Feliz en su montaña

El ermitaño de la Sierra Sur sigue una vida apacible, alejada del mundanal ruido, en un lugar privilegiado en el que, sin embargo, le faltan bienes materiales sin los que resulta impensable vivir en una sociedad civilizada

03 sep 2017 / 11:18 H.

Ganó en popularidad gracias a un reportaje publicado en este periódico hace ahora justo un año. No entiende de medios de comunicación y mucho menos de redes sociales. Ni siquiera tiene una televisión a su alcance y la radio no la enciende desde que se murió su madre. Encontrar su cara, los animales con los que convive y el entorno en el que se desenvuelve en las páginas de Diario JAÉN fue para él toda una sorpresa. No se lo esperaba. Tampoco, en realidad, tiene plena consciencia del significado y la trascendencia que puede llegar a tener un hombre convertido en todo un emblema en la Sierra Sur.

Se mueve poco del singular cortijo Periche, donde nació hace casi sesenta y ocho años. Solo en los momentos en los que encuentra oportunidad de viajar hasta Frailes o Alcalá la Real, los municipios que frecuenta cuando se topa en su camino con un vehículo de cuatro ruedas, lo hace sin importarle quién es el conductor. Juan José Cano Mora, un hombre conocido en toda la comarca por llevar un estilo de vida propio de otros tiempos, continúa su aventura diaria ajeno a las historias escritas sobre una subsistencia en riesgo de extinción.

Son las cuatro de la tarde de un caluroso día de verano. En la puerta de la casa número 137, situada en un rincón privilegiado entre Frailes y Valdepeñas de Jaén, sorprende un buen manojo de llaves. Cuelgan de una cerradura oxidada por el devenir de los años. El ruido de los pájaros, de los gallos, de las chicharras y de los cerdos es lo único que acompaña durante una visita inesperada que el morador, a la postre, agradece. Costó sudor y lágrimas que el único habitante de la zona escuchara las voces de quienes tuvimos la suerte de llegar hasta allí. Porque, desde luego, merece la pena un recorrido de vértigo por una inexplorada zona con encantos turísticos propios de un Parque Natural. Dormía profundamente la siesta en su camastro de siempre y, aturdido, sin acertar a abrocharse el cinturón, salió a un encuentro imprevisto. “¿En qué puedo servirles?”. Su lenguaje denota que este hombre de aspecto jovial, ajeno a la civilización, conserva modales aprendidos en aquellas clases particulares del inolvidable Enrique Rey del Moral.

Le costó reconocer los rostros de quienes, por segunda vez, se plantaron en la puerta de su casa. “El Gorila”, como le gusta que lo llamen, está tan acostumbrado a pasar los días y las noches sin compañía y sin conversación que encontrarse en terreno propio con alguien dispuesto a escuchar sus peripecias es para él algo parecido a una feria. Un buen rato tuvo que pasar hasta comprobar, una vez pasada la modorra, que la visita era conocida y que respondía al compromiso de llevar hasta su hogar un ejemplar de Diario JAÉN, aquel en el que su historia ocupaba gran parte de la Portada.

Juan José Cano Mora, servicial, educado y con la picardía propia de un “lobo” solitario, al que le gustan las mujeres más que rascarse en un grano, lo primero que hizo fue mostrar con orgullo la inmensa ladera desde la que se adivina un paisaje único, su particular tesoro, en el que reside sin luz y sin agua corriente, con mucha “briega”, al amparo de un rudimentario candil.

Juan José Cano huye del materialismo de la sociedad civilizada hasta tal extremo que, en uno de los bolsillos de su pantalón, guarda un teléfono móvil que apenas usa. Primero, porque no tiene un enchufe donde cargar su batería y, segundo, por falta de “cobertera”. Y, en cierto modo, no le importa. Cuando necesita conectar con alguien, con el veterinario, con el “hombre” del banco o con el vendedor de pienso, se las ingenia. Camina a paso ligero hasta “El Saltadero”, el cortijo más cercano, en busca de una mano amiga que le ayude a cargar ese aparato con botones por el que no siente apego alguno.

“El Gorila” está más pendiente de lo terrenal que de otros elementos que nada tienen que ver con él. Este verano le asaltó una preocupación que una noche le quitó el sueño. Difícil, por cierto, en un hombre cobijado bajo la tranquilidad de un terreno apto solo para serranos como él. La yegua se le escapó de su vera y estuvo más de veinticuatro horas sin dar señales de vida. Buscó al amparo de la luna y, al volcar el día, la encontró en la carretera de La Martina, cerca de Frailes, con un cubo de agua y una espuerta de paja. “¡Yo no sé cómo se fue la mula hasta allí!”, ironiza. Un lugareño le echó una mano para acarrearla con un primitivo sistema que no viene a cuento hasta conseguir llevarla de vuelta al cortijo Periche. Es su vida. Los animales, su huerta y, sobre todo, las mujeres. Es un monotema en sus conversaciones. No hay frase en la que no aparezcan ellas. Su obsesión es encontrar una “nueva” con la firme intención de tener descendencia a la que pueda dejarle el “capital” labrado con el sudor de su frente. La de él y la de su madre, a la que recuerda a cada momento. Conocidos son sus quesos artesanales, aquellos que “El Gorila” vendía subido a lomos de un mulo convertido, hoy en día, en su única compañía. Así vive feliz. En la montaña.

Al lado del Santo Luisico
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Juan José Cano Mora siente un respeto profundo por los santos de la Sierra Sur por los que los lugareños profesan verdadera devoción. El primero que menciona es el Santo Custodio, una fe sin fronteras que es común en la Sierra Sur. También por Luis Aceituno Valdivia, más conocido como Santo Luisico. Hasta su casa nos llevó “El Gorila” para conocer la vida y obra de un personaje que nació a principios del siglo XIX, vivió en El Cerrillo del Olivo, paraje de Cerezo Gordo, perteneciente al término municipal de Valdepeñas de Jaén, aunque en sus primeros años habitaba en el cortijo de la Zarzuela. Siempre se sentaba en la piedra en la que aparece Cano Mora.