Al mal tiempo los jiennenses le pusieron buena cara y bajaron al ferial el día grande

Las casetas sirvieron
de refugio durante el aguacero y, en general, animaron
la jornada

19 oct 2018 / 11:37 H.

Cada octubre, por San Lucas, debe de producirse algún tipo de contubernio astral o alineación planetaria, porque no falla, salvo contadas y honrosas excepciones. “Cuando Jabalcuz tiene montera, llueve en Jaén quieras o no quieras”. Así reza el dicho para todo el año. Pero como lo de la montera es cosa taurina, también se puede aplicar a la feria de San Lucas y existe una antigua máxima griega o ibero-cartaginesa, vaya usted a saber, que reza: “Si hay toros en Jaén, lluvia a tutiplén”. Y como la cosa podría ir de santoral, a San Lucas, que es el bueno, el de la fiesta, le colgaron el “sambenito” de ser una feria pasada por agua. Y santas pascuas. No se puede luchar contra los elementos. La Ley de Murphy. Y no hay que darle más vueltas.

El peor momento desapacible del día grande en el recinto ferial fue pasadas las dos de la tarde, justo cuando el personal estaba con los arreos enjaretados, dispuesto a dejarse caer por las casetas. El jarro de agua fría frenó el ímpetu inicial y echó a muchos para atrás. En otros casos, fue un chorreíllo continuo de gente fiel a sus principios y a sus compromisos y, cobijados bajo un paraguas o un chubasquero, se dirigieron a la caseta en la que habían quedado previamente para celebrar una comida familiar, de empresa o entre amigos, pues tanto monta, monta tanto, en una oferta tan apetecible. Algunos de ellos se dirigieron al ferial en coche, otros lo hicieron en el autobús urbano que da servicio durante la feria. También hubo quien decidió acudir a pie y, a lo largo de la Avenida de Granada, el reguero de personas de todas las edades fue continuo durante la tarde y hasta que oscureció. Las casetas bien, pero sin agobios.

Como no hay mal que por bien no venga, donde unos ven un día de feria gris y pasado por agua, otros contemplan una magnífica oportunidad de negocio. Por un lado, las casetas se fueron llenando poco a poco de gente que buscaba resguardo y se arrimaron a la barra o a una de las mesas libres, para disfrutar de una cerveza, un vino o un refresco y de unas raciones o una buena comida.

Por otro lado, nada más caer las primeras gotas, el ferial se llenó de vendedores deambulantes, que iban de aquí para allá en su trajín, mientras ofrecían al personal paraguas plegables o rígidos y chubasqueros de colores a cinco o seis euros. La ley de la oferta y la demanda. La pela es la pela y, el comercio, un negocio.

Quienes lo tuvieron peor fueron los feriantes de las atracciones. Por un lado, estaba la reducción de la clientela y, por otro, que sus cacharritos estaban mojados y eso los hacía menos apetecibles. Adrián Luque es un feriante gaditano que viene a San Lucas desde que siendo pequeño lo traían sus padres. Regenta la mini pista de coches de choque “Magic Cars”. Con la lluvia tenía el ánimo resignado: “La atracción no anda con agua, porque los coches patinan. Pero la lluvia no es buena para el negocio y todas las atracciones que no están cubiertas lo notan. Además, la gente no baja con mal tiempo”.

El mal tiempo no pudo del todo con los cacharritos

Para un niño la feria es un subidón que roza el frenesí. No solo por la cantidad de sensaciones que aporta el gentío y el volumen de la música, sino por los cacharritos. Siempre hay una oferta variada para cada tramo de edad y en todas las atracciones el disfrute es bueno, lo que hace que algunas sobrevivan décadas e, incluso, más de un siglo, como es el caso del tiovivo. A pesar de la lluvia y las atracciones mojadas, los niños más intrépidos no dudaron en subirse en ellas.