sin el sol

BUENA DIGESTIÓN. “El placer siempre está cerca del calor y de la imaginación. Con la piel, ya tenemos al otra triada divina”

26 feb 2017 / 11:25 H.

Se lamenta mi amigo Domingo porque el día que leyó mi artículo sobre la mejor sopa de verduras del mundo —que celebraba el primer día luminoso del año—, “no le acompañó el tiempo”. El jueves 21 de febrero el cielo de Madrid estaba encapotado por un toldo amarronado de “brumas del Sahara”. Los amagos de primavera en febrero son demasiado engañosos; los belfos del invierno ahuyentan los rayos del sol y el empuje de la primavera aún es niño. Si buscamos luz, claridad, lumbre o el esplendor de la tarde dorada, debemos de acudir a la imaginación o —si esta se resiste— bucear en los recuerdos tibios que nos devuelve nuestra vida o nos legó la literatura.

Por ejemplo, llevarnos a la boca un verso, el último y acaso más sublime que escribiera Antonio Machado en su exiguo exilio francés, en febrero del 39 y solo unos días antes de fallecer: “Estos días azules y este sol de mi infancia”. Ahí se encuentra todo el calor necesario donde acurrucamos y buscar la caricia de la felicidad de los días de abrazo. Porque el bienestar, el optimismo, la esperanza que estimula la sonrisa y los estados más dulces del hombre vienen de la mano de la claridad y el sol.

Nuestro Mediterráneo está repleto de canciones, inscripciones, papiros, discursos, rollos y literatura donde la felicidad, el placer y las emociones que perduran en la memoria vienen de la mano de la transparencia de nuestro sol, su tibieza y color. Los unimos a la infancia al creer que solo los alcanzamos siendo niños, pero no es del todo cierto. Lo verdad es que la niñez —estado de inocencia— atrapa de manera más intensa y sincera lo auténtico que se nos agarra al alma como tatuaje indeleble, pero la claridad, el calor que se nos cuela domado por la piel y “los momentos”, no es privativo de la infancia, nos sigue como beso de enamorado toda la vida sin que nos demos cuenta la mayoría de las ocasiones porque estamos demasiado ocupados en defendernos de ese pulpo que nos ahoga en la vida diaria.

No es casualidad que todo el mundo blanquísimo del norte busque de manera tan desenfrenada el sol, ni que los habitantes del sur, ya negros a causa de sus rayos, le continuemos adorando como el único dios cierto. Como casi todo lo sustancial que hemos llegado a conocer los hombres, fue anticipado por los poetas. Luego vinieron la experiencia y la ciencia para confirmar la relación íntima de nuestra temperatura corporal con esa parte del cerebro que llama al optimismo, la celebración y, en general, los estados de bienestar sensual.

Así que a falta de sol y de lumbre, acudir al recuerdo es como vivir ese tiempo de panales silvestres. Todos hemos consumido el mejor vino de nuestra vida bajo una parra de levante, o disfrutado de una cerveza única plantando cara a un sol rojizo que se revienta en el horizonte. Buscamos en el restaurante la mesa que mira a la luz y nos alcanza esa maroma de aire transparente a través de la cual penetramos el horizonte, y en nuestra terraza de verano tenemos una hora marcada para hablar de amor con el vientecillo.

Sí, amigo Domingo, se trata de reanimar el niño escondido junto al corazón y dejar que busque el mejor rincón para nuestro bienestar. No necesitamos averiguar el lugar de la plaza donde se sienta el cura a leer el breviario, o se hace un ovillo el gato, para saber dónde anida la mejor temperatura, sino de arrumbar de manera rutinaria tanta consciencia que nos refleja una realidad tan triste.

Anoche llovió barro en Madrid. Lo sé al ver en la mañana los coches hechos un churrete. Pero no me he dejado vencer. Ahora sueño que viajó en un jeep polvoriento, con aquellos que quiero, camino de un oasis en el corazón de Libia. Google maps nos informa de que allí la guerra no llegó; se mueven unos cuantos puntitos blanquecinos que nos esperan. Es un lugar al que ahora no van los ricos por miedo y los precios caen en picado. Con un gran esfuerzo nos lo podemos permitir. Vamos a pasar unos días bajo el sol de las palmeras y la paz del Islam. Domingo, ¿a que este viaje es tan excitante como nuestros juegos de niños? El placer siempre está más cerca del calor y la imaginación. Si a los dos le unimos la piel, ya tenemos la otra triada divina.