José Ramón de la Morena: “No me siento un líder de opinión, ni un líder de la radio, lo juro”
El ambiente en la redacción, por la hora que es, está en calma. Carlos Bustillo, como siempre en la proa, diseña la madrugada de radio. Creo que acaba de terminar la reunión en la que se ha dibujado El Larguero de esta noche. Pepi, secretaria de José Ramón, cruza la redacción con la urgencia en los ojos y entra en el despacho de Joserra. Vivir las urgencias al límite siempre provoca la misma mirada; eso está en el alma de la radio. Hoy como ayer y mañana como siempre.
De la Morena ha pasado por todos los espacios que se deben cruzar para conocer el oficio, no se ha ahorrado ni un tramo. Eso le da una ventaja y explica muchas cosas. Ahora mira desde la azotea, pero en su cuerpo lo lleva. Sabe quién es, de dónde viene. Es consciente de que alguna vez se acomodó, le perdió la cara al toro y lo pagó con una cornada de dos trayectorias: una la de la audiencia y otra la del desasosiego personal. Ahora, más sereno y más profundo, sabe que, quizás, esté haciendo mejor radio que nunca. Se le nota.
—¿Ha cambiado mucho el De la Morena que empezó al de 25 años después?
—Ha cambiado casi todo. El esqueleto es el mismo y los ideales los mismos. Sigo teniendo las mismas ilusiones, pero no es que cambies, es que te cambian. El éxito, el presunto éxito, te cambia. Quieres ser igual, pero no lo eres. Te cambia la calidad de vida, la presión para seguir manteniendo esa calidad de vida. Te pones la zanahoria cada vez más lejos y tú mismo te vas presionando para cubrir más objetivos, terminas por estrujarte. No te lo impone nadie, lo haces tú mismo. Si echo la vista atrás resulta que me he perdido una parte esencial de la vida de mis hijos. No he cenado con ellos, no les he ayudado a hacer los deberes, no les he acostado. He perdido mucho en eso. Trabajo los fines de semana y en verano y en vacaciones ellos tienen sus actividades, y tampoco es fácil. La vida nos exige mucho a todos y creemos que ganamos calidad de vida cuando, en realidad, lo que hacemos es ganar materiales de calidad, que es diferente.
—¿Alguna vez se ha perdido de vista, ha llegado a no reconocerse?
—No. No he llegado a perderme de vista, pero temo perderme. No me he perdido, no, pero cada vez me veo más lejos. Todavía veo el punto de partida, trato de no perderme.
—¿Qué pasa por la cabeza de un líder de opinión cuando sabe que llega a millones de personas?
—Juro que no me considero un líder de opinión, ni siquiera un líder de la radio, lo juro. Llevo mucho tiempo. No voy de humilde. He demostrado que soy capaz de hacer muy buenos programas, pero también estoy en el mejor escaparate y si estás en el mejor sitio, obligatoriamente, te escuchan. Yo no sería el mismo si hubiera aparecido en SER Ebro o en la radio de Brunete. La base de todo es el escaparate y tener la suerte de trabajar siempre junto a los mejores, porque en la “SER” siempre están los mejores, con lo cual me incluyo, creo que puedo estar entre los mejores. Sin embargo, una cosa es estar entre los mejores y otra cosa es ser el mejor. El mejor no existe, existe el mejor escaparate.
—Una oleada del EGM le dio la noticia de que había perdido 300.000 oyentes y usted compareció en antena pidiendo disculpas. ¿Qué pasaba por su cabeza?
—Cuando se pierden oyentes existe la tentación y el recurso fácil de decir que no se cree en las encuestas, pero si llevas toda la vida usando las encuestas para respaldar tu credibilidad y tu liderazgo, cuando pierdes, no puedes cambiar de criterio. Sería una blasfemia. Además, cuando haces algo mal, la gente se da cuenta. El oyente de la radio es más fiel que el de la televisión, pero al final, si haces algo mal, va más lento, pero se nota. Lo que hice fue un examen de conciencia y me di cuenta de que, posiblemente, me había acomodado y que tenía que “resetearme” un poco y pensar en las cosas que estaba haciendo mal. Estoy en ello y creo que en estos tres últimos años he hecho mejor radio. Me he hecho más permeable a otras ideas. Antes tenía que ser lo que yo viera y cómo y ahora, como voy cumpliendo años, me doy cuenta que tengo que escuchar a la gente joven.
