o Día de los Santos

El pueblo no entra en la polémica creada sobre estas dos celebraciones,
que se solapan en el almanaque; hay gente que se ilusiona con sus disfraces y no faltarán personas que adornen la tumba del cementerio

30 oct 2016 / 10:26 H.

Las fiestas de “Halloween” se han ido colando en el calendario festivo español en las dos últimas décadas. Procedentes de los Estados Unidos, a donde llegaron como fiesta religiosa de los emigrantes irlandeses, a lo largo del siglo XX fue desapareciendo todo sentido religioso y convirtiéndose en una fiesta popular que se celebra la noche entre el día 31 de octubre y el primero de noviembre y que tiene sus ingredientes propios. Es una noche en la que no pueden faltar dulces sabrosos, bromas, disfraces y las películas de terror, misterio o brujería; además, es noche para leer cuentos de fantasmas, duendes y espíritus que salen de las tumbas; pero, eso sí, sin perder nunca el ánimo festivo y el buen humor. Solo le queda de religioso el nombre Halloween, que procede del inglés antiguo “All hallow’s eve”, cuyo significado en español es “Víspera de la fiesta de Todos los Santos”.

raíces celtas y romanas. La fiesta de Halloween tiene para algunos historiadores un origen celta y para otros proviene de Roma. Ambas teorías no se oponen, sino que se complementan y tienen escenarios distintos e, incluso, objetivos diversos. Para los celtas solo era una fiesta nocturna, con la que se celebraba el final de las cosechas agrícolas y lo hacían cantando y bailando en torno a una gran hoguera. Conforme avanzaban los años, nuevos elementos se unieron a estas fiestas nocturnas. Y fue por influencia de los druidas, personajes míticos y legendarios, que se introdujeron en el mundo de los pueblos más allá del “limes” del Imperio Romano, llamados bárbaros, veían cómo Roma les pisaba sus talones. Fueron ellos, los druidas, los que introdujeron en esas noches celebrativas de fin de cosecha la necesidad de evocar a los muertos y visitar los lugares de sus enterramientos, pues era la noche propicia para que los espíritus salieran de sus tumbas, algo que había que evitar, por lo que toda la noche debían estar en vela para impedirlo. Pero, además, podían decorar sus casas y poblados con huesos, calaveras y objetos desagradables que los ahuyentaran. Otros druidas más avispados recomendaban que se les debía preparar buenas viandas y vinos olorosos a las puertas de sus casas, para que se volvieran contentos a sus tumbas y no volvieran más. En algunas tribus, se llegaba a algo más que el simple acto festivo al terminar la cosecha, pues había tribus que creían que las almas de algunos difuntos estaban atrapadas dentro de animales feroces y podían ser liberadas ofreciéndole a los dioses sacrificios de toda índole, incluso sacrificios humanos. Aquellas fiestas celtas tenían en común la relación con la tierra, el fuego y la muerte, tres elementos comunes en la historia de las religiones.

Para otros investigadores, Halloween tiene una raíz más romana, relacionándola con las fiestas conocidas en Roma como “Feralia”, días dedicados al descanso para recordar a los muertos y desearles la paz. Eran días de plegarias y sacrificios por los difuntos. Fue Agripa quien dignificó esta fiesta construyendo para honrar a todos los dioses y para recordar a todos los difuntos ciudadanos romanos uno de los más bellos templos del mundo, “El Panteón”, en Roma. De alguna forma estas fiestas romanas fueron conocidas por los cristianos que pasaron de celebrar la memoria de sus santos en las catacumbas a hacerlo en este gran templo dedicado a los mártires por el papa Urbano I. Más tarde, fue el papa Gregorio IV quien ordenó, en el año 835, que el mundo cristiano honre a todos los santos del cielo en esta fecha del primer día de noviembre. Todos vieron en la elección de esa fecha la coincidencia con una de las cuatro grandes fiestas de los pueblos germanos, y la política de la Iglesia en esos años era reemplazar y eliminar todos los ritos paganos. Se trataba de sacralizar el tiempo, una vez sacralizado el espacio. Uniendo estas fiestas a las de Todos los Difuntos, los predicadores iban cambiando el miedo que tenían los celtas y pueblos bárbaros a los muertos por el miedo al infierno y al fuego eterno. Cambiaban muchas costumbres, se cristianizaban otras, pero quedaba un magma que nunca desapareció del todo y aún pervive en lo referente al culto a los muertos en los pueblos evangelizados por el cristianismo en la historia.

