta hace una década cuando, gracias a mi trabajo como periodista, tuve ocasión de conocer la dimensión de un drama que llevaba en silencio junto con su esposa, Carmen Ochoa Aguilera. Ambos denunciaban que, en 1957, unos importantes médicos jiennenses, desde la más absoluta impunidad, les arrebataron, con descaro y prepotencia absolutos, un niño que —afirmaban ambos cónyuges— nació sano. La lucha, con múltiples gestiones de los dos, por recuperarlo fueron estériles. Gente humilde, pero honrada y de gran corazón, el sistema, como una losa, fue insensible a su dolor. Carmen falleció en 2014 y él acaba de irse. Los dos no tuvieron un consuelo de la Justicia, a pesar del tan cacareado interés por esclarecer los casos de bebés robados en pleno franquismo.