Nogué, un jiennense adoptivo

La huella física y artística del artista catalán en Jaén se evidencia en un buen número de cuadros de temática local y en su deseo cumplido de reposar eternamente en la ciudad

10 mar 2019 / 16:24 H.

He estado en el Castillo y he recreado mi ya cansada vista con la magnífica panorámica que, desde él, ofrece esta bella capital en la que, de verdad, me agradaría acabar mis días”. Son palabras de José Nogué Massó —el gran pintor catalán— a Diario JAÉN durante su última visita a la ciudad, allá por el mes de abril de 1970, algo más de tres años antes de su muerte.

No expiró en la capital del Santo Reino aquel 23 de agosto de 1973, como era su deseo y tantas veces manifestó, sino en Huelva, a los noventa y tres años de edad, “en presencia de su hija, María, y su yerno, Felipe”, reza en la crónica. Pero su familia no lo dudó y, como él mismo anhelaba, un día después de morir fue trasladado a Jaén para recibir sepultura en el viejo cementerio de San Eufrasio, en cuyo patio de San Juan, sección 9, descansa tras una sencilla lápida —reproducida en la portada de este suplemento— en la que, bajo su nombre, dos palabras proclaman su noble oficio: “Artista pintor”.

Pero, ¿por qué Nogué eligió la tierra jiennense como último destino para sus restos mortales? La respuesta está en su propia biografía. Nacido en Santa Coloma de Queralt (Tarragona) en 1880, el maestro pisó la ciudad del Santo Rostro, por vez primera, en 1923, pleno de prestigio tras su etapa romana pensionado por el Estado y con varias medallas y menciones honoríficas a su talento: “Recuerdo cuando vine a Jaén por vez primera allá por los años veinte”, evocaba Nogué en las páginas de este periódico, y añadía: “Aún conservo en mi pensamiento aquella impresión desagradable que producía el Paseo de la Estación, polvoriento y mal cuidado, así como los alrededores de la ciudad”. Una visión que, con el tiempo, se convirtió en amor incondicional a esta tierra. “Jaén era mucho para él, esa ciudad era todo recuerdos; en su libro autobiográfico, que hizo ya muy mayor aunque conservaba una memoria increíble, Jaén ocupa un lugar importantísimo”, sentencia el jiennense José María Luzón Nogué, exdirector del Museo del Prado y nieto del artista. Según el también exdirector del Museo Arqueológico Nacional, su abuelo marcó a varios jóvenes pintores a su llegada a Jaén, que se convirtieron en sus discípulos y que entraban como “críos” en la Escuela de Artes, entre ellos Rufino Martos: “Me contaba cómo lo conoció, porque su madre le decía que pintaba muy bien y quería que lo tuviese como alumno”, evoca Luzón, también pintor, quien valora la capacidad de José Nogué a la hora de infundir su magisterio: “Recuerdo una frase que me repetía, me decía que mirara hacia el campo y viera los verdes que había; me enseñó a ver los colores para poderlos plasmar luego”, rememora.

Nogué vino para trabajar en la que, a la sazón, se titulaba Escuela de Artes e Industrias —desde 1997 Escuela de Arte José Nogué, en honor del que fuera su primer director—, pero su estancia en la capital dio para mucho más, hasta el punto de convertirse en una figura cultural de primer orden en la provinciana vida de la ciudad del primer cuarto del siglo XX y hasta 1932, una década en la que el compromiso de Nogué con Jaén no dejó de crecer. No hay más que leer las páginas de “Don Lope de Sosa”, la crónica mensual publicada por Alfredo Cazabán, para comprobar el protagonismo del artista en ese intenso periodo.

Se codeó con lo más granado de la sociedad local y provincial, a muchos de cuyos nombres propios retrató de manera individual o como personajes de escena; ahí están “La adoración del Santo Rostro”, actualmente en paradero desconocido y donde figuran algunos de los personajes más representativos de aquel Jaén de 1924; el soberbio lienzo que inmortaliza a la marquesa viuda de La Rambla, Concepción Loring Heredia, a día de hoy, desde 1928, en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Úbeda; el “Retrato de don Eloy Espejo”, en el Museo Provincial —que cuenta, ahora mismo, con dieciocho obras del pintor—; “Cruz de mayo en Jaén”, entrañable “captura” de una de las tradiciones más arraigadas de la ciudad que plasma, como figurantes, a hijos de sus amigos de la popular Peña Los Quince —a la que regaló, en 1929, el cuadro “Nuestro Padre Jesús pasando por el cantón de la puerta de Granada en la madrugada del Viernes Santo”, hoy en el Museo Provincial—; el grupo familiar de los Anguita Villar, o los óleos dedicados a sus padres —José Nogué Rovira y Carmen Massó Gris, que se instalaron con él en la ciudad y que yacen enterrados en el cementerio viejo junto a la primera esposa del pintor, María Vallejo, tras una singular lápida primorosamente decorada por el artista—.