Como decíamos al comienzo, las fiestas de Halloween llegaron con las primeras oleadas de inmigrantes católicos irlandeses a los Estados Unidos, marcadas desde su origen por un fuerte sentido religioso, que se fue perdiendo durante la fuerte represión sufrida por los católicos irlandeses en Nueva Inglaterra por parte de la arraigada población de tradición luterana. A finales del siglo XIX, una nueva oleada de inmigrantes de origen céltico llegaba a los Estados Unidos, aunque junto a ellos llegaron también otros muchos inmigrantes procedentes de muchos puntos del planeta, con quienes convivieron en una mezcla de culturas y que convirtieron la fiesta de Halloween, ya despojada de todo sentido religioso, se fue convirtiendo en una noche festiva en la que se reunían gentes de diversas culturas y en la que contaban historias de fantasmas, hacían travesuras, bromas y bailaban hasta el amanecer ataviados cada uno con su propio disfraz. Y fueron fiestas que a lo largo del siglo XX se extendieron entre la población en general de todo en país, olvidadas ya sus raíces celtas, irlandesas o cristianas, solo quedó como una noche de fiesta una de las más populares entre los norteamericanos.

halloween vuelve a europa con polémica. Y con el mismo formato festivo, con sus ingredientes de terror y misterio, despojado de su sentido religioso inicial, fue llegando a Europa y a España a través de las grandes avenidas cibernéticas de la actual sociedad globalizada. Halloween entró con la fuerza de un huracán y no tardaron en celebrarse en muchas ciudades europeas. En España, curiosamente, y esto es algo positivo que hay que reconocer, quienes primero abrieron las puertas a esta iniciativa lúdica y festiva fueron algunos centros educativos y grupos culturales en su deseo de conocer e imitar en lo posible esta fiesta tan popular entre los norteamericanos. Fueron muchas las ciudades europeas en donde se comenzó estas celebraciones, alentadas por los jóvenes y con cierto tinte de cultura contra, ya que en los países católicos de la vieja Europa se veían en esta fiestas a las que llamaron “paganas y panteístas” un paso más hacia las descristianización de Europa.

Cuando llegan estos días, vuelve lo que ya sabe a rancia diatriba, que interesa más a círculos eruditos, académicos y polemistas que usan sus propias tribunas mediáticas para lanzar el mismo mensaje de cada año y que siempre queda reducido a dos titulares, los que quieren que no se celebre Halloween y los que quieren que el Día de Todos los Santos desaparezca como tal fiesta. Es la misma historia de siempre en este país en el que hay cosas que no cambian y entre ellas esta manía de verlo todo blanco, o todo negro; y si no hay acuerdo, bastonazo va y bastonazo viene. Para ejemplo, dos botones: para el colectivo “ Europa Laica”, las fiestas de Todos los Santos han de desaparecer del calendario laboral anual ya que son “un vestigio de épocas oscuras y marcadas por la Iglesia desde sus estamentos de poder”. Para grupos de ultra católicos, hay que hacer lo posible para que no se celebre Halloween, pues como decía hace poco el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, se trata de “una mascarada sin buenos sentimientos, limitada a dar miedo”. En 2008, el secretario de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española dijo sobre estas fiestas que “ solo tienen un trasfondo de ocultismo que deja una huella de anticristianismo peligrosa”.

