Casas de campo según Jaén

Fincas de labor o de olivar, las caserías pueblan el territorio jiennense con ejemplos para todos los gustos, desde las de belleza más sencilla hasta las que derrochan valores arquitectónicos

14 oct 2018 / 11:37 H.

La primera acepción de la palabra “casería” que ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua la define escuetamente como “casa de labor”; “posesión, grande o pequeña, de viña u olivar, con una casa” es la descripción que presenta el “Diccionario Geográfico, Estadístico e Histórico” que, a mediados del siglo XIX, publicó el político navarro Pascual Madoz pero, sin duda, lo que de ella dice el investigador jiennense Rafael Ortega Sagrista, fallecido en 1988, es lo que más se acerca a la visión que de estas singularísimas edificaciones rurales tienen los jiennenses: “Finca rústica típica y clásica de Jaén”.

Tan presentes están las caserías en el mapa de la provincia, que se cuentan por varios cientos. Como resumen de todas las que pueblan el mar de olivos, las situadas en los alrededores de la capital del Santo Reino son un claro ejemplo de la importancia que tuvieron estos inmuebles en épocas pasadas y, en algunos casos, de cómo han sobrevivido al paso del tiempo y al olvido.

Jabalcuz, el Puente de la Sierra, Puerto Alto, la Fuente de la Peña , las salidashacia Granada y Madrid... son varios de los puntos en los que las caserías se enseñorean del paisaje con tan arraigada presencia en el que hasta dan nombre, en ocasiones, a las zonas en las que se sitúan.

El origen de estas construcciones —antaño de carácter puramente agrícola y, con el devenir de los siglos, adaptadas para uso vacacional e incluso residencial— se remonta al XVII, al menos de manera documental, pues a la hora de fijar una cronología más o menos ajustada se apunta a edificaciones de época árabe como probables ascendentes de las caserías, que ya en el XIX llegaron a “ponerse de moda” entrelas “familias bien” de la ciudad. Así, desde la más linajuda nobleza provincial hasta las clases burguesas, la posesión de una de estas típicas casas rústicas se convirtió en toda una seña de poderío económico y de lustre ante la sociedad.

Particularísima resulta también la denominación de estas fincas, que desde tiempo inmemorial tiró de apellidos, títulos, emplazamiento o historia, entre otros motivos, para ponerle nombre a cada una de ellas. Ejemplos, haberlos haylos para todos los gustos: del Cristalero (sectorial), de la Santa Capilla (religioso), de Balguerías (toponímico) y muchas otras —de la Rata, de Soplacandiles...— que dan para todo un libro. No en balde, autores como el arquitecto Luis Berges o los historiadores locales Manuel López Pérez y el propio Ortega Sagrista han dedicado muchas páginas de sus obras a este asunto, pleno de costumbrismo y encanto. Y no solo ellos, que literatos como Almendros Aguilar, Moreno Castelló, José de la Vega Gutiérrez o Alfredo Cazabán, Antonio Alcalá Wenceslada también tomaron como inspiración las caserías jiennenses para sus obras.

En otro ámbito artístico, como es la pintura, los pinceles jiennenses no han pasado de largo ante la belleza sencilla o el racio abolengo de algunos de estos inmuebles, que han dejado plasmados sobre los lienzos; entre ellos, Pedro Rodríguez de la Torre, José Nogué y Juan Almagro, notables figuras del arte de aquí.

Comparable a la ruina y el abandono que presentan los vestigios de las que fueron infranqueables fortalezas, la prestancia de las caserías jiennenses es, a día de hoy y en muchos casos, cosa de otra época. Lo que sí se mantiene inalterable es lariqueza legendaria que, como a muchos de los castillos que salpican con profusión el territorio provincial, inunda la innumerable presencia de caserías en lo más remoto del campo de la provincia o a la orilla misma de los municipios jiennenses; un acervo de historias y leyendas que añaden otro foco de atracción a estos escenarios rurales.

