La ruta de la Cruz de Colín
Un espectacular balcón sobre el pantano del Aguascebas o valle del Guarondo en el que se funden naturaleza e historia por un trágico suceso ocurrido a comienzos del pasado siglo en esta zona
Situado en pleno corazón de la Sierra de Las Villas —la más escarpada y bella del Parque Natural—, en el entorno del pantano del Aguascebas o del valle de Guarondo, se localiza el paraje de Poyo Llano. Aconteció aquí, una historia de celos e infidelidades, repetida a lo largo de la historia, aunque en este incomparable marco villano.
La ruta se inicia en el área recreativa del pantano del Aguascebas, tomando la pista que nos lleva a la lancha Candiles. Al poco de caminar por la pista, nos desviamos por una senda recientemente desbrozada, hasta una explanada donde finaliza un carril. Aquí dejaremos a nuestra derecha el tranco del Acebo, para descender al arroyo del Aguascebas del Chorrogil y cruzar la deliciosa “pasá Candiles”, por un vado sobre el arroyo y llegar al cortijo de las Pepas. Sencillo cortijo, este en piedra de toba, que se asoma a la Cascada de Chorrogil.
Desde este magnífico otero, nos encaminamos a la Escalera de Poyo Llano (1), que salva el desnivel entre este punto y el propio Poyo. Aquí se localizan los cortijos de Justa y de Colín, donde podremos deleitarnos con las incomparables vistas del Aguascebas y recrearnos en la historia.
Tras visitar ambos, nos dirigimos al este buscando la base de la Morra y su profunda sima, antes de iniciar el descenso por la Escalera de la Morra, hasta el cortijo de Cueva Carambilla, donde habita una pareja de alemanes desde hace 25 años. Al no haber carril ni pista hasta aquí, a diario utilizan una burra para acarrear enseres y alimentos. Desde este precioso cortijo descendemos a la cascada del Chorrogil, volviendo al punto de partida. Pero justo al llegar a la carretera y retomando la vía pecuaria del camino de las Cumbres, a 15 minutos en la misma senda nos toparemos con el pino de la Cruz de Colín, finalizando ahora sí, esta maravillosa ruta por la Sierra de las Villas.
A comienzos del siglo XX, en el paraje de Poyo Llano, a los pies de La Morra (de 1.527 metros de altitud) existían dos cortijos contiguos. Uno al borde del Poyo, donde vivía Justa la Fumaora y su marido. Otro muy cercano, el Cortijo del Tío Facundo o Cortijo de Colín. En esta época de duros trabajos en el campo y prolongadas ausencias debido al pastoreo, el marido de “la Fumaora” tenía la mala costumbre de “dormir”, a veces con su señora y a veces con la de Colín.
El marido mancillado, Colín, harto de habladurías y con la certeza de la infidelidad, se presentó en el cortijo de “la Fumaora” armado con su escopeta, dispuesto a zanjar, para siempre, esta situación. El marido de Justa se encontraba arreglando el tejado, que era de teja-vana (2).
Colín le espetó: “Arréglalas bien, que serán las ultimas que hagas en tu vida”.
“Al menos déjame que me baje”, respondió el marido de Justa. Le pidió, como última voluntad, que al menos muriese sobre la tierra, no sobre el tejado. Descolgándose rápidamente por el lado contrario del tejado, se introdujo en su casa, tomó su escopeta y mató por la ventana al consentidor.
Lo cargó entonces sobre un mulo y se fue a Villacarrillo a entregarse a la Guardia Civil y contar lo sucedido. Tomó un camino muy transitado entonces, una vía pecuaria denominada Camino de la Cumbre, que desde el valle del Guadalquivir ascendía a las cimas de la Sierra de las Villas. Al poco de iniciar su camino, cansada la bestia y aturdido por el suceso, paró a hacer un descanso y el muerto se le cayó en un punto. Con el remordimiento del suceso, frente a la Morra, talló una cruz en un pino negro, donde dejó el cuerpo. Hoy este paraje es conocido como La Cruz de Colín.
Un pastor del cercano Cortijo de la Escalera, Juan Punzano, de 81 años, me relató este hecho y me acompañó a indicarme el lugar donde fue tallada la cruz y también para repasarla, pues desde hace más de cien años que sucedió, nadie había tocado la cruz.
(1) Las escaleras o trancos son caminos o pasos sobre rocas, ahormados de piedra y rellenos de tierra, que salvan importantes desniveles.
(2) En estos tejados de teja-vana las tejas se colocaban sobre tablas, sin cámaras de aire, como mucho, cañizo unido por un sencillo mortero. Al ser muy bajos, aguantaban muy bien las nevadas y al no tener una terminación hermética, permitían fácilmente la salida del humo de las lumbres y braseros por los huecos entre las tablas, evitando así “atufarse” (asfixia por monóxido de carbono).