Museo vivo del olivar
La oferta cultural de Alcalá la Real tiene en las instalaciones de Alcalá Oliva uno de sus reclamos más entrañables, con el universo del aceite como centro de una visita en la que convertirse en aceitunero por un día
El mar de olivos tiene una “isla” en Alcalá la Real, el Museo Alcalá Oliva, donde nutrirse de conocimiento —y de “oro líquido”— en torno al universo aceitunero. La recolección del fruto, el proceso de producción de aceite en la almazara y su resultado final son, entre otros, los “cuadros” de costumbres que cuelgan en las “paredes” de un centro de difusión tan singular como apetecible en plena Sierra Sur, rodeado de olivos, como el mejor de los paisajes salido de la paleta del malagueño Carlos Ariza.
“La idea de su creación surgió en 2010”, aporta Ángela Pérez, reponsable de Exportación de Alcalá Oliva, que añade: “Vimos que había que acompañar los procesos de fabricación con la difusión de la historia del aceite, divulgar la cultura oleícola, en definitiva”. Pasión y trabajo a partes iguales dieron como resultado su inauguración, en el año 2015, como un auténtico espacio vivo, que ocupa un inmueble restaurado que data de justo un siglo antes. “Rehabilitamos un antiguo molino que recuperamos; su ubicación en un lugar privilegiado y tradicionalmente aceitero complementa a la perfección la oferta turística y cultural de Alcalá la Real”, asegura Pérez.
En su interior, y también fuera de sus muros, se desarrolla un programa expositivo y de divulgación que supone, en palabras de José González Lozano, director de las instalaciones y “marketing manager” de Alcalá Oliva, “una rica experiencia para los sentidos”.
El museo se organiza en tres zonas, a saber: un antiguo molino rescatado del paso del tiempo, que incluye una colección de útiles propios de las labores oleícolas y supone el atrezo perfecto para la escenificación de la vida en torno a las tareas que genera la obtención del “oro líquido”, emblema de la provincia y su más reconocido embajador, según los usos decimonónicos; una segunda área, en la que acercarse a la historia del olivar reslta muy fácil a través de un recorrido por una sala repleta de paneles explicativos, complementados con recursos audiovisuales en español e inglés, que instruyen acerca de las variedades del fruto del olivo, sobre el devenir de este milenario árbol sagrado y de cuantas cuestiones guardan estrecha relación con el universo aceitunero. Y, por último, la denominada “agrotienda”, que pone al alcance de cuantos llegan al museo no solo aceite, sino también productos alimentarios autóctonos y un repertorio de vinagres, óleos aromatizados o vinagretas, entre otros.
La visita concluye con una degustación de aceite que hace las delicias de quienes, tras saciar su sed de información, tienen dispuesto, igualmente, el estómago para deleitarse con la intensa experiencia de surtir el cuerpo con uno de los “medicamentos naturales” más eficaces y sabroso y que es, en sí misma, una primera toma de contacto con las posibilidades gustativas y sensoriales del AOVE que invita a la profundización.
Todo está pensado para que el visitante se marche con el mejor de los sabores en la boca. Para ello, un guía experto se encarga, de forma amena y adaptada a cada franja de edad, de explicar lo expuesto; incluso, cuando los recién llegados son estudiantes de los colegios de la zona, los anfitriones cambian sus ropas cotidianas por la indumentaria propia de los trabajadores de una almazara de época.
Para ahondar en la vocación didáctica del Museo Alcalá Oliva, sus responsables ofrecen, durante el periodo de recolección de la aceituna, una propuesta de lo más interesante y, sin duda, inolvidable: ser aceituneros por un día. Como la más lograda de las recreaciones, no falta de nada: desayuno molinero para empezar la jornada con fuerza en el tajo, la vestimenta que utilizaban los trabajadores del olivar, que incluye mono, botas y demás elementos típicos, y por supuesto —y lo más emocionante— la dura labor de recogida a pie de árbol o vara en mano.
Otra de las actividades que mayor interés despiertan de entre las que pone a disposición de sus visitantes Alcalá Oliva es la iniciación a la cata. De manos de un experimentado catador, los asistentes se introducen en el apasionante universo de refinar el paladar para educarlo en la distinción de gustos y texturas, de la calidad, al fin. Teoría y práctican conviven en este cursillo acelerado, pero no por ello menos instructivo.
