Callado lugar de reposo para tosirianos

    12 feb 2016 / 12:27 H.

    En la carretera que une Torredonjimeno y Villardompardo, camino que parte de la llamada “Salida de San Juan”, un viejo portillo de salida para los campesinos por el que hoy circulan vehículos de todo tipo, aparte de los caminantes que salen por este lugar con ánimo de hacer ejercicio durante un rato, encontramos un pilar cuadrado que fue colocado en ese lugar hace alrededor de 50 años, fuente que antaño estuvo en la Plazuela de Los Dolores, junto a la iglesia de Santa María. Detrás del pilar se halla hoy un recogido jardín. En el solar que hoy ocupan este jardín y el campillo deportivo estuvo el cementerio desde que las autoridades prohibieron los enterramientos en las iglesias y los ayuntamientos edificaron recintos situados al norte de las poblaciones para dar sepultura a los fallecidos. Junto a este camposanto hubo una ermita —hoy perdida— dedicada a san Juan Bautista, razón por la que las tierras colindantes reciben el nombre de “hazas de san Juan” y a sus antiguos sacristanes se les llamaba “sanjuaneros”.

    A finales del siglo XIX decidieron las autoridades tosirianas que era preciso construir un cementerio nuevo y lo levantaron en el mismo camino, a unos quinientos metros del anterior. Hacia 1910 fue clausurado el antiguo cementerio, trasladados sus restos al nuevo y literalmente abandonado, de forma que sus paredes se vinieron abajo y en el espacio que quedó libre pastaban rebaños de los cabreros que vivían en las calles cercanas. Fue en la década de 1980 cuando el terreno se dignificó al transformarlo en jardín y dotarlo de una nueva cerca de contención de piedra. El nuevo cementerio, inaugurado en los últimos años del XIX, ha sido ampliado dos veces, dotado de capilla, tanatorio y otros servicios. Allí reposan los padres, abuelos, bisabuelos y algunos tatarabuelos de los tosirianos que son descendientes de los que desde hace muchos años descansan en el silencioso camposanto, dotado de un gran número de cipreses de distintas épocas, rosales y muchas flores y adornos en las tumbas, decoradas con esmero por los que viven y recuerdan a los ausentes, aunque ya se sabe que estas evocaciones llegan como máximo hasta los bisabuelos. Después, la tumba polvorienta y el olvido se hacen dueños de los espacios antes esmeradamente limpios y cuidados, como es tradicional en Andalucía, porque ya se sabe que nada más representativo que la quietud del cementerio para percibir la veloz carrera del tiempo, el “tempus figit, el tiempo vuela”, realidad que ha lamentado el hombre desde que tomó conciencia de su finitud.