—Fue la gente joven la que le aupó al liderato hace ahora 20 años.
—Me colgaron el “sambenito” de que mi audiencia era solo de gente joven. Silvio González, cuando estaba en A3, dijo que mi audiencia era de gente joven y que los jóvenes no tenían poder adquisitivo, que no podían acceder al consumo y que, aunque me escuchara mucha gente, no había relación posible con lo que vendía la publicidad. Bueno, pues ahora toda aquella gente ha terminado la carrera, son profesionales y sí tienen poder adquisitivo… Por seguir con esa teoría. En cualquier caso, aquel público ha envejecido conmigo y sé que tengo que dirigirme a la gente que viene, a los jóvenes de ahora. Esa es la razón por la que escucho más a la gente joven de la redacción y me dejo convencer más fácilmente que antes.
—¿Con el paso del tiempo entiende mejor a José María García?
—Verás… hace un año comí con él. Fue una conversación larga. La verdad es que ni él me ha conocido a mí ni yo le he conocido a él como persona. Debajo de cada uno de nosotros dos existe una persona, con sus filias y sus fobias, con sus alegrías y sus penas y con el mismo miedo a morirse. Nosotros tuvimos un enfrentamiento del que jamás he presumido. Siempre he dicho que yo no fui un buen ejemplo; él tampoco. Él fue un gran periodista; probablemente, el mejor como reportero porque inventó cosas. Yo creo que fui también buen periodista, pero no llegué a su altura en el reporterismo porque él, en aquellos momentos, fue muy bueno. Este es un análisis profesional, pero él, entonces, se olvidó del periodista que era y se quedó en el púlpito. Eso le dio poder y el poder le llegó a emborrachar.
—¿Nunca ha estado en el púlpito?
—Yo me repetía insistentemente: “A mí no me pasará eso”, pero hay mucha gente que me dice que ya me ha pasado y eso me pone de muy mala leche. Yo me digo que no, pero, si te lo dice tanta gente y tantas veces, es que me ha tenido que pasar. También es verdad que, cuando alguien te quiere hacer daño, te ataca por ahí, por donde más te duele. De todas formas, ese púlpito te invita a dar opinión y cuando esa opinión no gusta, el que no la comparte acaba diciendo: “Se ha convertido en García”. Alguna vez he dado catequesis, pero no es algo de lo que me sienta orgulloso.
—¿Fue un alivio cerrar la puerta que tenía abierta con García?
—Un poco sí. Posiblemente fue un poco tarde, pero creo que todavía a tiempo. De todas formas, lo que me hubiera gustado preguntarle y no lo hice es qué se siente después de haberle dado la vuelta al viento. Qué hay detrás de esto cuando se acaba, cuando se apagan las luces y dejan de conocerte, de reconocerte. Cuando entras a un sitio y uno tiene que explicarle a cinco quién eres. Yo estoy muy cerca de eso y quiero prepararme para ello. Quiero que se me recuerde con un poco de cariño. Soy católico, pero no creo en el cielo. Sin embargo, creo que existe el cielo en la tierra. El infierno es ese rastro que dejan personas odiadas de generación en generación y el cielo es lo que dejan personas a las que siempre se les recuerda con agradecimiento.
—¿Le sigue gustando el fútbol?
—El fútbol me ha vuelto loco desde pequeño. Ahora lo veo de una forma más profesional, porque da la impresión de que más que disfrutar o comentar el fútbol, escuchas lecciones de geometría: rombo, 4-4-2; 4-3-3… ves eso y ya no lo disfrutas tanto... Los chavales conocen mejor eso que el teorema de Pitágoras.
—¿Cómo ha visto lo de Casillas y Diego López?
—Eso ha sido un poco los amigos de Casillas contra Diego López. Casillas tiene una peña muy importante porque con la prensa se ha portado muy bien, lo ha sabido hacer muy bien y Diego López es un gallego muy serio, muy buena persona, más introvertido, que llegó en un momento complicado al Madrid.
—¿Qué sintió cuando se fueron de la “SER” compañeros de toda la vida?
—Me dolieron unos casos más que otros. Ya lo he metabolizado. Cuando escuché decir: “Estamos donde queríamos estar”, se acabó. Creo que no hay frase más clara. Yo sé dónde quiero estar, en la “SER”.