el sentido común del ciudadano. Pero la verdad es que la realidad es otra bien distinta. Cuento una estampa que yo mismo observé mientras daba vueltas a qué contar en esta pieza. La vi en una de esas tiendas en las que se vende de todo, y a las que se le ha dado en llamar “tiendas de chinos”. Entré una tarde en una de ellas; estaba llena de gente, joven y no tan joven. Todos buscaban entre las estanterías algo para estos días y todos encontraban lo suyo: los más jóvenes, pelucas, dientes de plástico, caretas de esqueletos, calaveras y gorros de brujas. Otros, con más edad, velitas de cera, mariposas de aceite, flores de plástico, jarrones plateados y algún cuadro de santos. Todos encontraron lo que buscaban. No advertí ni panteísmo, ni brujería, ni fetichismo, sino gente con ganas de preparar una fiesta y gente preparándose para visitar en el cementerio las tumbas de sus familiares y dedicarles un recuerdo. Lo vi claro. Una fiesta no será capaz de eliminar a otra, pues no faltará gente que se ilusione con sus disfraces y no faltará gente que adorne la tumba del cementerio. Tampoco faltarán en las mesas de esos días gachas ni batatas, ni castañas, como no faltará en algún lugar o ciudad en donde se atrevan a representar el “Tenorio” de Zorrilla. Unos y otros, y solo tienen que hacer una encuesta casera, participarán de todo lo que más le agrade. Es cuestión de libertad, aunque también es cuestión de educación.

Lo que es evidente es que para el pueblo español, creyente o no, la Fiesta de los Santos forma parte de su pasado y su cultura, y también de su religión. Si los defensores de suprimirlas, cambiándolas por Halloween, conocieran la veteranía , importancia y significado que tienen estos días para el pueblo normal y sencillo, mostrarían más respeto. Al igual sucede al contrario. Si muchos creyentes católicos, empeñados en hacer una cruzada contra las fiestas de Halloween, tachándolas, sin darse cuenta de que ofenden a quienes las celebran, de “paganas y politeístas”, debieran conocer más de cerca sus raíces religiosas y aprender más de lo que supone el auténtico sentido de la fiesta y la importancia de la dimensión antropológica de toda actividad lúdica que ayude a abrirse al mundo. A la Iglesia con esta cruzada le sucederá lo que le sucedió con los Carnavales, a los que tantos siglos atacó y que ahora, en algunos lugares, hasta potencian y celebran en sus dependencias parroquiales. De estas fiestas que han entrado en el calendario para quedarse y que prometen un auge mayor hasta lograr asentarse en la conciencia y el calendario festivo de Europa.

Una fiesta religiosa y social no cuestionada. Tal importancia tienen estas fiestas de noviembre “el dichoso mes que empieza por los Santos y acaba con san Andrés” , que, en la década de los años ochenta del siglo pasado, recién estrenada la democracia en nuestro país, cuando el gobierno de UCD, decidió renovar el calendario laboral oficial, llegó a un acuerdo con la Conferencia Episcopal Española, organismo que no puso obstáculo para que se eliminaran algunas fiestas religiosas tradicionales y en su lugar entraran otros de carácter civil, como el Día del Trabajo, Primero de mayo, el Día de la Constitución, 6 de diciembre y el día que cada comunidad autónoma eligiera para su territorio como día la fiesta autonómica propia. También cada pueblo podía elegir dos días como fiestas locales. Del almanaque se caían fiestas religiosas para muchos inamovibles, como fueron las tres fiestas que, por coincidir en jueves, dieron pie al famoso refrán de “tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y Día de la Ascensión”. Fue la misma Iglesia la que propuso que el Corpus y la Ascensión pasaran al domingo más próximo, mientras que el Jueves Santo quedaba libre de ser fijado como día laboral, como sucedió en Cataluña, que fue sustituido por el Lunes de Pascua. También se descolgaron del calendario los días de san José en marzo y de Santiago en julio, que pasaron a ser fiestas solo en Valencia y Galicia. El Pilar quedó como Fiesta Nacional, pero no religiosa, excepto en Aragón. Sin embargo, la propuesta que más revuelo mediático levantó fue la de eliminar como fiesta el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada. La Iglesia luchó por mantenerla, por tratarse de la patrona de España, mientras el gobierno temía que su cercanía con el Día de la Constitución diera lugar a un excesivamente alargado puente festivo. Pasó el tiempo y la sabiduría popular bautizó estas fiestas con el nombre de “Fiestas de la Inmaculada Constitución”.

