La tristeza no está invitada

Niños huérfanos celebran una fiesta con baile con motivo del día de la Independencia

18 sep 2018 / 12:00 H.

Amanezco antes de las seis de la mañana, acompañando al sol. Cuando me levanto, Víctor, aún sigue durmiendo, a ver si me acuerdo luego de decirle que la máquina funciona. Aún es temprano para entrevistar a nadie, así que busco un lugar apartado, para pasar a limpio alguna que otra nota. Hay unas escaleras de caracol metálicas que trepan por fuera del edificio donde duermen las monjas, aunque no tengo muy claro a qué parte exactamente. Subo algunos peldaños y me siento, abriendo mi libreta. Desde donde estoy, puedo escuchar como los niños se visten para el desfile patriótico que van a hacer todas las escuelas del país con motivo de la Independencia. En realidad, el día quince, es mañana, pero como cae en sábado, han hecho festivo el viernes.

Anoche, en la fiesta, los niños nos sacaron a bailar, invitándonos a repetir los sencillos pasos de baile que habían memorizado. Mientras los niños jugaban con la piñata, y los caramelos, María, una médico del proyecto, me iba contando historias de los niños. Huelga decir que, como huérfanos, la mochila que llevan ya desde pequeños, es más pesada que las que llevaremos algunos adultos. Un chico joven, muy delgadito pero risueño, es el mayor de cinco hermanos, todos ellos están allí; otra fue abandonada con seis años y aún pregunta por su familia; así estamos un rato. Una chica joven me mira desde el fondo preguntándose quién puede ser ese que va por ahí apuntando cosas y qué escribiré exactamente. En sus brazos tiene a un bebé de apenas unos meses de vida. Cuando María se da cuenta en la dirección en la que estoy mirando, me cuenta que residía en el orfanato, que se salió, y que el novio de su hermana la violó, luego ambos se fueron a los Estados Unidos. Había vuelto porque no tenía adonde ir, ahora, acompañada. Cada cara que aparecía por allí, tenía una historia detrás, y no de Disney precisamente. Aun así, ahora recordándolo, no había caras tristes entre ellos, quizá aún pequeños para entender sus propias circunstancias. Como fuere, ahora una familia, hermanos de tragedia, unidos por los lazos de la soledad, que se cuidan y ayudan los unos a los otros. Entregados, todos los días a lo que hacen, habían sido primer premio de un concurso de bailes organizado en el pueblo, Patzún. Imagino, que cuando nunca has tenido nada, ni esperas tenerlo, sólo te queda sonreírle a la vida y decirle “eh, todavía no has podido conmigo”.

Suena la alarma de mi teléfono, con la música del Pueblo de Kakariko, de la Ocarina del Tiempo: gran videojuego. Marcan las siete de la mañana, es hora de desayunar. El comedor se encuentra dentro de la parte del hospital, donde operan los médicos. Hay una mesa larga siempre dispuesta para que coman allí las monjas y el personal que trabaja allí, además de los esporádicos grupos internacionales puedan estar allí en jornadas operatorias. En la mesa, además de pan, embutido, cereales y leche, ya hay algunos médicos y enfermeros, que terminan de apurar sus tazas o incluso se sirven una segunda ración de cafeína en la vieja cafetera que preside la mesa. Uno de ellos en particular, médico, claro, me hace partícipe de sus diferencias a la hora de tener un periodista allí, y, me advierte sobre lo que puedo o no decir. Al principio, no le hago caso, pero ante su insistencia, tengo que sonreír irónico. No creo que volvamos a “hablar”, pero estoy casi seguro, de que no es muy partidario de la libertad de expresión.

Termino las entrevistas que tenía programadas y, aprovecho para darle, a la directora del orfanato, cuatro juegos infantiles que la editorial madrileña Zacatrús se ofreció a donar, cuando les comenté el viaje. Los niños, como no podía ser de otra forma, encantados: les explico cómo jugar, los reparto según edades y me uno a la alegría general que les genera. Subo a hacer la maleta y espero a que terminen de cambiarse los médicos. Partiremos para El Salvador, previa parada en Antigua, donde se quedarán, para pasar el fin de semana, casi toda la expedición. Algunos tienen pensado ir de excursión; otros van a aprovechar para descansar. Me voy a quedar con las ganas de visitar el Tikal, tanto el parque como el yacimiento. Pero me toca contar historias. Aún me quedará el juego de tablero.

La incertidumbre de alojamiento, complicaciones del viaje o posible conexión a internet, hacen que el cierre tenga que ser antes. Para cuando leáis esto, viajando en dirección sureste, por la carretera CA-2, esperamos haber llegado a la república salvadoreña.

Dialectos y otras lenguas

Aunque hablemos castellano, la diferencia de dialectos y lenguas precolombinas, hacen que resulte difíciles, e incluso parecidos fonéticamente, muchos de los nombres de los pueblos y distritos del país. He tratado de apuntarlo todo, pero varias veces he dudado al escuchar nombrar un lugar que se parecía a otro que yo tenía apuntado. Al final me he convencido a mí mismo de la necesidad de tener un mapa político del país para saber de qué manera está administrado el territorio. En el par de papelerías que he estado, no había, así que me han impreso uno de Internet. He estado entretenido marcando los lugares por los que hemos, o tenemos pensado ir. Hay dos cosas que me han llamado la atención: Belice y Petén. La primera, antigua colonia inglesa no quiso saber nada ni de españoles, hispanos o derivados; la segunda, por motivos ajenos a la frontera física, perdió cerca de diez mil quilómetros cuadrados que se fueron para Méjico. Al menos, en también en Petén, consiguieron quedarse con los restos de la civilización maya.