Sin duda, una de las más emblemáticas y famosas es la que vincula el nacimiento de la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, “El Abuelo”, con la Casería de Jesús, una finca situada en los pagos del Puente de la Sierra, camino de Puerto Alto, que todavía hoy recibe constantes visitas de curiosos interesados en conocer “in situ” el lugar en el que, desde antiguo, el pueblo sitúa un hecho milagroso que se repite de generación en generación. Según el relato popular, un anciano pidió posada allí para pasar una noche, a lo que los propietarios del inmueble accedieron, gustosos. Al parecer, en la puerta de entrada a la casa de labor había un gran tronco ante cuya contemplación, el viejo exclamó: “¡Qué hermoso Jesús se haría con él!”. Los caseros, expone la leyenda, convinieron con él la talla de la imagen y trasladaron el tronco a una habitación —perfectamente identificada en la actualidad, según la tradición— de la casería. Al día siguiente, y sin haber escuchado ruido alguno, el matrimonio abrió la puerta y, absorto, encontró en la habitación a El Abuelo.

Otra posesión de este tipo envuelta en un halo mítico es la de Mariblanca, ubicada en el Zumel Bajo, donde se sitúa una fantástica historia según la cual, un viejo tesoro aguarda dueño aún por aquellos lugares; tan a pecho se tomaron muchos esta narración que, incluso a principios del siglo XX, hubo quien se dedicó a excavar en sus alrededores en busca de un golpe de buena suerte. Por su parte, la de Peña Celada, cerca de las peñas de Castro, fue —cuentan— escenario de una emboscada sobre el obispo de la diócesis Pedro Pascual, en pleno siglo XIII.

Pese a la trascendencia de estas edificaciones rústicas en territorio jiennense, su primitivo destino como espacio en el que convivían el trabajo —principalmente en torno al olivar— y el ocio sufrió un notable declive a partir de la mitad del XX, cuando muchas de las familias que las habitaban apostaron por vivir en la urbe y, poco a poco, las caserías fueron progresivamente abandonadas, lo que implicó, también en numerosos ejemplos, descuido y ruina. En la otra cara de la moneda, hubo quienes se negaron a olvidar el emplazamiento y las condiciones privilegiadas de estas construcciones y han mantenido, hasta la actualidad, su uso agrícola o estival.

A día de hoy, el paisaje de la provincia —y en particular de los alrededores de la capital— está copado de inmuebles sobre los que, lejos de resultar habitables, se cierne una inminente desaparición, acaso atenuada por la calidad de los materiales utilizados para su erección hace cientos de años. Otras no solo sobreviven a los estragos de los años sino que tienen la fortuna de ser, aún, cobijo de la vida diaria o de extraordinarias celebraciones y encuentros de las familias que, desde bien antiguo, las tienen entre sus propiedades.

Un paseo por la arquitectura inherente al olivar es también un itinerario sentimental por las tierras de Jaén, que permite descubrir el valor que tuvieron las caserías para la economía y la cotidianidad de los jiennenses, al mismo tiempo que supone una bofetada de realidad ante la ausencia de conservación y cuidado hacia una parte imprescindible de la memoria provincial: “Oh piadosa pared, merecedora / de que el tiempo os reserve de sus daños”, escribió Luis de Góngora en su poema “A una casería”.

Bien visibles desde los balcones de las casas de los barrios altos o solo con asomarse un poco a cualquier terraza del casco histórico de aquí, la blancura machadiana de los “cortijos según Jaén”, desde la lejanía, se hace con todas las miradas.

Histórica vinculación con la iglesia católica
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La relación de la Iglesia, en muchos casos a través de las diferentes órdenes religiosas, con el universo de las caserías se evidencia, incluso, en sus nombres. De las Monjas, de los Curas, de la Merced, del Obispo, de la Santa Capilla, de Jesús, de la Trinidad, del Santo Cristo, del Canónigo, de la Misa, del Jardín del Obispo... Son solo algunos de los topónimos de carácter eclesiástico que titula muchas de estas construcciones rústicas, una relación que, en la gran mayoría de los casos, ya solo es documental. La fotografía de la izquierda muestra, precisamente, una recia puerta que cierra una de las habitaciones de la legendaria casería de Jesús, en los pagos del Puente de la Sierra, donde, según la tradición popular, aconteció el hecho prodigioso que dio lugar a la talla de la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús. El escudo que campea en el centro de la puerta es el de la Orden Carmelita, tan ligada a la Cofradía del Abuelo y al propio Camarín donde recibe culto la anónima imagen.