A propósito de don José

19 mar 2017 / 11:24 H.

Supongamos que don José es un filósofo dominguero y de Jaén, que ya es mucho suponer, pues los filósofos escasean, y en Jaén se secan como pimientos choriceros, además no suele pensar en exceso durante los días festivos, por prescripción conyugal o porque las ideas, en aquellas jornadas de descanso colectivo tienden a rebozarse en una laxitud estéril, pero hoy que intenta celebrar junto con sus semejantes, por imposición administrativa y comercial su onomástica y paternidad , le bullen en su cerebro privilegiado algunas incógnitas, no pocas inquietudes y un continuo rezumar de melancolías. Una vez felicitado desde muy temprano, por familia y allegados, el ciudadano José tras un breve merodeo por la plaza de Santa María se emplaza en esa esquina soleada a la que tiene querencia desde que estudiaba en la escuela de don Manuel Moya, no sin antes haberse ocasionado tres puyazos en forma de churros fritos al “aove”, sabiamente endulzados con una “palomica” de anís de la tierra, ambrosias a las que no está dispuesto a renunciar a pesar del colesterol y los triglicéridos, pues nuestro pensador ha entrado ya en una edad que podríamos calificar de provecta, y sostiene ante el que quiera oírlo que este maná que se prodiga en el Santo Reino hace discurrir a la mente con mayor fluidez: “Mens sana in corpore contentum” —expresa ufano y categórico ante su primera tertulia dominical—. Nuestro José practica una filosofía artesanal, de andar por casa, una suerte de empirismo doméstico, con algún fundamento en determinismo populachero y algunas nociones, esquemáticas, concisas y un tanto azarosas sobre el pensamiento profundo, lo que viene a indicarnos que nuestro Pepe ilustrado, a fin de cuentas, sabe más por viejo y callejeado que por filósofo. Su cultura es algo superior y refinada que la de su amigo Paco “el brochas”, pero infinitamente inferior y distanciada de la que poseía don Manuel García Morente, único filósofo de Jaén del que tiene noticias, nacido en Arjonilla y con calle merecida. Don José se identifica con plenitud y orgullo con ese Jaén ancestral y vetusto que reconoce como escenario sentimental, patrón de sus luces y reflexiones, criadero de su estirpe y paisaje de sus tristezas y alegrías. Su mismidad es la mismidad de esta tierra, proclama sentencioso. Ante su público de tertulias y chascarrillos predica febrilmente que el jiennense está impregnado de diferentes pueblos y culturas, que somos un tamiz privilegiado de las esencias de la historia. Un pueblo que ve pasar pero que no pasa. Después seguirá su paseo, su pensado paseo por Jaén.