Los pueblos chicos (II)

01 jul 2018 / 11:15 H.

Villarrodrigo, Hinojares, Benatae y Larva tienen menos de quinientos habitantes. Son los pueblos “más chicos” de Jaén. Apenas nacen niños, algunos años ninguno. Sólo las compañías de seguros y empresas mortuorias hacen aquí su agosto. Si los dejamos abandonados a la inercia y a las inflexibles, inapelables y con frecuencia despiadadas leyes del mercado, morirán. En muy pocas décadas, tal vez tan solo años, habrán desaparecido o, como mucho, serán segunda residencia de los vecinos que los dejaron. Creo que aún estamos a tiempo de evitarlo. Habría que diseñar un plan de actuación pilotado y coordinado por la Diputación Provincial y en el que participen otras Administraciones. Un plan pionero e innovador. Habría que intentar movilizar al empresariado de la provincia para que participe en él. No obstante, tanto si se consigue como si no, las cooperativas aceiteras de cada pueblo tendrían un papel central. En torno a ellas, se impulsaría la producción y comercialización de otros productos agroalimentarios, convirtiéndose así en centros de trabajo abiertos todo el año; se pondría en marcha un Plan de Formación, efectivo y realista, destinado a toda la población desempleada, especialmente a los jóvenes; Se implantarían medidas de fomento de la natalidad, incluida compensación económica por no existir guardería infantil, lo que supone un agravio respecto a los municipios más poblados que sí cuentan con este servicio. Estos días es noticia que en algunos países, como Francia, se prohibirá en breve la comercialización de huevos de gallinas enjauladas, cosa que aplaudo. Antes o después, la medida se generalizará y llegará España. Qué fácil y qué poca inversión se requeriría para criar gallinas y producir huevos en nuestros olivares. Y qué gratificante y hermoso sería verlos llenos de vida con las ponedoras controlando la cubierta vegetal de forma natural y estercolando la tierra. Una renta complementaria para los agricultores y una nueva fuente de empleo. La comercialización, a través de las cooperativas y mejor aún, si están agrupadas en una de Segundo Grado. Esta es sólo una de las incontables posibilidades de introducción de nuevas actividades en nuestros pueblos. Pero no pretende este artículo suplantar el trabajo que técnicos y profesionales habrán de acometer para determinar, en cada caso, cuales son las potencialidades de desarrollo de cada lugar que, con toda seguridad, las hay. Pongámonos manos a la obra. Seguramente así lograremos mantener vivos a nuestros pueblos. Sus gentes, la cultura y la historia nos lo exigen. Una historia, casi siempre milenaria, que nos recuerda otros tiempos esforzados y hasta heroicos como los de los habitantes de Villarrodrigo, antigua alquería árabe que tras la colonización cristiana en el siglos XIII, se llamó Albaladejuelo de la Sierra hasta que sus vecinos, con el apoyo de Rodrigo Manrique, y tras el pago a la Corona de una gran cantidad de dinero, lograron el título de villa.