El virrey y su tesoro en el océano

Un cañón de 500 años sirve para revivir la figura histórica del señor de Villardompardo

14 sep 2017 / 10:22 H.

Como en la canción está la Puerta de Alcalá, el Palacio de Villardompardo, en el barrio de La Magdalena, ve pasar el tiempo, abierto a los turistas que quieren conocer los Baños Árabes y a los parroquianos que se sientan en los bancos de su lonja para echar el rato. El bello edificio renacentista tiene un porqué y un hecho de actualidad, el hallazgo de un cañón del siglo XVI en la luminosa costa portuguesa del Algarve, permite recordarlo y desempolvar la figura del original dueño de este monumento. Y es que el caserón fue levantado por un conde de una estirpe jiennense, Fernando Torres y Portugal, que llegó a ser virrey de Perú, entre los años 1585 y 1589, el séptimo noble que fue distinguido con este honor por la, por entonces, todavía todopoderosa corona española. Era la época de Felipe II, hijo de Carlos V e Isabel de Portugal, que, en su largo viaje de novios por Andalucía visitaron Baeza, cuando en el imperio español no se ponía el sol.

Fernando Torres y Portugal, como dignatario de una monarquía que hacía y deshacía a sus anchas en América, un territorio virgen, con inmensos recursos, que España administró como propios durante más de cuatrocientos años, no debía de tener muchos problemas de liquidez, gozaba de lujos y encargaba sus propias armas, aunque no tuviera pensado usarlas. Uno de estos “caprichos” emergió en la tercera de las expediciones científicas al pecio de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, una fragata española, hundida por los ingleses en 1804, en aguas del Golfo de Cádiz. Se trata de una culebrina, un cañón, bautizado como Santa Bárbara, que es de bronce, pesa casi tres toneladas y mide casi cuatro metros y medio. Una pieza excepcional, según el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, promotor de los trabajos subacuáticos que ejecutó en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el Instituto Español de Oceanografía (IEO), organismos dependientes del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, y la Armada española. Este basílico, que también se conoce así a este tipo de herramientas de guerra, fue encargada en 1586 por Fernando de Torres y Portugal, en su segundo año de virreinato, y ayuda a documentar la vida de este señor que, como reconocen los historiados, es muy poco conocido. A ello quizás contribuya el hecho de que, tras su mandato, fue objeto de injustas campañas de calumnias por la Inquisición, con la que se enfrentó. La culebrina, como ejemplo del gusto y el primor con el que fue fabricado, tiene numerosos campos decorativos en relieve, formados por cenefas mitológicas dedicadas a la Abundancia y cuarteles con el encargo del conde del Villar, escudo de Castilla y León, el nombre del cañón, Santa Bárbara, y el del artesano que lo fundió, Bernardino de Tejeda. Tiene dos asas de delfines, una decoración con animales que se repite en la culata del cañón. En el Archivo General de Indias, de Sevilla, se conserva el documento de cargo de la Santa Bárbara, como se refleja expresamente en el papel oficial, junto a la otra culebrina recuperada en esta expedición, la Santa Rufina, algo posterior, y encargada por Luis de Velasco y Castilla, virrey de Nueva España, México. La bombarda del noble jiennense y su compañera, tal y como está previsto, se exhibirá en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, en Cartagena, también lejos de la ciudad del conde que se construyó su palacio en La Magdalena.