Aquí o allí, pero en familia

Celebrar la Nochebuena en familia no conoce fronteras. Unos vuelven, otros la recuerdan desde la tierra a la que se mudaron y algunos recorren miles de kilómetros para estar con los suyos, de todo hay

23 dic 2018 / 12:38 H.

El más “existencialista” de los villancicos canta: “La Nochebuena se viene, / la Nochebuena se va, / y nosotros nos iremos / y no volveremos más”. Pero por más años que pasen, son muchos de los que quedan quienes tienen claro que, mientras haya vida, la celebración del Nacimiento de Jesús hay que pasarla en familia, aquí o allí, donde sea pero con el tacto cálido de la sangre a la distancia mínima.

Unos experimentan ya la infinita alegría de recibir a los que, durante todo el año, residen fuera y llegan, ahora, cargados de abrazos, de vivencias y de conversaciones para repartirlos a mansalva en el más entrañable de los escenarios posibles: el hogar familiar. Otros, acuciados por la soledad o dispuestos a lo que sea para que las Pascuas sigan siendo un momento inolvidable de reunión, hacen las malestas y, desde Jaén, cruzan los kilómetros que hagan falta para reencontrarse con los suyos.

En este “catálogo” de opciones tienen hueco también quienes dejaron la provincia jiennense hace años, para ganarse la vida, y sin moverse de sus segundas patrias recuerdan —como si el tiempo apenas hubiese transcurrido— la Nochebuena de sus mejores tiempos.

“Todos vuelven a la tierra en que nacieron”, cantaba Violeta Parra. Sí, un “ejército” de jiennenses por el mundo vive y deja vivir, cada día, a cientos o miles de kilómetros de aquí. Son los mismos que, estos días, engrosan las “filas” impacientes que pueblanlos aeropuertos y las estaciones camino de su casa, donde los aguarda el más amable de los gestos de la espera: “Esta tarde —por el pasado jueves— vamos a recoger a Natalia, la pequeña, que viene de Londres, y Marina viene el día 28 desde París”. Lo dice, pleno de nostalgia, el matrimonio formado por los jiennenses Manoli Domingo Vera y Antonio Úbeda Martínez, que desde hace siete y cinco años, respectivamente, carecen de sus hijas.

Es cierto que, durante el año, se dejan caer de vez en cuando por Jaén, pero no tanto como para que las fechas navideñas no sean las más esperadas del año. Cargada de planes, la alegre mamá relata cómo pasan la Navidad los Úbeda Domingo con sus hijas, que pese a residir en el extranjero no han invadido de costumbres foráneas el hogar familiar: “Hacemos lo de siempre, nos juntamos con la familia, no queremos perder eso. Cuando vivía mi suegra nos juntábamos muchos, ahora la cosa está más reducida, pero nos seguimos juntando la familia y hacemos una cena tradicional”, indica Domingo, y añade: “Este año haremos lo típico, tapeo, de todo un poco”.

Mientras las más jóvenes del clan, seguramente, optan por vivir la Nochebuena jiennense también en los locales de copas, ellos —aseguran— prefieren quedarse en una casa que, eso sí, decoran con primor para que el ambiente sea de lo más entrañable: “Procuramos que, cuando vienen, la casa esté adornada de Navidad y aprovechamos para hacer regalos porque ellas, en Reyes, no están aquí nunca. Nos regalamos entre todos. Ellas suelen traer cosas de fuera, vienen con las maletas llenas”, afirma Manoli Domingo. Una noche y unos días que ni su marido ni ella cambian por nada, pero que siempre duran demasiado poco: “Natalia se queda más días, hasta el 1 e enero, y Marina del 28 al 2. Cuando se van es cuando me viene el bajón”, confiesa mientras se resigna a la distancia: “Te adaptas, porque te acostumbras, pero siempre tienes esa cosilla”, concluye la mamá.

