40 años y vuelta a empezar

05 dic 2018 / 11:16 H.

Esta semana celebramos los 40 años de Constitución, que es tanto como decir cuarenta años de convivencia pacífica, en un Estado democrático, social y de derecho que nos ha hecho a todos progresar y vivir mejor. Con la Constitución dejamos atrás 40 años de dictadura y conquistamos una democracia, donde la ley tiene un valor supremo, en un Estado que garantiza y protege nuestros derechos. Yo tenía 9 años cuando se votó esa Constitución, no sabía muy bien entonces lo que significaba, pero algo me decía que era bueno, porque en mi casa y en mi pueblo se compartía ilusión y ansia de Libertad. Cuando en esta campaña electoral en Andalucía he escuchado a tantos líderes comparar el gobierno socialista en estos 40 años de democracia y la dictadura, me he estremecido mucho como andaluza y como ciudadana, que he crecido en una sociedad libre. En política no vale todo y hay muchas líneas rojas que se están borrando en los últimos tiempos. No vale no respetar la democracia, cuando los resultados de unas elecciones no nos gustan; no vale insultar a los ciudadanos que votan libremente; no vale decir que estamos por encima de las leyes, ni alentar a que las leyes que se aprueban en el Parlamento no se cumplan. No vale, en definitiva, no aceptar la Constitución, que es nuestro pacto de convivencia. En España y en Europa eso ya pasó y sabemos a dónde nos conduce. Cuarenta años después, me duele como demócrata que el fascismo de nuevo aparezca en la escena política, condicione nuestra convivencia y malogre nuestra democracia. En 1978 el consenso significó que todos los partidos cedieron, pero además había un objetivo común que unía. Me gustaría conocer cuál es el objetivo común para el bien de Andalucía, que une ahora a PP y Ciudadanos, para pactar con un partido fascista y antisistema, que quiere acabar con estos 40 años de democracia y libertad. Los partidos de la derecha deberían empezar por moderar su lenguaje. Oyéndolos hablar parecería que estamos en guerra, con un discurso frentista, lleno de odio, de rencor, de desprecio al diferente, y de falta de respeto a todos los que no opinan igual. Es posible y necesario poner freno a esta sinrazón.