Un hombre empujado a la calle

Los vecinos y los negocios de San Ildefonso se vuelcan en ayudar a Kico en un acto de buena voluntad

22 ago 2016 / 17:00 H.

Kico vive en una tienda de campaña que le han regalado. Se cobija junto a la iglesia de San Ildefonso, en pleno centro de Jaén y rodeado de bares y locales que se llenan los fines de semana. “Yo espero fuera de la tienda hasta que la cosa se calma y entonces pueda dormir”, comenta, con tranquilidad: “Viene gente que me conoce y charlamos. Así paso el tiempo”. Francisco Gutiérrez Castillo o “Kico” (con c y no k) es de Jaén “de toda la vida”, dice con orgullo, aunque vivió en Málaga una temporada. “Solo fueron tres años, hasta que murió mi mujer”. Su difunta esposa, Mari Carmen, sufrió un ictus y él se encargó de cuidarla, pero falleció por un infarto cerebral. “Murió en mis brazos”, recuerda con la mirada húmeda, “pero está aquí conmigo”, y muestra el tatuaje en su pecho que reza con letras curvadas y estilizadas: “Carmen, te quiero”, a lo que Kico añade que debajo quiere poner también: “Y aquí te llevo”.

Cuando enviudó, Francisco volvió a Jaén. Aquí tenía la casa cedida a una constructora que le pagaba un alquiler mientras la derrumbaban. Sin embargo, la empresa quebró y comenzaron las deudas con los arrendadores. “Me echaron y ahora estoy en la calle. Tengo una casa en la que no puedo vivir”, lamenta.

El 10 de septiembre cumplirá 54 años y le gustaría poder celebrarlo fuera de las calles. “Quisiera tener un trabajo”, afirma, “ver que todavía valgo.” Ha sido vaquero, tamicero, albañil, carpintero y camarero durante catorce años en la Discoteca San Carlos.

solidaridad. “Es un buen hombre”, afirma Jose Ángel Aguilar, trabajador de Autopunto, una tienda ubicada a pocos pasos de la iglesia de San Ildefonso: “No se pelea ni se mete con nadie. Él no pide nada, solo un techo”. Los vecinos le tienen mucho aprecio.

El dependiente denuncia la situación en la que vive Kico: “Anoche fue a Urgencias con los pies sangrando y no lo atendieron. Tiene las manos y los pies destrozados”. Aguilar narra cómo hace unos días, tras un baile que se celebró en el barrio, “unos chavales entraron en su tienda y le robaron los cien euros que le había dado. No hay derecho”.

Estuvo cinco años en la cárcel por tráfico de drogas, aunque asegura nunca haberla tomado. “La he tenido en las manos pero no la he tocado”. Habla de otras personas que viven en la calle: “Ojalá durmieran aquí conmigo todos, ya no hay respeto, a los que menos tienen nos roban”. Eso mismo reivindica en la tienda de campaña que esconde durante el día: “Respeto, por favor”.