Atracón de turistas para este verano

BUENA DIGESTIÓN. El problema de la masificación que sufren zonas muy visitadas no se arregla mirando a otro lado

03 sep 2017 / 11:18 H.

Terminan las vastas vacaciones de agosto: masas, sangría, calor y selfis. Un año más de récord, de maravillosas cifras en las que colgar millones de banderolas rotuladas con las palabras que nadan junto a la felicidad. Sí, las cifras oficiales, los comunicados que difunden los grandes fabricantes y las empresas de distribución, restauración y ocio coinciden con lo que hemos visto y nos ha contado el dueño del chiringuito: se trata de un año fenomenal.

Esta lectura única, tan fuerte, del momento turístico y del consumo oculta todo lo demás como la tormenta de verano arrastra las inmundicias que crecen como selvas tras meses de sequías. Porque en este verano hemos observado (y en ocasiones hemos sido protagonistas) sucesos nuevos. El más llamativo se refiere a la repulsa creciente a tanta avalancha de forasteros que inundan nuestras ciudades dejando largas estelas de malestar y algo de calderilla. Al fenómeno le llamamos turismofobia y sus voces más expresivas y críticas han venido de movimientos políticos radicales henchidos todos de un nacionalismo de corte anarcoide y un tanto nihilista. Y cómo el fenómeno se ha dado sobre todo en Barcelona, Palma de Mallorca y San Sebastián, territorios fértiles en contestaciones, el sistema se lanza contra ellos con furia: ¡Son xenófobos! Y convierte un problema real y concreto —pues el hacinamiento de turistas es cierto en centenares de lugares y poblaciones— en un asunto político, o sea, uno más de esos ruidos incómodos que todos nosotros desatendemos después de años de hastío.

Pero el problema de la masificación turística es un hecho; no se arregla mirando para otro lado y, mucho menos, demonizando a quienes critican la turbamulta en que han convertido muchos de nuestros cascos urbanos, la carestía de sus viviendas y alquileres y, en general, el coste de vida en esos lugares. Se palia siendo conscientes del problema, estudiando el fenómeno, caso por caso, y alumbrando nuevas soluciones. Justo lo que la mayoría no quiere ver porque entiende que ello estorba a su negocio. Al igual que en los años de la burbuja inmobiliaria y económica, quienes osaban advertir sobre detalles perniciosos de aquel desquicie eran, de inmediato, denostados, también ahora los que cuestionan el turismo desmedido se les acusa de atacar el corazón de la economía patria y el empleo.

Es un problema tan serio se lo están endilgando, casi en exclusiva, a los ayuntamientos, como tantos otros marrones: pisos turísticos, terrazas, gestión ingente de residuos, tráficos y abastecimientos mil. El establisment solo aventa los buenos números y la paternidad de las reformas que hacen posible “la explosión del consumo y el empleo”. El malestar, que lo gestione otro.

Como quiera que a pesar de todo el caminar del mundo es impredecible, un golpe terrorista salvaje en la ciudad de Barcelona prendió muchas más alarmas que las propias de la policía y las ambulancias. ¿Acabará el crimen múltiple de Las Ramblas con la masificación? No se debería dejar un negocio clave para la vida de España en manos de la codicia empresarial y el interés político. Ryanair respondió súbito a la posible pérdida de viajeros que acarrea hasta Barcelona con una rebaja del 7% de los pasajes y el gobierno dando por enterrados los movimientos turismofobicos. Y se quedan tan panchos, como si no conocieran la forma en que acaban todos los excesos.