Imposible la poesía

“Son días de escuchar historias de dolor, de atender a personas que solo tienen el deseo de compartir el miedo vivido que no les abandona aún, de transmitir que Dios les ha protegido y hay una nueva oportunidad”

    24 jul 2016 / 11:53 H.

    Tras la sacudida brusca de la tierra, madre que abre las entrañas inmisericorde, imposible la poesía. Lo estable, lo planificado con esfuerzo, se desvanece con un bramido feroz. Bajo los pies convulsiona la vida, son los espasmos que como culebras en estampida muerden el talón del pobre. A traición, sin un aviso, en un descuido, en segundos eternos. Llorar a mares no acabaría con la tristeza que ya arraigó profunda. Las casitas, levantadas con tanto esfuerzo en esta tierra tropical, cayeron como naipes. Hay historias de muerte en todas las direcciones. Muertes que cogieron por sorpresa al pueblo. Imposible, inútil la poesía cuando la muerte golpea y sigue ronroneando cerca.

    Sólo el amor puede desbaratar sus argumentos. Y lo hemos visto brotar donde más se cebó la desgracia. Familias rotas donde los que sobrevivieron siguen luchando por los despojados, casas que se abren para acoger a vecinos, familiares, conocidos y donde una olla común sustenta la vida; escuelas destruidas que resurgen como un ave fénix con el esfuerzo de voluntarios, padres de familia y los mismos jóvenes de las comunidades; restaurantes que abrieron sus puertas y compartieron el menú con todo el que llegó con hambre esa noche... El 16 de abril en la costa de Ecuador muchos pensaron que era el fin del mundo, que no sobrevivirían a tanta catástrofe. Cuentan que el oleaje de la tierra les impedía tenerse en pie, que tenían que abrazarse para no caer, que los que viajaban en el bus parecían navegar bamboleándose en las calles de la ciudad como si de un barquito a la deriva se tratase, que todos gritaban llamando a los niños que jugaban en cualquier parte ajenos a la tragedia. En estos días hemos visto niños jugar a los terremotos, gritan “¡temblor!” y agitan sus cabecitas animando a la familia a ponerse a salvo. Gracias a Dios muchos de ellos en su inocencia lo vivieron como una aventura extraña donde sus padres improvisaron tiendas de campaña con plásticos y telas para no dormir al raso, ya que los temblores diarios de la tierra no han cesado aún. Algunos disfrutan de un campamento que dura ya tres meses, pues la tierra aún no acaba de acomodarse y se sacude casi a diario como buscando la mejor postura para echarse de nuevo a dormir. El miedo a un tsunami permanece en los que viven más cerca del mar y pueblos como Pedernales (epicentro del terremoto) ahora parecen pueblos fantasmas. El que ha podido ha puesto tierra de por medio y se ha mudado donde algún familiar o amigo en cualquier otro lugar de la región.

    En Portoviejo ya nadie sabe dónde están las tiendas, pues el centro comercial fue el más afectado. El mismo arzobispado ha ofrecido espacio para que algunos vendedores informales puedan instalar sus puestos de ropa, de jugos o encebollados en los aledaños de la catedral. El Seminario diocesano San Pedro también acoge a vecinos instalados en carpas que ocupan sobre todo en las noches. Los parques de la ciudad, el aeropuerto y algunos colegios ahora son albergues para los damnificados. La Iglesia también trabaja día y noche intentando llegar a los lugares más alejados. Hay parroquias donde los jóvenes se han disfrazado de payasos y han llevado la alegría a los niños, donde voluntarios médicos, enfermeros, psicólogos han ido a atender gratuitamente.

    Son días de escuchar historias de dolor, de atender a personas que solo tienen el deseo de compartir el miedo vivido que no les abandona aún, de transmitir que “diosito”, el Dios de la vida les ha protegido y hay una nueva oportunidad. Son corazones, almas agradecidas, lo que hemos encontrado pues ven como un regalo tanta solidaridad recibida. Nos hablaban de cómo en las latas de conservas enviadas desde todo el país les llegaban todo tipo de mensajes esperanzadores y eso les hacía llorar. Gentes de todas partes han llegado a compartir algo.

    Hemos constatado cómo la vida al fin es más tenaz, cómo el amor puede más que el miedo, cómo la fe fortalece en estos momentos a un pueblo que se levanta cada día como si fuera el primero de su historia, aun sabiendo que puede ser el último.

    esfuerzo conjunto
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    Las familias se reúnen no solo para cocinar juntas sino también para atender a los voluntarios que reconstruyen diversas obras.

    Templos afectados
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    La catedral de Portoviejo es uno de los más de cuarenta templos afectados en Manabí que esperan la reconstrucción.

    alojados en
    el seminario
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    En el Seminario de Portoviejo se alojan varias familias de los alrededores por miedo a los temblores que no cesan.

    carácter
    luchador
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    Un eslogan que vemos por todas partes en Portoviejo es: “Un terremoto de 7.8 grados sacudió a Portoviejo, 300.000 almas de acero lo levantan”. Demuestra el carácter luchador de esta tierra.