Curiosamente, ni la Iglesia, ni el gobierno, ni el pueblo, ni los más elevados investigadores de la antropología lúdica pensaron tachar y suprimir como fiesta el Día de Todos los Santos. Sabían que esta fiesta está metida muy en los adentros de la cultura española y que, hablando en Román paladino, “a los difuntos, mejor no tocarlos”. España siempre vivió noviembre como el mes de ánimas, pero también como el mes de descanso de las labores agrícolas, el mes en el que el labriego descansa y al campo se le da un respiro; el “mes de las tres bes: la bota , el brasero y la baraja”, un mes propicio para quienes gustan el reencuentro con las zonas de sierra, especialmente los amantes del deporte cinegético que “en noviembre hacen sus agosto”. Y en las zonas rurales de Jaén , es el mes en que se prepara la campaña para la recolección de la aceituna y, antes más que ahora, llegaba el tiempo de las matanzas del cerdo , como acuñó el viejo refranero: “Por san Andrés, mata tu res”.

Holywins. Desde el año 2002, la iglesia católica empezó a celebrar una fiesta alternativa a Halloween a la que dio el nombre de “Holywins”. Fue en París, en el atrio de Notre Dame. En Francia había entrado Halloween unos años antes, aunque lo hizo con algunos incidentes violentos aislados que hizo que la sociedad se previniera y se pusiera en contra, ya que la fiesta fue sacada de contexto por grupos ultras y la Iglesia, ante los ataques que sufria durante esas fiestas, que poco tenían que ver con las americanas, tuvo que reaccionar. El cardenal de París propuso una fiesta alternativa para hablar de los santos y la santidad.

A España llegó el mismo formato de la mano del obispo de Alcalá de Henares, Reig Pla, quien había asistido a París dos años a conocer el evento. Desde 2008, en esa diócesis madrileña se celebra Holywins en la víspera del día de Todos los Santos. Se sigue celebrando esta fiesta entre actuaciones musicales, juegos y dinámicas infantiles y una celebración de la misa y exposición del Santísimo para los mayores. Igualmente, hacen un recorrido por las calles vestidos con atuendos de época bíblica y evocando escenas de vidas de santos.

Esta misma fiesta de Holywins arranca este año en diócesis como Murcia, Ciudad Rodrigo o Cádiz-Ceuta, en donde organziada por la Delegación de Juventud, el delegado ha indicado en un comunicado que “no se pretende una alternativa a la cada vez más extendida celebración de Halloween, sino que nuestros niños católicos, y los no tan niños, podamos celebrar esta fiesta con todo su sentido...que no es otro que celebrar que la santidad es para todos. El día de Todos los Santos es una fiesta del cielo, en la que descubrimos que hemos sido creados para el cielo, para la amistad con Dios ya aquí en la tierra, que será plena cuando estemos cara a cara con Él en la eternidad”. También se han sumado a la iniciativa algunas cofradías gaditanas que solían aprovechar estos días para recaudar fondos para sus respectivas actividades cofrades. Le han seguido los obispos de Murcia y Ciudad Rodrigo , además de, a título personal, movimientos laicales y grupos religiosos de otros lugares de España. Una fiesta que promete pero que deberá avanzar sin competir.