Precisamente los diez años que José Nogué pasó en Jaén sirvieron también para que el catalán se hiciera cargo de la sección de conservación-restauración del Museo Provincial, con Cazabán como director de las instalaciones, entonces ubicadas en los bajos de la Diputación; posteriormente el cronista dejaría el cargo, que asumió, en 1931, el propio artista, cuya labor otorgó a esta institución un notable impulso. Un año apenas estuvo al frente de la entidad el tarraconense, pues sería reclamado para hacerse cargo de la Escuela de Arte de Madrid. El propio Nogué, alrededor de 1964, visitó el “nuevo” edificio destinado para Museo Provincial —fue construido en 1920 por iniciativa de José del Prado y Palacio y traza del arquitecto Antonio Flórez Urdapilleta— y manifestó su satisfacción al comprobar la evolución experimentada por este espacio: “Verdaderamente magnífico, se ha convertido en un museo muy completo, en el que la sección de Arqueología le enriquece notablemente. Está, además, en muy buenas manos; su director [Juan González Navarrete] me ha dado la impresión de persona capacitadísima y de admirables cualidades para la misión que se le confía. Me ha emocionado”, expresó a Diario JAÉN. En reconocimiento a su trabajo en esta institución, Nogué cuenta con una sala propia desde su reapertura en abril de 1990 y está representado también en la de monarcas: “Ahora, la sección ‘Espacio Dedicado’ es para él desde noviembre del año pasado hasta el de 2019”, aclara Francisca Hornos, directora del Museo Provincial de Jaén.

Dice el refrán que se es de donde se pace, no de donde se nace, y el de Santa Coloma de Queralt encontró en el mar de olivos motivos de inspiración a mansalva que hizo suyos a través de los pinceles: las procesiones de Nuestro Padre Jesús y el Cristo de la Expiración, que recogió en más de una ocasión en su producción; el Santo Rostro, las cruces de mayo, la Catedral y su preeminencia en el paisaje local; Jabalcuz, la “silla del caballo”..., creadas en su estudio de la calle Cambil, a un paso de la Escuela de Arte que lleva su nombre y desde el que influyó de manera sobresaliente en pintores jiennenses de la época como los hermanos Francisco y Luis Espinar y el ya citado Rufino Martos.

Sin duda, que tanto sus progenitores como su primera esposa lo siguieran en su periplo por Jaén y que los tres fallecieran aquí y recibieran sepultura en el viejo camposanto de la capital debió pesar mucho en su deseo no solo de exhalar su último suspiro en la ciudad del Santo Rostro, sino de ser enterrado cerca de los suyos, y ello a pesar de que, una vez fallecida María Vallejo —a la que conoció en Italia y con la que tuvo a sus dos hijos, María Virginia y José, nacidos en Roma en 1913 y 1914, respectivamente—, contrajese nuevas nupcias, en esta ocasión con Carmen Gómez, en Madrid, en 1941.

Muy cerca del nicho jiennense que ocupan sus padres y su primera mujer, descansa en paz el pintor.

Una obra de arte en el cementerio viejo
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El romántico cementerio de San Eufrasio de la capital jiennense es una suerte de museo al aire libre donde el arte funerario campa a sus anchas todavía, pese al estado de ruina que presentan algunos paños de nichos del camposanto. Panteones monumentales, tumbas de singular valor... Precisamente en uno de los patios del popularmente conocido como cementerio viejo llama la atención del “valiente” visitante que se atreve a caminar entre bloques que amenazan derrumbe una lápida —protegida por una pantalla de cristal— correspondiente a la sepultura de José Nogué Rovira, Carmen Massó Gris y María Vallejo, los padres y la primera esposa de José Nogué Massó. En ella, flanqueando un crucifijo y bajo un réquiem que cruza toda la pieza, el pintor retrató tanto a sus progenitores como a su primera mujer. Bajo esas reproducciones de sus seres queridos, el catalán escribió sendas leyendas con sus nombres y fechas de nacimiento y muerte.