Antigua, patrimonio de la Unesco

Desde la ciudad del Volcán de Fuego se preparan los equipos médicos de la Obra Social de Pedro

14 sep 2018 / 12:00 H.

Cuesta acostumbrarse al amanecer tan madrugador; aquí a las cinco de la mañana es de día. La gente se desvela y los hay, que miran el teléfono para charlar o ponerse al día con las noticias; otros, tratan de cambiar de postura, resistiéndose a empezar la jornada tan pronto; incluso los hay que aprovechan para ir a correr. El desayuno se va a hacer en las casas, en la Cuatro en particular, donde se ha montado una especie de bufé libre para que cada cual se haga sus tostadas, tome bizcocho de plátano o simplemente entone el cuerpo con café. Todos saben ya su sitio y, salvo el equipo que va a pasar toda la semana en Patzún, se dirigen a los quirófanos de la Obra: hoy empiezan las operaciones.

La ciudad de Antigua, que es como popularmente se la conoce, a pesar de que su nombre oficial es, y atentos al dato: Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala. Está claro que, a parte de ser muy largo, es muy pedante. Hicieron un buen apaño con el nombre. Pues, como decía, Antigua, se sitúa en una meseta que preside el, también, todopoderoso, Volcán del Fuego, habiendo mañanas que saluda con un humeante y autoritario gesto de: “cuidado, que aún sigo aquí”. La ciudad ha sufrido varios terremotos a lo largo de su historia, que han hecho que quedara parcial o totalmente destruida, e incluso abandonada. Hechos, que en su día, hicieran necesario un traslado de la capital del país, a la actual. Otra diferencia que notará el jaenero de secano, que una vez vio llover, es que aquí, en la estación húmeda, todos los días lloran las nubes. Como mínimo, una vez al día.

La Unesco, hace ya más de tres décadas la declaró Patrimonio de la Humanidad, algo de lo que presumen muy orgullosos los “antiguos”. Las fachadas de las casas han de ser pintadas ... haciéndolas parecer viejas y dándoles ese toque tan pintoresco. Las calles, en cambio, son de adoquines, lo que produce que la amortiguación del vehículo, sea casi tan fundamental, como el aire acondicionado en los coches de Jaén. Los antiguos, son gente respetuosa y educada, incluso cuando conducen. Se molestan mucho si alguien aparca mal o se salta la señalización. Por lo visto es una anomalía que tiene La Antigua, en el resto de Guatemala sí gustan más de aparcar en doble fila y no poner intermitentes. Ver cosas como esta, lo hacen a uno sentirse en casa. Hablando de tráfico, los autobuses aquí son muy familiares: recuerdan a las películas estadounidenses de los años setenta y ochenta, en la que los conductores hacen un recorrido para recoger a los niños y llevarlos al colegio. Tanto, como que son los mismos. Y a veces, cuando toca andar detrás de uno de ellos, casi dan ganas de pedir cita, para ver si sale favorable el diagnóstico de cáncer de pulmón.

He estado escribiendo en un banquito de la plaza central, donde se encuentra la Municipalidad, que es como llaman ellos al ayuntamiento y, a eso del mediodía, la tranquilidad que se respiraba, se ha visto quebrada por un coche con la sirena encendida, y muchachos tras él, alrededor de unos cuarenta. Corrían portando una antorcha e iban vestidos con chándal coloreado de celeste y blanco, colores patrios aquí. Han leído un manifiesto en el centro y han desplegado pancartas, se preparan para celebrar la independencia española, y no parecían muy tristes, no. Vuelvo a mandarle un saludo a mi profesor de Historia y a cómo nos contaba lo tristes que se quedaron cuando nos echaron y lo bien que ahora estarían si siguieran sometidos.

Desgraciadamente, en el desayuno, nos hemos enterado del fallecimiento de Benjamín Narbona Calvo, que fue baja para la expedición, poco antes de que ésta empezara. Semblante serio y emocionado de los que más lo conocían, nos cuentan a los nuevos, quién fue. Mis respetos a todos los que lo conocían.

También hoy, desde La Antigua, pero con una gran tormenta, me despido.

La obra de John Cheatham

Cuando me llevaron a ver los quirófanos que había montados en las instalaciones de la Obra, descubrí una pequeña sala, apartada de las demás y con acceso a ella, desde la calle, por un lugar independiente al resto. Era un consulta de oftalmología donde un par de días a la semana, por la tarde, un médico guatemalteco, acude a pasar consulta gratuitamente a los pacientes, haciendo obra social, claro. Tras una cortina, se esconden una estantería, que junto a una mesa de pupitre y una silla, hacen las veces de despacho y estudio. Mientras abandonamos la estancia, escucho la historia del médico John Cheatham, que fue quien la creó, siendo mentor del actual residente. Supongo que aún queda algo de social, en la Obra.