Museo Íbero, lugar de memoria

El autor del texto realiza un recorrido por la historia de la antigua prisión de la capital y su derribo y en el que actualmente se encuentra instalado el Museo Íbero provincial

31 dic 2017 / 00:26 H.

H ace unos días eldiario.es publicaba un artículo sobre la inminente declaración de “Lugar de Memoria Histórica” del museo íbero de Jaén porque ocupa el espacio de la desaparecida prisión provincial. En el reportaje se hace un recorrido histórico con información tomada de mi libro “Historia de las prisiones en la provincia de Jaén”. Curioso es que primero demuelan un edificio material, emblema de una parcela histórica inolvidable, y después reivindiquen la memoria del edificio que ellos mismos hicieron desaparecer. Supongo que tal declaración habrá que inventariarla entre el patrimonio inmaterial, como la leyenda del lagarto de la Magdalena. ¿Es, o no, un contrasentido?

En Jaén, la afición por derribar lo antiguo es un hábito numerario, tal vez una predisposición genética del ácido desoxirribonucleico. Pasó con el teatro el Norte, con el teatro Cervantes y con no pocos edificios emblemáticos de nuestro patrimonio cultural, demolidos para levantar bloques de pisos o mamotretos de dudoso gusto. Refiriéndose a la guerra civil, a nuestros políticos se les llena la boca con la máxima “quien olvida su historia está condenado a repetirla”; pero al mismo tiempo decretan demoliciones de espacios físicos que hubieran recuperado aquella etapa represiva y cruel de nuestra historia, precisamente para que no vuelva a repetirse. En Alemania se respetaron los campos de exterminio nazis y están abiertos al público, sencillamente porque los germanos no quieren olvidar su pasado. En España no tenemos ni museos de la guerra civil y en ciudades como Jaén se escupe sobre la historia con el triste atavismo de que lo antiguo es baladí por viejo.

La excusa para demoler el lugar más representativo de nuestra Memoria Histórica fue –dijeron– algunas grietas que salieron tras las obras del parking próximo. ¿Quién puede creerse que con los medios técnicos actuales aquello fuera un impedimento real, cuando la misma Administración obliga a las constructoras a respetar fachadas históricas en edificios antiguos si en ellos se levantan otros de nueva planta? ¿Realmente era necesario arrasar el edificio entero? ¿Fue imposible mantener la fachada de la vieja prisión provincial, su frontispicio, el patio n 1 con los impactos de bala de los fusilamientos sin formación de causa de 1941, o la oficina pentagonal de Centro, núcleo de la estructura radial inspirada en el panóptico universal de Jeremías Bentham, por poner algunos ejemplos? ¿De verdad era imposible integrar espacios nuevos con históricos? (recordemos la muralla medieval en el teatro Infanta Leonor o la fachada renacentista del Pósito en el Museo Provincial). No creo que fuese imposible. Más bien se pudo, pero no se quiso. Así de simple.

En 1997, coincidiendo con la presentación de mi libro sobre las prisiones, que ahora curiosamente se consulta con recurrencia para documentar aquel espacio desaparecido, organicé la I Muestra Histórico-Gráfica “Cárceles y Mazmorras”. En ella reuní numerosos objetos históricos de gran valor procedentes de la prisión provincial: entre otros, armamento, inmovilizadores de presos, útiles sanitarios, uniformes de reclusos y funcionarios, medallas, manualidades de presos políticos, documentos inéditos, fotografías, planos, incluso el historiado despacho de nogal del director de la prisión, testigo de espeluznantes episodios en el siglo XX. Ofrecí a la Diputación Provincial de Jaén –con mayoría socialista– la donación de todos los objetos de aquella muestra para ser expuestos en el Museo de Artes y Costumbres Populares, o en otro lugar que estimasen conveniente. Muy útiles hubieran sido en estos momentos para recuperar la memoria de aquel pasado tan negro, pero tan nuestro. Aún conservo los escritos registrados de mi ofrecimiento. La Diputación los rechazó a través del silencio administrativo, y eso que eran gratis. Ahora, ante el Rey y los medios de comunicación, quieren declarar “Lugar de Memoria Histórica” a un edificio que ya no existe y abrir una sala en el moderno museo íbero con precarios vestigios de su demolición: una veleta, una reja y una garita. Este contrasentido político es un desprecio a nuestra historia, a los presos conservadores que pasaron por ella durante la guerra –los expedicionarios de los Trenes de la Muerte o los represaliados tras el bombardeo de Jaén, por ejemplo–; pero sobre todo a las decenas de miles de luchadores antifascistas (algunos muy relevantes) que fueron encarcelados y torturados en aquellas dependencias. En aquella vieja cárcel fallecieron por hambre y torturas unos 400 republicanos, y otros 1.275 salieron de ella con destino a las tapias del cementerio de San Eufrasio para ser ejecutados, y aún yacen en sus fosas comunes. Muchos de ellos eran diputados, alcaldes, concejales, abogados, médicos, literatos, industriales o simples campesinos, responsables de organizaciones democráticas.

En mi opinión, la Memoria Histórica –la democrática y la antigua– no se defiende inaugurando placas entre flashes mediáticos, sino respetando y conservando nuestro legado patrimonial tangible, pues para crear edificios nuevos no es necesario arrasar antiguos, mucho menos si son emblemáticos.