Árboles y raíces

24 abr 2024 / 08:58 H.
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No es arbusto y tiene el tallo leñoso. Se divide en raíz, tronco y una copa compuesta de ramas y hojas. De la raíz y, a través del interior de la corteza que protege la savia del tronco, suben hasta las hojas, los minerales del agua. Una vez alimentado el árbol, las hojas realizan la fotosíntesis gracias a la cual se formarán los azúcares que a su vez se transformarán en celulosa, que es la materia prima de la madera.

Me remonto a una época en la que la abundancia de árboles constituía su característica más positiva, la misma, contrasta con la imagen negativa que ha ofrecido el bárbaro comercio de la madera, la creciente desertización y una legislación laxa que no combate con rigor la quema del monte por parte de los pirómanos.

Las funciones vitales humanas están relacionadas directamente con raíces, tronco, ramas, hojas, savia y corteza de cualquier ejemplar arbóreo. No olvidemos que, sin el árbol, no existiría, por ejemplo, la genealogía, bromas aparte, la psicología aclara que un ser humano para ser tal, necesita imperiosamente unas raíces profundas que le permitan sustentar el tronco de su vida, unas ramas bien asidas a la corteza y unas hojas limpias que permitan una respiración saludable. No obstante, lo imprescindible es la savia o fluido que aporta vitalidad al cuerpo y a la mente y, al campo lo nutre de armonía y esplendor con sus formas y colores.

Otro aspecto no menos bucólico, reside en el anidamiento de múltiples pájaros que hacen del paisaje un auténtico campo de adiestramiento aéreo.

Los árboles son parte de ecosistemas formados por seres vivos y el medio ambiente, previenen la erosión, fijan el suelo y proporcionan refugio y alimento a numerosos animales. Durante el equinoccio otoñal, aparecen desnudas las ramas de millones de árboles que se convierten en filamentos sin vida aparente, hasta que, finalizado ese periodo, renueva su maravilloso ropaje, tal y como si de una moda más se tratara. Su perenne sombra ampara al encallado caminante y a un ejército de parásitos que deambulan alrededor de su esbelta silueta. En su trayectoria vertical simulada, succiona de las nubes el agua que tanto beneficia a nuestros campos y evita que la muerte se cierna sobre sus raíces. De forma periódica, la mano del hombre se encarga de llevar a cabo una destrucción masiva de árboles y esa tala no se compensa con una urgente replantación forestal. Cierto es que el fin último de toda materia orgánica es convertirse en polvo que el viento esparce por doquier. Por la mañana, la rica diversidad de especies arbóreas, desconocen que, al caer la tarde, su montón de calorías, darán luz y calor y se transformarán en polvo gris después de su quema y combustión. Misión cumplida dirá Madre Naturaleza. Pobre de mí, pensará el árbol si los humanos se sienten contentos de tener un producto fácil de abatir y comerciar en forma de sillón, armario o puerta que cierra la obtusa mente de hombres primitivos empeñados en destruirse así mismos. Pobres árboles míticos como el árbol de Navidad, el árbol de la sabiduría, el árbol de la vida. Pobre árbol del conocimiento, del bien y del mal. ¿Quién os protegerá de la especie humana? ¿Acaso la higuera sagrada, el fresno perenne, el árbol mítico Iggdrasil, la encina consagrada a Júpiter, el olivo de Minerva, el ciprés de Plutón, la palmera de las Musas, o el plátano de los Genios, podrán sobrevivir a una incesante deforestación?

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