Atalaya tras el corazón verde

Buena parte del pantano de El Tranco está incluido en su término municipal y los contrastes son únicos

22 feb 2017 / 11:12 H.

Si su castillo es una atalaya que domina gran parte del valle sobre el que reposan las plácidas aguas del embalse de El Tranco, el pueblo en sí es un nido de águilas, en sentido metafórico, con unas vistas impagables a buena parte de la Sierra de Segura.

El origen del nombre parece remontarse a su pasado romano, “furnus” en latín, que, en román paladino, significa “hornos”, pero no está nada claro y así lo hace constar Miguel Martín, uno de los vecinos, interesado por la historia del municipio. Sea cual fuere la procedencia del nombre, Hornos de Segura se eleva pintoresco sobre el verdor de los pinos, con vocación de ver y ser visto, porque tanto monta, monta tanto, como reza aquel lema real que podría considerarse el primer acuerdo histórico de la igualdad de género.

Desde la carretera de montaña que bordea la orilla noroeste de El Tranco, el casco urbano de Hornos se yergue sobre un inmenso peñasco y, en todo lo alto, el castillo roza imponente el mismísimo cielo con su torre del homenaje sin almenas. La historia de este baluarte medieval se remonta al siglo XIII y sus murallas protectoras, también lisas y sin almenas, de las que apenas quedan unos paños, rodeaban en sus mejores tiempos el casco urbano. El castillo, lo que queda de él, ha sido sometido, al menos, a un par de restauraciones más o menos acertadas. En los años 70, el arquitecto Luis Berges rehabilitó las murallas y la torre del homenaje. Pero la rehabilitación más a fondo comenzó en 2004 y duró 8 años. Hoy se accede al interior del castillo por un arco ojival, a modo de puerta, que debió ser una licencia poética del restaurador, pues su escasa altura y anchura lo hacen impracticable para un carro o un jinete a caballo. Eso sí, como los visitantes tienen que subir a pie, el arco anuncia impertérrito que se ha llegado.

El castillo es hoy principal reclamo turístico de este municipio serrano, ya que en sus dependencias se alberga el Cosmolarium, una auténtica joya, que con el buen tiempo atrae al municipio riadas de turistas. Lo dirige Gloria Jódar, una geóloga, que no cesa de innovar los contenidos, de forma que siempre sorprendan a los visitantes. Ella es, en parte, “alma mater” del Cosmolarium: “La idea original partió de Manuel Toharia, el conocido divulgador científico”, precisa Gloria Jódar. Una vez que se puso en marcha la idea, el proyecto pudo ser una realidad gracias al apoyo de diferentes administraciones, como la Diputación Provincial de Jaén, la Junta de Andalucía o el Ministerio de Cultura. Sus dependencias están dotadas de nuevas tecnologías e incluyen un planetario que permite la observación simulada del universo visible desde la Tierra. También se organizan observaciones astronómicas nocturnas con telescopio. En este espacio privilegiado de divulgación astronómica se hacen talleres escolares y otras actividades.

Como novedad, Gloria Jódar anuncia que los próximos 25 y 26 de marzo, el Cosmolarium acogerá un encuentro científico y turístico denominado CosmoTur.

Otro de los grandes atractivos de Hornos de Segura es su casco urbano, de trazado medieval, con calles estrechas que serpentean y casas encaladas. Si se camina desde la entrada al pueblo en dirección hacia la iglesia de la Asunción (siglo XVI) se pasará junto a un mirador junto a una impresionante vista de El Tranco. Pero los propios vecinos coinciden en señalar que, aparte de la que se ofrece desde el castillo, las mejores vistas son las del mirador del Aguilón, un balcón en cortado, a espaldas del Ayuntamiento, desde el que el paisaje resulta maravillosamente fascinante. Y como algo tendrá el agua cuando la bendicen, este pueblo fue declarado conjunto histórico-artístico en 1985.

Lo mejor, tras recorrer sus calles, es degustar su gastronomía, que es la misma que se puede encontrar en su entorno serrano, con el plus de que sus bares y restaurantes se esmeran por ofrecer lo mejor de su tradición, pero con la sorpresa de cuando se va un paso más allá y se descubre un mundo de matices y sabores diferentes, de la mano siempre de la cocina tradicional.