Para el responsable de que todo salga perfecto, José González, los días de visita —de canadienses, ingleses y, por supuesto, españoles y comprovincianos— suponen una jornada diferente, en la que todo se organiza con el ánimo de que los curiosos se marchen satisfechos. “Ver las caras de asombro de las personas cuando contemplan los grandes depósitos de la bodega, por ejemplo, es increíble”, afirma el director del museo, y añade: “Lo que para nosotros no tiene prácticamente importancia porque lo vemos todos los días, para la gente que llega es algo desconocido, completamente nuevo”.
La existencia de varios ejemplares de olivos centenarios en la finca que ocupa Alcalá Oliva resulta, en palabras de José González, “un gran atractivo” que se suma al itinerario propuesto. “Los extranjeros que llegan se sacan fotos junto a los árboles y comprueban cómo, día a día, todo se cuida hasta el último detalle para que el proceso de recolección, extracción y producción sea totalmente natural, sin intervención química”. Según el “marketing manager”, la demanda de aceite en estas visitas es común, que se llevan de regreso a sus países de origen. Los comentarios vertidos por los usuarios de las webs turísticas que pasan por las instalaciones no dejan duda sobre su grado de satisfacción.
Como es lógico, los aspectos puramente museográficos se prestan poco a la innovación en un recinto como este: antes bien, el mantenimiento constante de los elementos que lo componen garantiza su capacidad divulgativa. No obstante, aporta González Lozano, “el dueño, cuando encuentra algún objeto interesante que merece figurar en el museo del aceite, pasa a formar parte de él”.
En definitiva, un “Louvre” del “oro líquido” en plena Sierra Sur jiennense en el que tiene lugar, cotidianamente, el abrazo de curiosos de más allá de las fronteras provinciales —pero también, y en gran número, de jiennenses— con el producto estrella de los campos de Jaén, una obra de arte natural y un gran desconocido, a veces, cuya rica cultura queda de manifiesto en un espacio destinado únicamente para exaltar sus bondades.
La visita de grupos de escolares tanto de la provincia jiennense como de fuera de ella es constante en las instalaciones del Museo Alcalá Oliva. Los profesores, según la edad de los alumnos, reciben fichas didácticas con las que los estudiantes trabajan y aprenden. Por poner un ejemplo, un nutrido grupo de menores del colegio alcaudetense Juan Pedro conoció el espacio expositivo durante la visita que realizó el pasado abril. Los objetivos de divulgación de todo lo relacionado con el proceso recolector, extractor y productivo del aceite quedan cumplidos, así, a la perfección con su presencia en el calendario escolar.
Reuniones, comidas, cenas, conferencias y actos de todo tipo tienen lugar en el museo, cuya belleza rural, en un entorno insuperable, invita a la celebración de citas promovidas desde diferentes ámbitos entre sus centenarias paredes. Además de las visitas y las actividades propias de la difusión de la cultura oleícola, el espacio expositivo alcalaíno acoge acontecimientos culturales de primer orden. Entre ellos, la masterclass, con certificación de la Escuela de Flamenco de Andalucía, a cargo de David Córdoba que a fines del pasado marzo se desarrolló en las instalaciones de Alcalá Oliva, como muestra la foto de la izquierda.
Por el museo ha pasado una multitud de nacionalidades de todo el mundo. Son grupos internacionales de personas interesadas en descubrir el riquísimo acervo aceitunero de la provincia jiennense, que el Museo Alcalá Oliva, desde su apertura en 2015, recoge y resume hasta el más mínimo detalle. Una excursión de canadienses, como muestra la instantánea de la derecha, conoció las instalaciones ubicadas en la Sierra Sur el pasado mes de marzo. No solo les sorprendió el interior del histórico edificio expositivo, también el mar de olivos que lo rodea causó en ellos una sobrecogedora impresión.
Santiago Pérez Anguita, al frente de la empresa Alcalá Oliva, y su hija Ángela Pérez, directora de Exportación de la firma, capitanean esta compañía oleícola innovadora y comprometida con su sector. Entre las iniciativas desarrolladas por la entidad, la creación y puesta en funcionamiento del museo del aceite es una de las más destacadas. De la dirección de las instalaciones expositivas se encarga José González Lozano, que es también “marketing manager” de la empresa. Las vistas de la Fortaleza de la Mota que ofrece la parte superior del museo son la mejor metáfora de la altura de miras de Alcalá Oliva, sin olvidar sus raíces.