“Museo” del reciclaje

El jiennense Miguel Ortega Esteo atesora en su casa de la aldea alcalaína de Santa Ana cientos de objetos y enseres recuperados de escombreras, que, en su nueva ubicación, se han salvado y vuelven a tener a nueva vida

01 oct 2017 / 11:45 H.

Cuenta la fábula, recogida en “El Libro de Buen Amor” del Arcipreste de Hita, que un gallo se encontró un zafiro en un muladar y que lo despreció ya que no le veía utilidad, pues él buscaba grano. Esto no le ocurre a Miguel Ortega Esteo, quien atesora en su vivienda de la aldea alcalaína de Santa Ana cientos de enseres de lo más variopinto recuperados de escombreras y cortijos abandonados. Su labor es un canto al reciclado con mayúsculas y un forma de demostrar que en los lugares más insospechados hay artículos de gran valor. Ya desde la entrada, la propia puerta de madera procede de la basura. Después, a lo largo de las diferentes estancias se muestran muebles y objetos salvados del abandono total.

Ortega destaca que lleva años con el proceso de recogida y restauración. No obstante, con la desaparición de las escombreras incontroladas, cada vez son menos las cosas que consigue. Ya no le hacen falta más, pues la casa está a tope. Reconoce que es un manitas, pues él mismo se encarga de dar una nueva vida a los bienes. “Es muy raro que las piezas estén impecables al recogerlas, pues eso solo pasa cuando da la casualidad de que acaban de soltarlas en el vertedero”, afirma. Sin embargo, él es un manitas y a su destreza natural suma el aprendizaje del tiempo. Así ha logrado convertirse en un carpintero, que arregla los muebles más insospechados y repone tablas o las suple con masilla. “Cuando no tienes dinero debes recurrir a la maña, pues restaurar resulta caro. Siempre se me han dado bien las manualidades”, apunta. Son contadas las veces que realmente se ha visto obligado a acudir a un profesional porque él mismo no era capaz.

En el proceso de puesta en valor devolvió utilidad a mesas, algunas de grandes dimensiones, o transformó alacenas en armarios. Igualmente mecedoras, siglas o camas fueron devueltas a la circulación por sus hábiles manos. “Son muchas horas de trabajo”, reconoce Miguel Ortega, quien, no obstante, se siente satisfecho del resultado obtenido, ya que, de otra manera, los artículos habrían terminado destrozados totalmente y, por tanto, desaparecidos. El inmueble santanero se ha convertido en un museo vivo en el que pueden conocerse enseres habituales décadas atrás, a veces ya muy raros. “Cuando reparas algo piensas en de quién fue. Por eso supone un homenaje a quienes están detrás de ella, pues recuperas la memoria”, manifiesta.

Los artículos suelen tener décadas de antigüedad y, en ocasiones, uno o varios siglos. Una de las joyas, es un pequeño breviario de piel con broches de cobre escrito en latín e impreso en Venecia, que data del siglo XVIII. Aunque el libro de oraciones no está nuevo, ni mucho menos, Ortega lo rescató y sus páginas pueden leerse perfectamente. Además, de las paredes cuelga una litografía de 1817 del Cristo de la Salud original, que se veneraba en la ermita de San Blas de Alcalá la Real. No faltan libros escolares y revistas de la posguerra y otra joya como un documento con anotaciones en el que un vecino de Frailes niega la deuda que le reclama un tendero alcalaíno. Igualmente, guarda un versión de El Quijote de mediados del XX y un vademecum de escribanos, que llevaba dentro recibos y otros escritos. “En estas páginas podemos bucear en el pasado. Me encanta”, resume.

Como pequeño inventario de lo que cuelga o reposa por las habitaciones pueden citarse trofeos de caza —ya solo con el hueso y los cuernos de un ciervo, cabras monteses y un carnero—, aparatos de amolar —dispone de dos modelos, uno relativamente modernos y otro con unos cien años—, un futbolín —sus propias hijas se encargaron de pintar los muñecos—, botellas para cerveza y otras bebidas o una herramienta empleada para sulfatar parras. El visitante se sorprende con retratos —uno de ellos pintado y el otro, una fotografía— de hombres de aspecto distinguido cuya identidad es desconocida por Miguel Ortega, aunque probablemente se trate de terratenientes o profesionales liberales bien situados de Alcalá o la provincia de Jaén.