Madre es, también, Emilia Águila, una “valiente” hija de Jaén que, viuda desde el pasado año, huye de la ausencia de su esposo en busca una de sus hijas, la mayor, María Luisa Calahorro —vecina de Berlín desde 1996—, su yerno, Jan Dreher, y sus tres creciditos nietos: “Allí lo paso bien, me siento acompañada y no pienso tanto”, dice Águila. Tan bien se le dio la experiencia en 2017 que, desde el pasado viernes, las calles que pasea tienen nombre alemán. Sin embargo, la Nochebuena, por más lejos que se esté de la tierra de nacimiento, se parece mucho en casi todas partes, si se atiende a lo que cuentan los protagonistas de este reportaje: “Mi hija pone el belén y el árbol y la costumbre es cenar en familia y, después, abrir los regalos”, expresa como si describiera la Navidad de cualquier municipio del mar de olivos; acaso, la única diferencia sensible entre las fiestas de allí y de aquí es que, en la ciudad del Muro, la misa del Gallo, se celebra sobre las diez de la noche, y no a eso de las doce, y por los “teatritos” que, a lo largo del día, se escenifican en los templos berlineses. Además de celebrar las Pascuas, Emilia Águila y María Luisa Calahorro, acompañada de los pequeños de la casa, visitan parte de la amplia oferta de museos de la ciudad germana, salen a comer y a dar un paseo.

En cuanto a la gastronomía navideña de la capital alemana, la crema de tomate, el asado de carne al jerez y otras sabrosuras más hacen las delicias de los nueve comensales —incluidos los padres políticos— y de Dula, la mascota de la casa, una perra española que, seguro, también pillará algo. Tras disfrutar de esa añorada parte de su familia a 2.653 kilómetros, Emilia Águila regresa a Jaén, donde pasa la festividad de la Epifanía al lado de sus otros dos hijos, residentes en el Santo Reino.

No tan lejos, pero sí lo suficiente como para que la memoria tenga que ponerse en modo “play” para volver a caminar —aunque sea en sueños— por Jaén, la begijense Pepa Moral López se acuerda la Navidad de su infancia y adolescencia en la provincia que la vio nacer. Lo hace desde Andorra, adonde llegó hace la tira de años en busca de un futuro que finalmente, a fuerza de trabajo, le sonrió y del que está orgullosa y agradecida.

Madre de cinco hijos, cuenta que su Nochebuena acontece en casa de su hija mayor, Mireia Martí, en compañía del resto de sus hijos y de sus diez nietos. La antigua vajilla —que rezuma calidad artesana—, sopa de galets —el plato típico de estas fechas, a base de pasta—; la escena tiene mucho que ver con las relatadas líneas arriba: regalos para todos, comida y bebida en abundancia, ambiente de fiesta... Pero su condición de emigrante tiene la culpa de que, entre tanto jolgorio, su corazón corra a lomos del recuerdo para reencontrarse con aquella niña a la que su madre le fabricaba una muñeca de trapo que, cada año, le “reciclaba” cambiándole algún elemento, de forma que pareciese siempre nueva; la misma niña que aprendía a coser y a la que, una Nochebuena, por llegar un poco tarde a casa, su padre envió a la cama apartándola de la celebración que tanto quería: “¡Fue un gran disgusto para mí”!, rememora Moral.

Tres situaciones diferentes que dan lugar a sendas historias distintas pero, eso sí, con un denominador común, la satisfacción de encontrarse en la mejor de las compañías a la hora de entonar el “Ay del chiquirritín”, tocar el pandero y brindar por muchos ratos parecidos. Si, como alguien pensó, una familia feliz es un paraíso anticipado, no hay kilómetros, trasbordos ni ajetreo de maletas que no merezca la pena cuando se trata de vivir los últimos días del año —los más propicios a la ternura— al amor de quienes comparten cosas tan “íntimas” como la sangre y el apellido.

Recetas y sabores para todos los gustos
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El menú de Nochebuena tiene ofertas para todos los gustos tanto en Jaén como en el extranjero. Aquí, el tapeo, las ensaladillas rusas, los huevos rellenos, las ensaladas, la carne de pincho o la empanada gallega son algunos de los platos estrella de la noche, de manera que tanta variedad llene el estómago hasta del más exigente de los comensales. En tierras andorranas, sin embargo, la receta emblemática de la Navidad tiene nombre propio y es una tradición de lo más nutritiva; se trata de la llamada sopa de galets, muy arraigada en territorio catalán y que consiste en una suerte de pasta de forma rizada. Como ocurre con las migas españolas, su origen parece estar en la gastronomía rural. Por su parte, en Berlín, la mesa ofrece —al menos en el caso de los Calahorro Águila— una “carta” compuesta por carne asada —típica de la zona—, crema y, por supuesto, la repostería navideña que, en cada lugar del mundo, tiene sus ejemplos singulares, a cual más apetecible.