La caza
en Sierra Morena a comienzos del siglo pasado

Acaba de publicarse en facsímil el libro “Recuerdos de Montería”, escrito por el arjonero Diego Muñoz-Cobo en 1913

10 jun 2018 / 10:38 H.

Acaba de presentarse en Andújar la edición en facsímil de un libro que considero no solo importante fuente bibliográfica para los interesados en actividades cinegéticas como la caza y las monterías, sino que también puede resultar ameno a quienes gustan de lecturas costumbristas y locales. Hablo de la edición facsímil del libro “Recuerdos de Montería”, cuyo autor, Diego Muñoz-Cobo Ayala, publicó a sus expensas, en el año 1913, en la imprenta iliturgitana Juan Montilla. El libro recientemente presentado, editado por la Comunidad de Padres Trinitarios del Santuario de la Virgen de la Cabeza e impreso en Graficas la Paz, contiene, además del texto, fotografías y grabados de la obra original, un amplio estudio sobre la misma que, a modo de prólogo, ha sido escrito por quien firma esta reseña, propietario del libro original, y que lleva por título “Soy un hombre de campo y cazador de pura sangre. Introducción al libro Recuerdos de Montería, de Diego Muñoz-Cobo Ayala”.

EL AUTOR. Diego Muñoz-Cobo Ayala nació en Arjona en la década de los años 70 del siglo XIX, en el seno de una familia perteneciente a la pequeña, culta y adinerada oligarquía local. Sus padres, Diego Muñoz-Cobo y Rosario Ayala, eran descendientes de ilustres linajes. El autor, aquejado desde niño de una enfermedad respiratoria, tuvo que vivir largas temporadas en zonas de pinares y en viviendas rurales de propiedad familiar. Tras superar la enfermedad, y pues se sentía feliz viviendo en la naturaleza, en 1882 se instaló definitivamente en su finca rural, si bien participaba asiduamente en la vida social y cultural de la ciudad, aunque especialmente en las tertulias habituales de cazadores y monteros. Entre su finca Santa Cecilia, cerca de Marmolejo, y su vivienda de Arjona pasó largos años, entregado muy intensamente a su afición montera, hasta que, ya en edad avanzada, se trasladó a vivir a la casa de uno de sus hijos en Granada, en donde murió en el año 1928.

La afición por las monterías le vino por la influencia de un paisano, Pedro Morales de Prieto (1842-1908), mantenedor de las tertulias que sobre el mundo de la caza realizaba, con frecuencia, tanto en la ciudad como en algunas de las fincas en las que solía pasar temporadas, especialmente en El Secor, propiedad del general Serrano. Convertido en un importante referente para jóvenes generaciones de cazadores, escribió en 1902 un libro clave para conocer el mundo de la caza en esos años, “Las monterías en Sierra Morena a mediados del siglo XIX”. Morales Prieto consideró siempre a Diego Muñoz-Cobo la persona destinada a sucederle y mantener las tradiciones monteras, amenazadas entonces por modalidades turísticas. Y así lo hizo dedicándole el texto que, como anexo, apareció en la edición de 1904 de su libro y que llevaba por título “Historia de un jabalí en Sierra Morena, contado por él mismo”. Cabe decir ahora que, al leer este anexo, escrito en 1904, queda demostrado que el afamado y onerosamente divulgado libro escrito por Jaime de Foxá en 1960, “El Solitario. Andanzas y meditaciones de un jabalí”, fue un puro y descarado plagio.

DATOS QUE DAN VALOR AL LIBRO. Varias son las razones que hacen importante este sencillo libro. Las apunto, sin entrar en detalle, para abrir apetito al lector. En primer lugar, el libro pretende apoyar una corriente de esta actividad cinegética que lucha por mantener la tradición montera, partiendo del hecho de que se trata de una actividad poliédrica y abierta, desde que se popularizaron las monterías y dejaron de ser pasatiempo exclusivo de la corona y la nobleza. De ahí que el contenido del libro, al tomar el formato de recuerdos, sea un elenco de anécdotas que sirven para demostrar que la sierra es de todos. Con lenguaje llano, exacta una crónica viva de las monterías en la que habla de todo el universo de personas que las integran, viejos cazadores de casta, gentes que, llamándolas por sus nombres, hablando de su destreza en el oficio y de sus experiencias, salen del anonimato. Sus nombres se mezclan con los de ilustres personajes que asisten a las monterías, como el torero El Algabeño o el que fuera presidente del Gobierno, Sagasta, sin ahorrarse comentar sus escasas dotes monteras con sorna.

El libro es, además, un canto sincero, nacido de las entrañas del autor, al sublime escenario de Sierra Morena, “un planeta independiente en el que se diluyen las fronteras clasistas y en el que todos son importantes para todos”. Habla de la turgente y atávica fuerza, protagonista principal de la naturaleza, un escenario en el que la humanidad puede renovarse y sacar lo mejor de sí misma. El libro es un canto a las bondades de la naturaleza y a la grandeza de Sierra Morena, que él recorre, en los entresijos de estos recuerdos monteros; y lo hace como ese suave viento que mece las copas de los pinos cuando el aire se cuela por entre cañadas y los oteros. No ahorra elogios a las bondades del aire puro, de la vida sana, del esfuerzo gratificante, de los sacrificios para lograr las metas, de la grandeza de superar dificultades, de la belleza de lo sencillo, de la riqueza de la gastronomía, del solaz y la serenidad que regala el paisaje, de la contemplación de los sublimes amaneceres, y las serenas atardecidas. Para el autor, es algo que solo puede experimentar y sentir alguien que ame la sierra y que ame la caza.

En el texto demuestra que, tras casi medio siglo, conoce como la palma de su mano cada rincón, con su nombre concreto, de la cartografía serrana, sus accidentes, sus caminos, sus veredas, sus atajos y sus breñales. Conoce los olores de la tierra mojada, del humo de la casería, del ciervo que se acerca, del jabalí que se esconde y el miedo de quienes lo acompañan. Conoce la mirada del marrano y, frente a ella, se ha llegado a estremecer. Nos habla de qué se siente con el viento azotando la cara y helando los huesos; cómo distinguir las especies de los pájaros por sus trinos, o los animales que se ocultan, por sus huellas. Sabe mucho, porque ha vivido muchas horas y días y lo ha hecho con intensidad. El libro muestra la realidad de una “Terra ignota”, que se rige por sus propias y ancestrales reglas, y en la que se diluyen las fronteras clasistas, se afianzan lazos humanos bajo el mismo cielo protector contra el que se estampan las crestas de los montes y el verde de los pinares, mientras se escucha el silencioso ruido de la raturaleza. Algo de esto lo irá viendo el lector cuando se adentre en la lectura de este libro.