A la luz
de las sardinas

25 nov 2017 / 11:43 H.

Por la carretera de la Circunvalación, frente al bar Bigotes, comenzamos con muchos bríos la subida. Dejando atrás el transformador de la “Sevillana” y el caserío de Manolito que hacen de portal a la falda del cerro, nos adentramos por la vereda estrecha y sombría sorteando charcos, barro y caminantes con menos prisa que nosotros. Era un veinticinco como hoy, sábado y noviembre; y aunque había llovido durante casi toda la semana, aquella mañana el cielo lucía un azul tan limpio como el aire que levemente frío silbaba por encima de nosotros. Cargados de mochilas, bolsas y una caja de sardinas, enfilamos pendiente arriba entre los pinos por el atajo que paralelo a los restos de muralla te lleva en un santiamén de nuevo a la carretera asfaltada del cerro, y a la última cuesta que hay antes de entrar al Castillo de Santa Catalina. Respiramos tranquilos, era aún temprano y apenas había gente. En la curva más ancha del cerro, a la orilla de todo el que suba a la fiesta sacamos las dos botas de vino, encendimos el fuego, montamos la parrilla, y a cinco duros seis sardinas nos las prometíamos felices las cuentas.