El muro de la vergüenza

Un vecino pide al Ayuntamiento medidas contra el deterioro de su casa, provocado al demoler las viviendas colindantes

23 mar 2017 / 11:46 H.

Nicolás Ortiz (64 años) ha dejado de dormir en su habitación. La madrugada del lunes no pegó ojo y, el martes, cuando se iba a la cama, después de ver un rato la televisión, cuenta que se “acojonó” y se cambió a otro dormitorio. Una grieta horizontal con varios centímetros de ancho que recorre una de las paredes y ha hundido la encimera de la cocina que linda con el dormitorio es la razón que le quita el sueño. Pero hace ya siete años que observa cómo el inmueble en el que lleva viviendo 40 años se deteriora progresivamente, hasta el punto de que, en estos momentos, lo siente como una amenaza.

Todo comenzó cuando “en 2009 o 2010” el Ayuntamiento demolió los números 3, 5 y 7 de la calle Hornos de Santiago, en el barrio de San Juan. “Estaban en estado de ruina y, para evitar que se metiera gente, las demolieron”, expone Ortiz. Sin embargo, el derribo fue tan “bestial”, que, a partir de ese momento, el piso en el que vive, en uno de los bajos del número 6 de la calle Álvarez, empezó a resentirse y la humedad comenzó a expandirse hasta campar a sus anchas, como ocurre en la actualidad. En el dormitorio que ha abandonado apareció entonces una grieta en diagonal. “Echaron escombros y, como entra agua, se ha dejado caer”, indica.

Con el paso del tiempo y la humedad, la medianería se ha abombado varios palmos que son perfectamente visibles desde el exterior, por Hornos de Santiago, y se han formado agujeros que —asegura— “están llenos de palomas”, con el consiguiente perjuicio que ello supone para el bloque, en general. De hecho, en la cuarta planta, Ana Belén Muñoz confiesa que empiezan a preocuparle las grietas que ya se acumulan en su piso.

No obstante, la peor parte está en el bajo de Ortiz. Aquejado de problemas cardíacos, en tratamiento psiquiátrico y obligado a estar conectado 16 horas al día a una bombona de oxígeno, este hombre lleva varios años lidiando, a base de trampas y raticidas plagadas por toda la casa, con los roedores que se cuelan por uno de los agujeros que hay en la medianería y que, casi a ras de suelo, conecta con su dormitorio. “Es una vergüenza. Esta no es forma de vivir”, se lamenta el hombre.

En 2012, denunció la situación al Ayuntamiento. La Gerencia de Urbanismo concluyó que el deber de conservación de los inmuebles y, por ende, la subsanación de las deficiencias correspondía a los propietarios. Se instaba a la visita de los técnicos municipales para calibrar la situación y, de no darse las condiciones de seguridad y habitabilidad, ordenar a los propietarios el cumplimiento de sus deberes legales. Pero nadie ha hecho nada, se queja Ortiz, y la situación ya es insostenible: “Esta casa es lo único que poseo y de aquí tendrán que sacarme con los pies por delante. No tengo dónde ir, ni posibles”. Por eso, ruega al Ayuntamiento, que —dice— conoce sobradamente la situación que sufre, actúe de forma subsidiaria: “Es responsable porque fue el que derribó”. Al borde de la desesperación, concluye con una advertencia: “¡Si tengo que hacer una huelga de hambre, la hago!”.