María Angustias Jiménez, la esposa del impulsor del proyecto, se muestra muy satisfecha con el trabajo realizado por Ortega, aunque destaca el mantenimiento y la limpieza que requieren. De hecho, el marido pasa en la vivienda buena parte del tiempo libre. El proyecto también tiene una dimensión familiar, ya que una parte de los enseres son de los ancestros de Miguel Ortega, que, de hecho, ocupan las paredes del salón, donde se exhiben fotografías de varias generaciones atrás. Entre otros aparecen un tío que era cura, del que conserva un cáliz y otros artículos litúrgicos. Otra curiosidad es la presencia, enmarcada, de c elaboradas por monjas para colocar cálices.

En cuanto al mundo rural está representado con múltiples aperos, como arados, cribas de la aceituna, serones, ubios o redes para que la paja no se saliera de los carros. A veces hay herramientas sin nombre conocido, como una especie de pico que se usaba para sacar piedras en las fincas de cultivo.

proceso. Miguel Ortega, en realidad es jiennense. De Jaén es su padre, que conoció en la comarca a su madre por motivos de trabajo, trabajaba en la construcción de carreteras. Por línea materna, sus antepasados están vinculados con Frailes y la zona de la Martina, en plena sierra. “Cuando era chico me peleaba con mi madre porque ella decía me dejaba claro que yo soy de Jaén y yo le decía que soy de Santa Ana”, apunta. “Desde siempre le he tenido un cariño enorme a esta aldea”, apunta. Añade: “Siempre tuve la ilusión de comprarme una casa aquí y cuando una tía mía jiennense aproveché, hace trece o catorce años, para comprar esta vivienda. Al que la hizo lo llamaban El Dominante hace más de un siglo. Era pequeña y de una planta, pero yo mismo la reformé. Ya tenía cosas apiladas en el cortijo de Veintenovias y pensé la forma de acoplarlas”, recuerda. En la remodelación aprovechó para arreglar el patio y reutilizó piedras. El resultado es un inmueble tradicional rústico al que no le falta ni un detalle, pero siempre con el sabor de antaño, conseguido con elementos como las vigas de madera y el atrezo que forman múltiples objetos, como calderas y un dispositivo para elaborar queso.

Los visitantes quedan maravillados al recorrer las estancias, aunque, sobre todo en el caso de los más jóvenes, sin la correspondiente explicación de Miguel Ortega, muchos no pueden captar el significado y el alcance de las piezas que componen una casa que más bien debería considerarse un auténtico museo.

La obtención del vino
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Miguel Ortega obtiene su propio vino, procedente de uva autóctona jaén negro recolectada en el cortijo familiar de Veintenovias, en la zona de las Nogueruelas. En una pesada pila de piedra perteneciente a sus ancestros e instalada en una esquina del patio. Salvo años excepcionales, el volumen no suele exceder los cien litros. El mismo dueño de la casa se encarga del preparar el fruto en una máquina y luego del pisarlo con botas de goma. El mosto resultante se deja reposar en un barril, donde fermenta unos meses. “No acostumbro a trasegar el caldo, pero sale bastante bueno”, precisa. Es el vino del terreno de toda la vida.

Hasta el último detalle

El aire rústico de la vivienda de Santa Ana está cuidado al máximo. Ya en la puerta, el llamador no es un timbre, sino una especie de campana que se acciona tirando de ella. En el interior, las propias llaves de la luz son giratorias como las que existían antiguamente en las casas, sobre todo en las del campo. Por las habitaciones pueden verse objetos tan raros como una trampa grande que no servía para cazar pájaros sino ratas mediante la fijación de un cebo de queso en un pincho metálico. Los múltiples detalles obligan a una visita reposada para captar el significado y la utilidad que tuvieron los enseres atesorados.

La escuela de antaño
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Entre las cosas que más satisfacen a Miguel Ortega está enseñar los objetos escolares. Aparte de diversos manuales usados por niños, principalmente en la época del franquismo, posee objetos como los pequeños pizarrines con los que los menores escribían. Eran unos tiempos en los que la enseñanza disponía de muchos menos medios, los tecnológicos eran inimaginables. Las familias más humildes tenían que esforzarse para no perder el carro de la formación, con unos medios muy precarios. El “museo” de Ortega permite conocer al detalle cómo era la educación de entonces en un país mucho más pobre que ahora.

Cuidados ímprobos

El legado que atesoran Miguel Ortega y su esposa supone un cuidado constante y una labor de mantenimiento para conservar y reparar. Sin embargo, los dos se sienten muy satisfechos con el resultado. Aunque Ortega tiene su residencia en Alcalá la Real, afirma que allí solo va a dormir, pues la mayor parte de la tarde la pasa en la casa de Santa Ana. Además de la atención a los enseres, le entusiasma el cuidado de los animales. Tienen pájaros, entre ellos codornices que ponen huevos a diario, conejos y perros. El patio es muy fresco, en buena medida gracias a la presencia de un frondoso almez que lo surte de sombra.