La mitad de los niños, desnutridos

Internacional para el Desarrollo

17 sep 2018 / 12:02 H.

Hoy sí, por fin: he conseguido dormir seis horas seguidas. Creo que voy superando la diferencia horaria. Ducha, desayuno y al tajo, lo de siempre. Plan de hoy: escribir, entrevistas, juegos a la maleta y viajar a Patzún.

A mediodía voy a acompañar a Basilio, que se reunirá con el encargado de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo) en Guatemala. Es un tipo alto, entrado ya en la mitad de siglo, que peina su, cada vez menos morena, cabellera, con la raya en medio. Viste camisa de cuadros azules y vaqueros. Lo hemos recibido en La Quinta de las Flores, que es el hotel donde nos alojamos. Se ha presentado como Miguel mientras conocía el lugar. Ha quedado encantado con él: las flores no están solo en el nombre. Ya en la comida, con una Gallo servida, hablamos de Guatemala, de sus problemas y de cómo está viendo el país (acaba de cumplir el año aquí). Pero antes, gusta de marcar territorio y critica a nuestro actual presidente: le gusta el color de su camisa. Me quedé con la duda de las águilas. La verdad es que el tiempo pasa entre incómodo y despacio. Rememorando, para estas líneas, descubro que lo único que mereció la pena, es saber que en Guatemala, la mitad de la población infantil tiene problemas de desnutrición crónica; me lo apunto.

En el viaje a Patzún, donde está el otro equipo médico, lo vamos a pasar mal. Los muchachos aquí, para celebrar la independencia, salen a la calle con una antorcha, que se van relevando mientras atraviesan ciudades y carreteras. Sé que ya lo he dicho antes, pero es que es muy molesto: van sin seguridad, por mitad de la calzada, que la mayor parte de las veces no tiene ni arcén y sin señalización. Cuando le pregunto al marido de Eloísa, Roni, si habido algún accidente debido a esto, me dice que no. La verdad es que me cuesta creerlo, pero bueno. Un viaje de hora media, hecho en tres. No llegamos a los cincuenta quilómetros de la capital, Ciudad de Guatemala, cuando empieza la cosa a ponerse seria. Eloísa nos advierte de que aquí hay etnias que tratan de aplicar su ley, independientemente de la gubernamental. Yo pienso que como los gitanos aquí, pero cuando veo barreras levadizas en las entradas del pueblo y cárceles gestionadas por estos grupos, dejo de pensar y comienzo a preocuparme. Sí, he dicho cárceles. Un edificio construido y utilizado para encerrar y latiguear a los culpables. Sí, también he dicho culpables, porque aquí presunto, es un ser imaginario, amigo del unicornio.

Terminamos el viaje en el orfanato, en el que han hecho un pequeño hospital con dos quirófanos. Nos reciben los niños, con unos bailes que han preparado para despedir a todo el grupo, pues mañana por la mañana, al acabar de operar, nos iremos. Se ha comprado una piñata para que los niños jueguen y un pastel para celebrar el cumpleaños de uno de los médicos, Antonio. Puedo decir con seguridad, que el baile de los mayores, era el de las niñas. Como ha ocurrido en China, éstas son casi siempre abandonadas por sus padres. No me voy a poner pesado con que el machismo es un problema, pero uno de los médicos, ha criticado a una chica que lucha por la igualdad. Y no es la primera vez. Ni el único. Aunque no suelo prestar atención a lo que dice, es de los que gusta hacerse notar, así que no me será difícil: voy a contarle las veces que vuelve a ser un hipócrita.

Tenemos un intento de tomar algo y relajarnos, y digo intento, porque, pasados veinte minutos, la gente comienza a bostezar, a frotarse los ojos e incluso a dar alguna cabezada. Aún no sé bien si por las historias del abuelo batallitas Basilio, o porque después de dieciocho horas despiertos, el cuerpo dice basta. En la cama, para dormir, nos han puesto tres mantas, algo raro e inesperado desde que estoy aquí, aunque totalmente justificado si uno piensa en los 2.213 metros que tiene de altura. Me toca dormir con Víctor, un médico de Jaén al que han desterrado a dormir solo al palomar porque ronca mucho. Él alega que tiene una máquina que hace que no haga ruido y que, como mucho, suena un poquito a la característica respiración de Darth Vader. Ágeda y Laura, dos de las enfermeras, me han ofrecido una cama libre que quedaba en la habitación grande. Supongo que mañana saldré de dudas.

Desde Paztún, esta noche, arropado completamente, y mirando de reojo la máquina de Víctor, me duermo.

El por favor y gracias van con el mucho gusto

El guatemalteco habla bajito. Desde el primer día noté que pasaba algo raro, pero hasta que no me he visto constantemente rogando que me lo repitieran, no me he dado cuenta que había un problema. Si bien al principio he podido pensar que la diferencia de dialectos o el acento pudieron ser los culpables, lo descarté al poco tiempo. Después empecé a pensar en los posibles problemas auditivos que pudiera tener, creo que a mis 27 años, también es descartable. Me queda, pues, pensar que son ellos los que susurran la mayoría del tiempo. El por favor y gracias, van acompañados de mucho gusto y la mirada esquiva. Pudiera ser simplemente anecdótico, pero en un país en el que hace falta tanto, que la gente hable bajito dice mucho. En detrimento, por supuesto. Habla de sumisión y resignación a lo que venga. Se dice que es mejor pedir perdón que permiso, pero cuando uno ruega el permiso y pide perdón, sólo por si a acaso, algo, internamente, no va bien.