Tierra que alivia el paro

Empieza a caer la fuerza del sol y un grupo de vecinos del Polígono del Valle salen de la rutina de sus pisos para adentrarse en la liberación, la que consiguen en los huertos urbanos. Un lugar de encuentro, que se convierte en un oasis de la ciudad y que, con mimo y paciencia, cuidan para obtener de su tierra alimentos: tomates, patatas, pepinos, berenjenas o  frutas de árboles que sembraron con ilusión. Dicen que la tierra es la madre. La que da la vida. Una máxima que se aplica tal cual en estas personas.

25 jul 2014 / 22:00 H.


Porque estos productos alimenticios no son solo los que les dan energía para desempeñar sus trabajos, para afrontar el resto del día y los problemas que asolan a un barrio que destaca por el alto índice de desempleo. Y es que, en estos mil metros cuadrados, también se riega el alma, la mente, la ilusión y el sentido de la comunidad y de la responsabilidad.
En su interior, el olor a tierra traslada a sus visitantes a otro lugar, una sensación que disfruta cada dos días María Dolores Prados Martínez, de 76 años. Una de las propietarias de la veintena de parcelas que acude para regar y cuidar sus tomates, cebolletas, calabacines, pepinos, berenjenas, y lechugas. “Tengo de todo un poco. Intenté plantar melones, sandías y habicholillas, pero no dieron resultados. Bueno, otra cosa se pondrá”, dice resolutiva y con una energía envidiable la señora.
“Soy de las más mayores y tenía experiencia de trabajar en la aceituna. Me desenvuelvo bien, aunque tengo un nieto que me ayuda”, indica María Dolores. En su caso, la experiencia del huerto le permite acabar el mes con un desahogo: “Me permite ahorrar algo, porque mi pensión es pequeña”.
Vecina del Polígono del Valle, participa en la iniciativa desde Semana Santa y no duda en reconocer lo bien que desempeña su labor. “Los tomatillos cherry ¡están de muerte!, y las cebolletas van muy bien para ensaladillas”, asegura Prados, quien llega a reconocer que ella va por la tarde. “Suelo bajar entre las siete y las diez de la noche y me dedico a mi  roalillo”, indica la mujer mientras observa con orgullo su parcela.
A unos metros de María Dolores, Consuelo Cruz Martínez, conocida como Chelo, la hortelana, trabaja junto a su hijo. Es una de las veteranas de la iniciativa municipal y de las que más trabaja la tierra en la que siembran. De esta labor recuerda el proceso que permitió devolver a la tierra su pureza. “Esto era un vertedero”, dice Chelo, quien destaca la parte terapéutica del huerto.
De gestión municipal, por medio del Centro Social del Polígono del Valle, las parcelas son cuidadas por asociaciones de discapacitados, mayores, niños, sociales y de vecinos, entra otras, pero también por familias. “A mí me la concedieron porque tenía problemas psicológicos. Ahora, cuento con la implicación de mi familia. Es una experiencia muy buena, pues conoces a gente de todo tipo y mi niño se relaciona con otras personas”, cuenta, emocionada, “la hortelana”, quien asegura que el día que no baja es como si me faltara algo. “Es una satisfacción para todos, pues nos ayudamos entre nosotros. Hemos creado un vínculo, en el que contribuimos al autoconsumo y se fomenta el sentido de la responsabilidad”, expresa la vecina.